Darío Enríquez

Millennials frente a la crisis sanitaria del Covid-19

Enfrentan a un mundo desconocido, hostil e incierto

Millennials frente a la crisis sanitaria del Covid-19
Darío Enríquez
05 de mayo del 2020


Este será un tema de estudio para tiempos
postvirus (esperemos que lleguen muy pronto), pero podemos adelantar algunas reflexiones. Para empezar, en este artículo el término millennial trata de identificar un grupo poblacional de aproximadamente entre 18 y 25 años de edad. Como lo mencionáramos en un artículo publicado en diciembre 2019, “estos jóvenes [...] desde diversos prejuicios, son considerados desarraigados, despreocupados, ajenos a lo que sucede a su alrededor, con un sentido común casi nulo, ensimismados en sus tonterías, egoístas al mango, hedonistas sin compromiso, depredadores domésticos, etc.” (https://elmontonero.pe/columnas/en-defensa-de-los-millennials)

Sin embargo, para efectos de esta reflexión agregaré a millennials cuarentones, cincuentones y más ¿Cómo así? Para ir llegando al punto, nuestra definición de millennials abarca a casi todos los adultos jóvenes de hoy que no conocieron los rigores, estrecheces y violencia en que vivimos los peruanos en las décadas de 1980 y 1990. De ese modo, consideramos también en este grupo objeto de estudio a quienes, al parecer, aunque vivieron esos duros años, se comportan como si los hubieran "olvidado" muy convenientemente. Esto es una ironía, por supuesto

Sabemos que los últimos 25 años muestran una mejora inédita –para nuestros países– en referencia al bienestar material y una cierta bonanza que hemos disfrutado. Como manifestación de ese bienestar relativo –transversal a segmentos socioeconómicos y con expresiones particulares en todo ellos– muchos de nuestros Jóvenes vivían en un mundo perfecto y sin límites, una vida social centelleante, un consumo abrumador y abundante. 

Sucede que, de un momento a otro, independiente de que hicieran o dejaran de hacer algo –ellos o sus contemporáneos– ahora de pronto deben enfrentar restricciones, escasez, nula vida social y gran incertidumbre sobre el porvenir. Sí, justamente, ese “por-venir” que no vendrá como se imaginaba.

No tiene nada de malo mejorar nuestro nivel de vida y dejar atrás un pasado que pudo haber sido difícil. No obstante, hacer de cuenta que nunca existió y creer que "ya la hicimos, nada nos impedirá ser felices" es la versión micro del falaz “fin de la historia” de Fukuyama. Debemos ser plenamente conscientes de que en verdad hay aún muchísimo que hacer, y no tenerlo en cuenta nos pasa tarde o temprano una pesada factura. De hecho –se comprueba una vez más– toda bonanza suele ser precaria, inestable y hasta fugaz. Si es que no trabajamos muchísimo más para sostenerla en el tiempo, ese “buen vivir” puede involucionar e implosionar. Parafraseando al gran Thomas Jefferson, cuando se refería al precio de la libertad: el costo del bienestar es el esfuerzo y la vigilancia permanente.

En medio de la “fiesta” se pierden de vista los deberes. Peor aún si se “siente” como que todo es automático, como si el ambiente material en que nos desenvolvemos con cierta holgura estuviera dado como un estándar instituido, inevitable, casi natural. Como si hubiera caído del cielo. Esa es la supuesta visión del mundo que el prejuicio asigna a los millennials “de todas las edades”. En esa desafección que desliga esfuerzo y éxito (siempre relativo), se lee hay un poco eso de "déjame ser feliz y disfrutar” como una forma de rechazar la responsabilidad de vigilar los fundamentos de ese bienestar.

Las dificultades que estamos viviendo debido a la crisis sanitaria del Covid-19 están abriendo nuevos espacios de reflexión. El estruendoso fracaso de los estados hace que unos pidamos una urgente reforma, aumentando su eficacia y restringiéndose a tareas fundamentales y factibles; mientras otros piden más estatismo para enfrentar los problemas del estatismo. No faltan otros extremos que aprovechan para relanzar sus utopías de constructivismo social. Todo un reto en el que unos y otros debemos ponernos de acuerdo.

En ese contexto, nuestros jóvenes ven ante sí revalorizar ciertos oficios y profesiones que ya habían dejado de tener el atractivo de otros tiempos: medicina, enfermería, biología, ingeniería, estadística, etc. El fiasco de los autodenominados “científicos sociales” es más que evidente, y solo les queda un retorno serio en olor de humildad a los fundamentos de las bien llamadas “humanidades”. A nivel social, “saber hacer algo” en la línea de las “actividades esenciales” tiene ahora una visibilidad y un cierto prestigio de los que antes se carecía.

Estos jóvenes millennials –hasta ayer estigmatizados como irresolutos, despreocupados y alejados del mundanal ruido de la cruda realidad– serán ineludiblemente protagonistas de proceso postvirus. Tendrán que enfrentar en las próximas dos décadas estas y otras cuestiones: ¿qué tal si el Estado empieza su necesaria y urgente reforma reestructurándose sobre la base de sus actividades esenciales? ¿No sería interesante que muchas actividades esenciales tengan un mayor nivel de formalidad en el campo empresarial? ¿Acaso no nos encontramos ante la posibilidad de dar un salto tecnológico en el camino de la transformación digital? ¿Qué tal si nos dejamos de mojigaterías ideológicas y emprendemos de una vez por todas la electrificación y la potabilización del agua en el 100% de nuestro territorio? ¿Para qué sirven los intelectuales? ¿Inclusión y diversidad solo para quienes piensan y son como nosotros, o en verdad para todos? ¿Estarán nuestros jóvenes millennials a la altura del gran reto?

Darío Enríquez
05 de mayo del 2020

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