Francisco Swett

Moneda fuerte, economía débil

Ecuador y su régimen dolarizado

Moneda fuerte, economía débil
Francisco Swett
09 de septiembre del 2019

 

Ecuador adoptó el régimen monetario de la dolarización luego de la debacle del “sucre”, signo monetario que rigió desde 1884. El gobierno de Mahuad no lo concibió como una estrategia de política pública, sino que surgió como una inevitabilidad luego de que la situación se había salido de las manos. No le sirvió al presidente para sostener su gobierno, pero sí permitió cambiar el paradigma de la economía nacional cuando el Banco Central del Ecuador dejó de ser instituto emisor. El efecto mediato (pues tomó un año) fue el de parar en seco la inflación luego de cubierto el rezago cambiario de los bienes no transables, que debieron acomodarse al tipo de conversión adoptado. 

Desde entonces, el régimen dolarizado ha funcionado de la forma como funciona el “patrón oro”; esto es, igual que una cuenta corriente: la cantidad de dólares, y por lo tanto la liquidez, en la economía depende del saldo entre ingresos y egresos de la divisa. Al no haber moneda propia, el banco de emisión deja de tener razón de ser y la reserva, en la práctica, pasa a manos del público y del gobierno. Para los efectos de la ejecución de cualquier iniciativa de carácter macroeconómico, lo que permanece es la política fiscal que, en un mundo ideal, debería de buscar un equilibrio en sus cuentas que sea compatible con crecimiento sustentable.

Los supuestos que hacen funcionar la dolarización (como en Panamá) o que permiten la existencia de una moneda local sana (como el nuevo sol en Perú) no se dan en Ecuador. El asalto fiscal propiciado por Rafael Correa dio como resultado que mientras la economía creció a un promedio de 3.8% anual entre 2007 y 2014 (los años de la bonanza petrolera), el gasto público consolidado lo hiciera al 15%, y el sector público pasó de representar el 22% de la economía al 44% en su punto más alto. El equilibrio fiscal pasó a depender de un precio de US$ 108 por barril para lograr el equilibrio de las cuentas.

Correa, enemigo declarado de la dolarización, recurría (con su acostumbrado doble discurso) a argumentar que todas sus acciones de ajuste tributario (29 reformas y 65 impuestos en total) eran requeridas para proteger la dolarización. Viéndose imposibilitado de derogar el régimen monetario vigente (que cuenta con la aprobación masiva de los ecuatorianos) recurría a falacias como que la revaluación del dólar ante otras monedas (que no se dio) afectaba la competitividad del país, y por lo tanto sus exportaciones. El desfase fiscal de Correa fue cubierto parcialmente con endeudamiento externo e interno, saqueando las reservas de la seguridad social, con la apropiación de depósitos en el Banco Central, y con las restricciones tributarias mencionadas. Correa se gastó dos terceras partes de los ingresos petroleros habidos desde 1972; heredó una deuda pública de US$ 18,000 millones y la elevó por encima de US$ 60,000 millones; su gobierno contrató deuda en los términos más onerosos jamás contratados y dio de baja a la garantía soberana poniendo al petróleo como colateral en ventas comprometidas hasta 2021. Gastó cinco veces más en igual periodo que lo que gastaron los gobiernos que le precedieron en dolarización, con un déficit fiscal insostenible.

La situación con Moreno es consecuencia del desbarajuste de Correa. Si hay que resumir su circunstancia, podemos argumentar que la mitad de su periodo ha sido la continuación de lo anterior y la segunda mitad una suerte de “palos de ciego” que auguran crecimiento negativo o nulo para la economía en los próximos tres años. 

Es la saga de la dolarización ecuatoriana. ¿Qué podemos esperar? Las monedas fuertes están normalmente asociadas con economías fuertes que, siendo altamente competitivas, ofertan los mejores productos y servicios y hacen que su moneda sea “deseada” por los demandantes. Si el país (o la economía) es débil, la moneda no puede ser fuerte. ¿Podría entonces argumentarse que por usar moneda prestada estamos sujetos a las veleidades de factores que no controlamos? Ese razonamiento asume que la moneda determina la competitividad, cuando es precisamente al revés: la competitividad determina el valor de la moneda. Y, entonces, ¿qué es la competitividad? La definición corta vincula a la producción con el uso de los factores (capital, tierra, trabajo, y tecnología disponible) y ubica la productividad (costo/eficiencia) dentro de un rango de economías. La competitividad por lo tanto tiene que ver con la calidad de las inversiones y la integración de los mercados de factores y productos. Ecuador tiene importantes recursos naturales que están medianamente aprovechados, los recursos humanos no están debidamente calificados por educación o destrezas, y la densidad del uso de la tecnología es baja. 

En dolarización el ajuste macroeconómico se produce por la pérdida del empleo y los ingresos. El desempleo en Ecuador sube, los ingresos de los hogares bajan, el gobierno hace un esfuerzo mañoso y equivocado para equilibrar sus cuentas y hay deflación. Si se abandonase la dolarización, sin embargo, ello no aumentaría la competitividad, sino que nos introduciría de nuevo en las traumáticas experiencias de la inflación, las devaluaciones, y el estancamiento en el progreso material. La prueba más reciente de este aserto es que si la moneda débil aumentase la competitividad y fortaleciese la balanza de pagos, el año 1999 –cuando el sucre pasó de 8,000 a 18,000 por dólar– debería haber sido el mejor año de la historia en la República y no el peor, como lo fue. 

Falta un “proyecto nacional” en Ecuador, y las consecuencias de esta falencia están a la vista. Por otra parte, y como todo es relativo, la dolarización mantiene al país alejado del abismo donde Venezuela transita, y hacia donde Argentina se dirige con paso certero.

 

Francisco Swett
09 de septiembre del 2019

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