Franco Germaná Inga

Maduro y la diplomacia del hígado

Sobre la llegada de Maduro al Perú.

Maduro y la diplomacia del hígado
Franco Germaná Inga
20 de febrero del 2018

 

¿Maduro es un dictador? Sí. ¿El Perú debe liderar la presión internacional para recuperar la democracia en Venezuela? Sí. Pero la diplomacia se ejerce con el cerebro y no con el hígado. El presidente Pedro Pablo Kuczynski se equivoca en desinvitar a Maduro a la Cumbre de las Américas, y en esta columna les explicaré el por qué.

En cuanto a los argumentos diplomáticos, el Perú no se puede irrogar unilateralmente la potestad de desinvitar a un jefe de Estado (a pesar de que Maduro no sea digno de ese título, formalmente lo tiene), de un Estado miembro de la Organización de Estados Americanos. Nuestro rol en esta Cumbre es el de ser organizadores y fungir de sede, nada más.

Segundo, ni el Perú ni el Grupo de Lima, que es un valiente grupo de catorce países que rechazan la dictadura venezolana y que son liderados por el Perú, pueden desinvitarlo. Ello es así, porque para tomar tal decisión se necesitaría llevar a cabo un debate en el que participen los 34 (35 si se cuenta a Cuba) Estados miembros y una subsecuente votación en la que una mayoría se pronuncie en dicho sentido. ¿Se ha hecho eso? No, porque es bien sabido que Venezuela a punta de petróleo influye en el voto de varios países caribeños.

Tercero, la única medida unilateral que el Perú tiene para impedir que Maduro ingrese al país es restringir su paso por migraciones, como esgrimen algunos. Pero ello sería una “opción nuclear”, que no es deseable para los intereses del Perú, ni los de los venezolanos víctimas del régimen, a los cuales —en un esfuerzo muy loable como país— estamos ayudando. Si PPK se decanta por esta opción, las relaciones bilaterales se romperían, nuestra ayuda humanitaria se dificultaría y nuestro poder de negociación disminuiría. ¿Por qué los demás países dejarían que el Perú lidere el Grupo de Lima si ya ni siquiera tendríamos relaciones con Venezuela? Sería absurdo que lo hicieran.

Ahora bien, la pregunta que un verdadero estadista se haría es cómo canalizar la impotencia de tener que recibir en nuestra tierra a semejante personaje, manteniendo al mismo tiempo nuestra influencia internacional y sin sacrificar nuestros intereses nacionales. La respuesta es invitándolo. Cierren los ojos e imaginen este escenario: Maduro en la Cumbre justificando lo injustificable, mientras la calle le grita sus verdades: el rechazo continental en su máxima expresión, miles de venezolanos que han llegado al Perú en busca de una mejor vida se quedarían afónicos de tanto gritar. A ellos se sumarían miembros de la sociedad civil y los manifestantes de los cinco partidos políticos que han convocado una marcha un día antes de la Cumbre en rechazo a su llegada. Mención aparte merecen el Frente Amplio y Nuevo Perú que, tembleques de nuevo para condenar al régimen venezolano, se negaron a participar.

Adicionalmente, y ya como consejo personal a nuestro presidente, dejar que Maduro venga le sumaría puntos. PPK al tenerlo cara a cara podría jugar a “quién es más macho”, respondiendo las sandeces que seguro le dirá Maduro con alturadas pero enérgicas palabras. Incluso paradójicamente mientras más lo insulte Maduro más apoyo recibirá PPK. Pregúntenle a García cómo le ganó las elecciones a Ollanta en 2006. Sin embargo, ello será posible si y solo si Maduro pisa el Perú.

En conclusión, PPK tiene dos opciones. Impedir la llegada de Maduro y quedar como aquel que lanza la piedra y luego esconde la mano, o ponerse el traje de presidente y encararlo. Quien diga que las apariencias en política no influyen, peca de ingenuo.

 

Edimburgo, 19 de febrero de 2018.

 

Franco Germaná Inga
20 de febrero del 2018

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