Rocío Valverde

Los camotes de mi abuela

Los camotes de mi abuela
Rocío Valverde
11 de julio del 2016

Añoranzas felices a la manera peruana

Mi abuela, por razones de la vida, tiene un horno para pizzas en casa. Y cada vez que hace lasañas enciende el viejo cacharro tres horas antes, "para que vaya calentando". Todos sabemos que pronto irá a buscar unos camotes de su cesta de papas para asarlos hasta que la miel chorree por la chamuscada y arrugada piel de los naranjas camotes. Hasta que dejé de vivir con ella nunca entendí por qué mi abuela nunca desperdicia la oportunidad de asar un par de camotes, por qué no echa un par de patatas o unas chirivías. Por qué siempre se quema al intentar sacarlos con un trinche y nos urge a comerlos diciendo: "Ahora que están calentitos, agarren una cucharita".

Hace poco leí un libro que trata acerca de la taxidermia y el sentimiento de nostalgia que hay en los museos y exposiciones zoológicas. Este libro me hizo pensar mucho en el sentimiento de anhelo, de añoranza; ese sentimiento que comienza en el pecho con un hincón y termina en la cabeza con una memoria traída del cajón de los recuerdos. Y nunca mejor dicho. Desde que dejé de vivir con mi familia tengo cajas y cajas de recuerdos. Cajas llenas de billetes de avión, tarjetas de cumpleaños, llaveros, huayruros y estampas. Decidí tener estas cajas llenas de tiempo para criogenizar mis memorias, porque desde pequeña asimilé a conciencia la lección de que la felicidad llega entre dos momentos de tristeza.

Todos en casa podemos encontrar estos rincones de nostalgia, ya sea en un álbum de fotos que se ha llenado de moretones amarillos sufridos a manos del tiempo, en un cofre de porcelana en forma de corazón que guarda los dientes de leche de los hijos, o en los recuerdos de unión matrimonial —en forma de pimentero y salero— que adornan el repostero.

Por cosas de la vida que involucran a un profesor de razonamiento verbal y un diccionario de tres kilos, tengo el hábito de consultar cualquier palabra que me ronde la cabeza con la Real Academia Española. Esta vez entré a la página de la RAE a buscar la definición correcta de este sentimiento, pero no fue grata la sorpresa al encontrar que todo concepto de nostalgia viene de la mano de la tristeza, de la melancolía o del sufrimiento. Necesito una nostalgia feliz o al menos una "trisliz". Porque cuando miro un diente de leche no añoro volver a usar pañales, sino que recuerdo lo asustada que estuve de ver un diente mío pegado a una manzana, ahora completamente roja; lo mucho que reí al ver mi desmolado reflejo y el desconcierto que sentí al ver a mi madre envolviendo mi diente en algodón y guardándolo en ese cofre de porcelana.

Por esta relación con los diccionarios tiendo a prestarme palabras de otros idiomas para lograr transmitir con compulsiva exactitud lo que siento. Para encontrar una añoranza feliz no sirve el francés con su "nostalgie" ni el portugués con su "saudade" ni la morriña de los gallegos ni el duro "Sehnsucht" del alemán.

"Natsukashii", en japonés, es la definición perfecta de la nostalgia feliz. Nunca me han fascinado los camotes asados; pero aún en una tierra donde el sol es tímido y no propicia para la dulzura, me ha sorprendido la nostalgia feliz al encontrarme asándolos. Un sentimiento de natsukashii al recordar a todos sentados en la mesa, quemándonos los dedos al pelar los camotes, y la cola de mi perro saliendo de su órbita por la alegría de comerlos. La nostalgia feliz es posible también en nuestra cultura.

Rocío Valverde

 
Rocío Valverde
11 de julio del 2016

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