Franco Germaná Inga

La crisis del Bicentenario

La causa es nuestro semipresidencialismo disfuncional

La crisis del Bicentenario
Franco Germaná Inga
19 de agosto del 2022


Sería difícil imaginarse un país en el que en los últimos cinco años se haya producido una crisis institucional tan grave que, cual verdadero terremoto de grado 9 en la escala de Richter,  socave los cimientos de los tres poderes del Estado. Ese país existe y se llama República del Perú.

No hay peor ciego que el que no quiere ver. Los síntomas de la debacle institucional están justo frente a nosotros, pero preferimos ignorarlos como si mágicamente fueran a desaparecer solos. Desde 2016 hemos tenido cinco presidentes, cuando lo usual hubiera sido que tengamos solo dos. Kuczynski se vio forzado a renunciar por decoro, para evitar su inminente vacancia luego de las denuncias en su contra. Luego Vizcarra, curioso personaje, asumió el poder y jugó a ser Nerón. Incendió la pradera política arrinconando al Legislativo, la consigna fue culparlo de todos los males del país. La población remó junto al presidente y lo premió otorgándole una popularidad extraordinaria luego de que este disolviera al Congreso por primera vez desde la vigencia de la Constitución de 1993.

No obstante, los gestos no se comen y sus altos porcentajes se los llevó el viento. Curiosamente, la pandemia lo salvó. En el país con mayor índice de muertos por habitantes en el mundo por Covid, una reacción política natural fue pedir un líder fuerte que nos “salve” de la parca, salió el primate interno de la gente. El instinto de supervivencia hizo que muchos celebren la mano dura de Vizcarra, con toques de queda larguísimos a nivel nacional o algunas medidas sanitarias extravagantes, mientras la compra de vacunas estaba estancada. Las vueltas que da la vida: su vacancia llegó a manos del nuevo Congreso que él mismo engendró, luego de revelarse indicios de corrupción en su gestión como gobernador de Moquegua. Incluso, ya sin poder, se publicó que el presidente se había vacunado antes y a espaldas de la población. Era casi como imaginarlo tocando la lira mientras la gente se ahogaba sin oxígeno. 

Posteriormente, Merino asumió la presidencia de la República, en su calidad de presidente del Congreso. Al margen de la legalidad o no de su toma de mando, lo cierto es que esta no fue legítima. El país se le vino encima y renunció en menos de una semana. Finalmente, llegó Sagasti para concluir el agitado quinquenio. Actualmente, el presidente Castillo tiene investigaciones fiscales en curso y parece que el cerco cada vez se le vuelve más estrecho, con la colaboración eficaz de su otrora secretario general. Los tambores de la vacancia resuenan a lo lejos.

¿Qué tienen en común todos estos síntomas? Primero, las sospechas de corrupción fueron el común denominador que enturbió las figuras de Kuczynski, Vizcarra y ahora Castillo. Segundo, la Constitución, específicamente su parte orgánica. Claramente tenemos un semipresidencialismo disfuncional. Se deben repensar las relaciones Ejecutivo-Legislativo, planteando para el debate algunas reformas necesarias para evitar esta guerra sin cuartel entre los poderes. Algunas de ellas incluyen el retorno a la bicameralidad para que, entre otros beneficios, el Congreso se controle mejor a sí mismo y se limite su impulsividad. De igual manera, la regulación de un proceso de impeachment en el que la Cámara Baja acuse al presidente y la Alta lo juzgue, otorgando así mayor estabilidad a la figura presidencial. Además, sería interesante la sustitución de la disolución congresal por la menos traumática y más democrática renovación congresal a mitad del mandato presidencial.

Finalmente, debido a su rol de árbitro en causas políticamente importantes para la vida de la República, es crucial la reestructuración del Tribunal Constitucional, analizando la pertinencia de elevar el número de magistrados, años de mandato y, sobre todo, variando el mecanismo de selección, incluyendo a dos o tres poderes del Estado.

Podrán ser estas u otras reformas, pero definitivamente deberán ser algunas. De lo contrario, parafraseando a Vallejo, podríamos decir que el Perú es un cadáver que ¡ay! siguió muriendo.

Franco Germaná Inga
19 de agosto del 2022

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