Darío Enríquez

Los valores en el proceso de evolución cultural

Formamos parte de ese dinámico y espontáneo proceso

Los valores en el proceso de evolución cultural
Darío Enríquez
16 de marzo del 2021


Desde predios antirreligiosos (sobre todo anticristianos) –y desde que hay tanto memoria como registros, pensadores e intelectuales adscritos a esa fobias– han pretendido descalificar los valores centrales de la civilización occidental. Y han tenido un relativo éxito entre quienes gustan consumir la píldora de la sabiduría infusa, el elixir de la cultura instantánea o el jarabe de la moral perfecta. La naturaleza humana ha mostrado inclinarse una y otra vez a favor de versiones falaces que nos complacen trasladando culpas a “otros”, antes que escuchar verdades duras que cuestionen e interpelen nuestra propia responsabilidad. 

La falsa modernidad, con la preeminencia de un cientifismo confuso y militante, pretende avivar un conflicto entre ciencia y fe. Desde este dogma se permite desechar todo aquello que ha sido “contaminado” por la religión. Dicen esos cientifistas que tenemos derecho a una moral laica y que los preceptos religiosos deben abandonarse por los graves perjuicios que habrían ocasionado a nuestras sociedades.

No es necesariamente por ignorancia, sino sobre todo por mala leche, que estos activistas anticristianos lanzas tales incoherencias. Aunque no nos guste, la realidad del proceso de evolución cultural es contundente. Esa mezcla dizque indeseable entre moral y religiones ya se dio en el proceso civilizatorio. Podemos encontrar múltiples y variadas manifestaciones de esta conjunción de moralidad y religión, lo que no podemos hacer es negarlas sin caer en el absurdo y la incoherencia.

Si seguimos la línea del discurso de los militantes antirreligiosos, respetar a tu padre y a tu madre se basaría en un precepto religioso bíblico: “Honrarás a tu padre y a tu madre”, cuarto mandamiento de la ley mosaica. En verdad, esto es cultura civilizatoria, algo que las religiones recogen en esa trama compleja que es la evolución cultural. Otro principio civilizatorio fundamental es el "No matarás", quinto mandamiento bíblico. No se trata de un precepto religioso ni exclusivo del judeo-cristianismo, sino de la civilización humana. Son postulados civilizatorios, si se quiere "dogmas" de una elemental ética humana. Esto es tan cierto que la inmensa mayoría de abortistas, antes de sustentar su propuesta de aborto discrecional, intentan demostrar (sin éxito, a mi parecer) que el embrión o feto no es una vida humana. Ellos –los abortistas- también suscriben el dogma o principio civilizatorio "No matarás", y requieren “deshumanizar” al bebé engendrado para justificarse.

De esta manera, aunque la Biblia sea para los creyentes la palabra de Dios revelada y se considere que sus escribas hayan actuado por inspiración divina, en términos mundanos es con seguridad el testimonio escrito más completo sobre el proceso civilizatorio humano en sus primeros 3,000 años y más. No debe sorprender que diversos preceptos religiosos forman hoy parte de las complejas estructuras legales en nuestro tiempo. Eso es inevitable porque ya sucedió y sigue sucediendo, dentro de la manifiesta espontaneidad del proceso evolutivo cultural. Hay quienes aún se sorprenden cuando se enteran de que la sentencia “Ojo por ojo, diente por diente” fue un gran avance civilizatorio, y para nada expresión de barbarie. Antes de ella primaba la venganza, que era terriblemente superior a la falta que se pretendía castigar. En la modernidad no es la venganza sino el principio de castigo proporcional un sucedáneo del “Ojo por ojo, diente por diente”.

Tampoco es que la Biblia haya “plagiado” la moral de otras culturas ancestrales, Esa idea absurda es propia de quienes creen que esa visión panorámica (aunque incompleta) que hoy tenemos de las antiguas culturas también la tenían esas civilizaciones aurorales respecto de sus antecesoras o contemporáneas. Debemos instalarnos en esos tiempos y no observarlos desde la lógica y visión de nuestro siglo XXI. Con la invención de la escritura y la fundación de las primeras ciudades, tanto en la Medialuna fértil como luego en otros puntos del planeta, emerge una verdadera pasión por registrar todo ese bagaje de conocimientos y sabiduría ancestral, comunicado de generación en generación vía tradición oral, durante unos 40,000 o 50,000l años antes de la civilización. Esa tradición oral transmitida, reconstruida, mitificada, ficcionada, fusionada y adaptada, era de todos y de nadie.

Sin los dogmas o principios sería imposible construir estructura conceptual, cognitiva y social alguna. Que desde siempre haya manifestaciones de ese fenómeno que se llama “doble moral” no invalida ni pervierte el proceso de evolución cultural, sino que pone de manifiesto la naturaleza humana. Desde el odio anticristiano, hay quienes han llegado a intelectualizar sobre esta doble moral como si fuera “culpa de la religión y de los curas”, hasta el extremo de culpar a la moral (cristiana) del fracaso de la civilización occidental, en especial su periferia iberoamericana. 

Por eso es importante dar la batalla intelectual, para que el proceso de evolución cultural no sea impuesto por nada ni nadie. Aunque es cierto que hay muchísimas circunstancias que influyen y diversos intereses temporales que han querido controlar el proceso (como pretenden hoy los hegemones posmodernos), debemos tratar de que siga siendo tan espontáneo como sea posible. El fracaso que identificamos en nuestras sociedades (fallidas) es porque hacemos mal las cosas, porque tomamos malas decisiones, porque no asumimos responsabilidades ni cumplimos nuestros deberes y no respetamos a los demás. Nada de eso puede ser culpa ni de creencias religiosas ni de sistemas de valores que más bien nos proponen derechos y obligaciones. Somos nosotros, con nuestros errores, quienes tomamos esos derechos a nuestro favor y los negamos para otros. Somos nosotros quienes no cumplimos nuestras obligaciones; pero a su vez, hacemos señalamientos de “los otros indeseables e impresentables” que no los cumplen. 

Esa "fascinación" por la falsa modernidad es mala consejera. De Jouvenel, Huerta de Soto, Bastos Boubeta, Escohotado, Scruton, entre otros, han escrito al respecto. La decadencia europea de hoy tiene mucho que ver con ese discurso fácil, distraído y maniqueo de la falsa modernidad. Todo proceso sociocultural tiene claros y oscuros, tiene grandezas y miserias. Asumir una actitud inquisitorial (adjetivo muy oportuno) es tomar el lugar de lo peor en quien criticamos. Aquellos que buscan "culpables", "verdugos" y "bestias negras" perpetran la peor y más boba de las prácticas conspiranoicas.

Darío Enríquez
16 de marzo del 2021

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