Neptalí Carpio

Miserias de nuestra nanopolítica

El nuevo presidente podría tener una alicaída bancada

Miserias de nuestra nanopolítica
Neptalí Carpio
11 de marzo del 2021


En la sociología y la ciencia política, la nanopolítica consiste en hacer solo cosas pequeñas, con mente pueblerina. Es la
tendencia de olvidarse de la gran política, aquella que transforma a las sociedades. La particularidad del Perú, uno de los países con la más alta fragmentación –de su sistema político, de su territorio y de casi la mayoría de sus instituciones, incluidos sus medios de comunicación– es que su actividad política nacional se ha convertido, en gran medida, en un extendido ecosistema tóxico, fratricida, de callejonesca y cotidiana lucha por el poder. Algo así como el “juego del palo encebado”, aquel juego que consiste en trepar por un palo, normalmente cubierto de grasa o jabón para que todos resbalen, todos luchen por ganarse el premio, en un irracional jaloneo para traerse abajo al que lleva la delantera. 

Eso explica por qué durante las últimas campañas electorales, conforme se agudiza la fragmentación política y la descomposición del sistema político, la disputa entre los actores y sus entornos de influencia es cada vez más un proceso que nos acerca al barranco y a la banalización dramática de la política. Y es eso, lo que vivimos en la actual campaña electoral, donde casi todos los actores políticos caen en la vorágine de las medias verdades, la mentira y el maniqueísmo. Es una situación que esconde, en realidad, una potencial inmoralidad para los próximos gobiernos. Si todos mienten o caen en el infantilismo de la política, ¿quién nos asegura que el próximo Gobierno, el nuevo Congreso, sea cualquiera el ganador, no resulte igual o peor que los últimos? 

Es innegable que toda campaña electoral, aquí y en cualquier lugar del mundo, tiene una alta dosis de demagogia, ofertas populistas y utilización de estrategias maquiavélicas. Una contienda electoral es aquel momento donde se cumple con mayor intensidad aquel aforismo del militar prusiano Carl Von Clausewitz sobre que “la política es la continuación de la guerra por otros medios”. Todo actor que participa en una campaña electoral tiene su cuarto de guerra, un lugar donde se diseñan las estrategias de ataque o defensa. El problema es que en el Perú parece ser que en esta campaña todo vale, sin pactos de tolerancia de por medio.

La situación se agudiza porque ningún candidato presidencial asoma siquiera al 12% de las preferencias electorales, algo que nunca había ocurrido en el pasado, y donde cerca de 40% del electorado tiene interés en estas elecciones (DATUM). Lo único previsible es que habrá segunda vuelta y tendremos otro Congreso fragmentado en siete u ocho bancadas parlamentarias y que, como sabemos, al año siguiente de la elección terminará en 10 o 12 grupos. Es decir, la única certidumbre es que seguirá la incertidumbre e ingobernabilidad. Salvo que, en la última hora, la polarización termine por concentrar la votación en tres o cuatro partidos, lo cual sería lo ideal.

Como nunca antes ha aparecido la maldad y la mitomanía en toda su dimensión. El drama pandémico es aprovechado para azuzar el odio y la polarización. Un candidato utiliza sus recursos para instalar una fábrica de troles que inunda todas las redes sociales y otra candidata en el sur del país firma un acuerdo de compromiso para dejar sin efecto el proyecto Tía María, casi como un trofeo de guerra de un proyecto abiertamente antiminero. Los editores de algunos periódicos publican encuestas cuando ellos mismos saben que son falsas. Y hay otros que difunden la idea de un presidente genocida, cuando ellos mismos saben que esa acusación es casi una estupidez. Otros saben que, por ahora, es imposible que el sector privado distribuya las vacunas, porque eso no ocurre en ninguna parte del mundo, mientras otros insisten en su discurso anti empresarial como si la CONFIEP sea el demonio de mil cabezas. En el colmo de esta guerra política en el Día Internacional de la Mujer, una parlamentaria insultó a la presidenta del Congreso acusándola de “lamebotas”, sin que medie ninguna sanción a la vista. 

Son pues las expresiones de nuestra endemoniada nanopolítica, casi como si el Perú fuera el escenario de una guerra de tribus. A diferencia de otras épocas, cuando los intelectuales de mayor prestigio, la iglesia u otras instituciones obligaban a un momento de reflexión y de morigeración de la tensión extrema, ese factor ahora no existe. Eso explica también por qué el centro político del país pierde fuerza; y anuncia que, en los próximos años, justo cuando cumplimos el Bicentenario de la república, la ingobernabilidad nacional, será una constante.

¿Puede haber espacio para la esperanza y que esta confrontación fratricida cambie de rumbo? Nunca hay que dejarla de lado. La fuente de un cambio de situación está en ese 35% del electorado que no ha decidido su voto. En ese caso, hay tres probables escenarios. El primero es que ese bolsón electoral se distribuya proporcionalmente entre las actuales preferencias, confirmando la polarización y fragmentación, un escenario definitivamente negativo. El segundo es que ese tercio electoral incline la balanza a favor de una propuesta de izquierda o de derecha, y que en el próximo Congreso se conforme una coalición que afirme una gobernabilidad duradera, en uno u otro sentido. La otra opción, cada vez menos viable, es un repunte de las fuerzas del centro político, como factor bisagra de diálogo y acuerdo nacional. 

En medio de este escenario, lo que se avizora como tendencia principal es un escenario de guerra política, curiosamente entre estos enanos. En este contexto, no habrá casi nada que celebrar en el bicentenario de nuestra república. Que no nos extrañe que el nuevo mandatario de la nación vuelva a tener una alicaída o errática bancada, tal como ocurrió con PPK y con el actual presidente.

Neptalí Carpio
11 de marzo del 2021

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