Tino Santander

Liberales, neoliberales y mercantilistas

Desde sus escritorios pretenden ver cómo se cumplen sus profecías

Liberales, neoliberales y mercantilistas
Tino Santander
05 de diciembre del 2017

 

Los primeros liberales americanos fueron los representantes en las Cortes de Cádiz, fuero en el que defendieron el libre comercio y la autonomía política de los hispanoamericanos; sin embargo, los españoles los consideraban hombres de segunda clase. Además los liberales criollos eran tan conservadores como los chapetones. Por eso, la Independencia peruana dejó intacto el espíritu colonial y la República fue la consolidación de las castas criollas y la explotación del indígena.

Los liberales son cenáculos limeños aislados del país; por eso, en los inicios del siglo XX fueron desplazados por los anarquistas y marxistas que hegemonizaron la vida política nacional. El aprismo y la izquierda comunista empoderaron el mito colectivista, la democracia social y el antimperialismo, y fueron los que condujeron la lucha política de los sectores populares para acabar con el servilismo campesino. En cambio, los liberales estaban asociadas a las clases dominantes y encerrados en los círculos más conservadores del país.

El liberalismo recobra fuerza con la revolución conservadora del thatcherismo que contribuyó a la derrota ideológica del socialismo soviético y de la socialdemocracia mundial. Margaret Thatcher y Ronald Reagan fueron los líderes de la revolución conservadora y querían acabar con el paradigma keynesiano (impuestos altos para los ricos, políticas contra cíclicas, extensión del Estado de bienestar), tesis que todavía son el fundamento teórico de la socialdemocracia, a pesar de la globalización.

El thatcherismo ideológico —es decir, el individualismo y la economía de mercado— ya se estaba implementando en Chile con la dictadura pinochetista. La privatización de la educación, de la salud y de los servicios básicos es el programa del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, que se sintetiza en el Consenso de Washington para diseñar un nuevo orden de dominación.

Los intelectuales más destacados del neoliberalismo peruano son Hernando de Soto, que describe a la informalidad como la vanguardia emprendedora que transformó el orden colonial en la capital peruana; Jaime de Althaus, que señala: “que la implementación del Consenso de Washington generó una revolución capitalista del Perú”; Jorge Astete, que afirma que “la revolución liberal necesita la separación del derecho de la política para consolidar la libertad y seguridad de los ciudadanos; y Richard Webb, quien asevera que “la desconexión existente en el Perú se debe, entre otras cosas, al factor geográfico que mantiene en la pobreza y el aislamiento a millones de peruanos que no tienen servicios básicos ni acceso al mercado”. Los neoliberales criollos creen que sus ideas triunfaran de oficio. Según ellos, el mundo va en esa dirección; y desde sus escritorios ven cómo se cumplen sus profecías.

Por otro lado —al margen de la intelectualidad neoliberal—, millones de peruanos han constituido, de facto, circuitos económicos y sociales autónomos, donde el poder político lo ejercen organizaciones como las rondas campesinas, los frentes de defensa, los mineros informales e ilegales, el narcotráfico y el contrabando. Y son ellos —no el Estado— los que han establecido una “convivencia armónica” —por el momento—, con el Perú oficial (sistema financiero, organismo estatales, industrias, partidos políticos, congresistas, etc.). Es decir, que allí no existen “cuerdas separadas” como señala el rimbombante mensaje de la CADE, simplemente, están distanciados de los otros perús que no conocen ni entienden.

En esos países que habitan el territorio que llamamos Perú funciona el business are business, porque cuando se trata de colque (dinero en quechua) somos una sola fuerza. En el Perú contemporáneo no existe una única autoridad política ni económica, sino varias. Y es muy fácil comprobarlo visitando Juliaca, en Puno.

 

Tino Santander
05 de diciembre del 2017

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