Rocío Valverde

Los canales de Inglaterra

Caminos creados para los caballos

Los canales de Inglaterra
Rocío Valverde
04 de noviembre del 2019


Hay días, aunque escasos, en los que Inglaterra no se reconoce. A veces el sola quema y hasta escuece.
En verano, en uno de esos días gloriosos en los que el sol brillaba libre en un cielo sin nubarrones, me apeteció caminar una vez más por sus canales. ¿Qué mejor forma de conocer nuevos rincones? Este año al empezar el recorrido desenterré del cementerio de mi memoria aquella trivia que me contó el primer norteño que conocí: "Tenemos más canales que Venecia, pero menos publicidad". En ese entonces tenía más de 2,000 millas para escoger y empecé por los canales de Birmingham. Con el pasar de los años el viento, el corazón y los pies me han llevado a los canales de Staffordshire y Worcestershire. Aquí me encontraba aquella tarde de septiembre imaginando que el sol le cambiaba el color a mis huesos.

Luego de tres horas de caminata me senté en el césped para que mis piernas tomaran un poco de aire y mi piel un poco de sol. Sandalias, zapatillas y patitas peludas paseaban con calma, pisando lento pero seguras la tierra y el crujiente pasto. Del cielo únicamente llovían gotas de vainilla, fresa y chocolate. El agua del canal brillaba reflejando la risa y la sonrisa de los niños que lanzaban trocitos de pienso a los patos. Cada vez que algún pato alzaba la cola el río brillaba con más fuerza.

Esta mañana, dos meses más tarde, el panorama era completamente distinto. Todo era verde, salvo árboles, las rocas del canal ya no me eran invisibles, se habían transformado en brújulas. El camino ahora era transitado por botas de agua, calzado de montaña y las mismas patitas peludas que chapoteaban por el lodo sin mayor cuidado. Hoy ya no encontré niños riendo, sino a muchos pescadores que en completo silencio esperaban que algún pez picara el anzuelo. Los antiguos veraneantes se habían cobijado en los salones de té y bebían el calor que su piel extrañaba. El único recuerdo del verano era un cartel que decía: "También se vende helado para perros".

"Estos canales solían transportar mercancía", me dijo el último norteño de mi vida. Estos caminos fueron creados para los caballos y de la entereza de sus cascos dependió la revolución industrial. Lo que antes era un ambiente de constante trabajo se ha convertido en uno de los pocos ambientes inalterados de este país.

A lo lejos veo a un grupo de niños que examinan atentamente con la mirada las esclusas del canal. Un hombre mayor les está contando de las proezas de la ingeniería que les permitieron construir estos canales: Telford, Brindley, Smeaton y los cientos de obreros sin nombre. Cuántas vidas perdidas y cuánta riqueza ganada. Promete llevarlos a la esclusa de Tardebigge y continúa con su recorrido.

Estos canales ahora solamente transportan calma e historia.

Rocío Valverde
04 de noviembre del 2019

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