Francisco Swett

Los corsarios vienen de Oriente

China depreda el mar frente a las costas de América Latina

Los corsarios vienen de Oriente
Francisco Swett
03 de agosto del 2020


Las riquezas han cambiado de forma, las circunstancias igual; pero los corsarios siguen incursionando en estas costas del Pacífico sudamericano. China es hoy el titiritero que domina a los países del Tercer Mundo, cuyas economías vulnerables, productoras de
commodities y con sus gobiernos asediados por los intereses creados, están permanentemente ávidos de la dádiva y el apoyo del país que domina 30% del comercio mundial y es el mayor exportador de capitales. 

China es, históricamente, una civilización cuya economía ha sido la mayor del mundo en diecisiete de los últimos veinte siglos. Son reconocidos por tener una visión de largo aliento, tal como lo revelara Chou En Lai, Primer Ministro de Mao. Cuando se le preguntó cuál era su opinión sobre la Revolución francesa, respondió que “es aún muy pronto para evaluar sus efectos”. Es un país imperial, el Reino del Medio protegido contra los bárbaros por la Gran Muralla, y su forma de gobierno lo refleja. Es, igualmente, oportunista; tomó el atajo hacia el desarrollo siguiendo los consejos de, entre otros, Lee Kwan Yoo, fundador de Singapur (menos la democracia representativa en libres elecciones). Aplicaron sus gobernantes la secuencia requerida para crecer: ahorrar, invertir, vender productos al resto del mundo, crear empleos, invertir nuevamente y, eventualmente, llegar a ser los más poderosos. En el intermedio crearían los modos para copiar a los americanos o robarse la información que les permitiese desarrollar su propia tecnología, inspirada en sus adversarios. 

La fuerza económica va acompañada de la fuerza política y el poderío militar. Reviviendo la historia, y reinventando algunas partes de ella, China ha extendido su dominio hasta bordear territorios marítimos que están mucho más cercanos a las costas de Vietnam, Filipinas y Malasia; ha construido islas artificiales para establecer bases militares y reclamar para sí el dominio del Mar del Sur de China. Se propone controlar el tráfico desde el Pacífico al Índico, a través del Estrecho de Malaca. Ha dedicado crecientes e ingentes recursos para armar el Ejército de Liberación Popular, y está dando gigantescos pasos tecnológicos en las armas de guerra de última generación. Decidió poner fin a la “corrección política” dando por terminado el tratado con el Reino Unido para preservar la autonomía de Hong Kong. Y a ratos amenaza con desenfundar el sable y, de una vez por todas, proceder a la reunificación de la provincia de Taiwán, calculando que, en una contienda militar, será victoriosa. 

Ha decidido, además, que no importa depredar mares ajenos para asegurar la alimentación de los mil cuatrocientos millones que demandan alimentación nutritiva y de calidad. Es ahí donde entramos los países ribereños del Pacífico Sur Occidental. Al momento, frente a las costas del Ecuador, hay una flota que suma alrededor de 250 embarcaciones estacionadas en tareas de pesca, justamente en un espacio de corredor marítimo que existe fuera de las doscientas millas de la Zona Económica Exclusiva (ZEE) previstas en la Convemar. En el caso ecuatoriano, al ser las islas Galápagos parte del territorio nacional, se crean dos ZEE que no se llegan a topar, por lo que, de acuerdo al tratado que establece dicha Convención (de la cual Ecuador y Chile, pero no Perú, forman parte) se trata de aguas internacionales de libre acceso, tránsito y, con ciertos resguardos un poco livianos, explotación. Es un ritual que se repite anualmente frente a las costas de los tres países, con embarcaciones de alto calado, incluyendo buques factorías, cuyas redes de arrastre abarcan cientos de kilómetros. 

La riqueza marítima es codiciada y la depredación no reconoce límites. Las especies pelágicas no han sido informadas de las convenciones humanas, y ellas se guían por las leyes de la naturaleza. La vigencia de veda en la pesca del atún, precisamente para asegurar la sustentabilidad de un producto que aporta más de US$ 1,000 millones a la economía ecuatoriana y alrededor de medio millón de empleos, no es observada por los corsarios que entran como “Pedro por su casa” a hacer de las suyas, capturando todo lo que sus redes de cientos de kilómetros de arrastre pueden atrapar, sin importar si se trata o no de especies en peligro de extinción.

Y es aquí donde calza el tema de la dependencia. Un gobierno débil, sitiado políticamente y económicamente desahuciado necesita el apoyo financiero chino. Se sabe de antemano que tal apoyo viene con ataduras, limitaciones y altos costos. Los préstamos directos son amarrados; los anticipos contra futuras ventas de petróleo tienen intereses incompatibles con la garantía real demandada (el crudo ecuatoriano); las obras contratadas están sobredimensionadas y acusan fallas de diseño y construcción. Pero cuando se está en calidad de mendicante, las opciones son limitadas y hay que hacerse de la vista gorda.

Otrora, en los tiempos de la Guerra del Atún, el entonces presidente Velasco Ibarra no dudó en mandar a los remendados cañoneros de la Escuadra Naval a la captura de los pesqueros californianos. Son tiempos añorados, frente a la resignación de los actuales gobernantes, los que entregaron la tan manoseada soberanía por un plato de lentejas y treinta monedas de plata.

Francisco Swett
03 de agosto del 2020

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