Miguel A. Rodriguez Mackay

Leguía y su lugar en la historia del Perú por el Tratado de 1929

Asumió personalmente todo el proceso para la reincorporación de Tacna al Perú

Leguía y su lugar en la historia del Perú por el Tratado de 1929
Miguel A. Rodriguez Mackay
04 de septiembre del 2023


Tacna ha celebrado, el pasado 28 de agosto de 2023, su nonagésimo cuarto aniversario de reincorporación al seno de la Patria. Y eso me parece muy bien. En la historia de la geopolítica mundial luego de las guerras difícilmente hay devolución de territorios, y esa es una valoración que no se puede perder de vista. Lo que no me parece bien es que no se haya relievado con justicia, como corresponde, la figura del expresidente Augusto B. Leguía, que asumió personalmente todo el proceso para conseguir este anhelo nacional. El cautiverio, casi cincuentenario, nos estaba arrastrando, en el inicio del siglo XX, a un clima de inestabilidad por la ausencia de una solución definitiva mientras las poblaciones de peruanos en Arica y Tacna resistían estoicamente a la política de chilenización.

He estado atento a los desarrollos de conferencias, discursos de conmemoración, declaraciones políticas y académicas, etc.  Y la verdad es que a Leguía no se le menciona ni por asomo. Quisiera creer que por desconocimiento; pero como siempre digo lo que pienso y de frente, creo que el silencio se debe a una dominante carga de prejuicio o por temor al qué dirán –es una actitud muy peruana, me apena decirlo–, por dejarse someter al imperio de la satanización que los enemigos políticos del expresidente, fueron creando todo el tiempo hasta conseguir su caída en 1930. Hay mucha cobardía en ciertos académicos o intelectuales y políticos por no hablar de las bondades de quienes nos gobernaron por temor a ser marginados en los círculos del poder coyuntural. Por eso, también, pocos se refieren a Juan Velasco Alvarado y a Alberto Fujimori Fujimori, a mi juicio, trascendentales, más allá de sus desaciertos -me referiré a ellos en otras próximas columnas en el prestigioso portal El Montonero-, que también los tuvo Leguía, mirando los resultados de sus decisiones, siempre pensando en el interés nacional. 

Una dimensión extraordinariamente objetiva por los resultados del proceso jurídico llevado adelante durante el gobierno de Augusto B. Leguía -llamado el oncenio porque duró precisamente once años, aunque tuvo un primer mandato de 1908 a 1912-, fue el Tratado de Lima, firmado el 3 de junio de 1929, que solucionó para siempre la delimitación terrestre entre Perú y Chile. Este resultado no se había producido desde hacía 46 años atrás en que, por el Tratado de Ancón, del 20 de octubre de 1883, que puso fin a la conflagración bélica que Chile nos declaró el 5 de abril de 1879, se inició, entonces, el proceso de chilenización de las provincias de Arica y Tacna, convirtiéndolas en las denominadas provincias cautivas. Habían pasado más de diez gobiernos en ese lapso de cerca de 50 años y nada había cambiado, volviendo insostenible continuar con una realidad penosamente vulnerable en nuestra frontera sur que tenía que acabar.

Leguía, decididamente, llevó adelante desde una perspectiva pragmática y de política de Estado, el arreglo de nuestras fronteras, y conviene aquí recordar que se hizo y no solamente con Chile. Leguía consiguió los arreglos de las disputas terrestres con Bolivia y Brasil durante su primer mandato, y Colombia, además que, con Chile, durante el segundo. El presidente había medido y valorado con realismo político las intenciones de Santiago de Chile desde 1883, en que estratégicamente se comprometió a celebrar un plebiscito para los territorios de Tacna y Arica que por supuesto tenían muy claro que nunca debía ejecutarse. El asunto de Tarapacá será bueno recordar que la perdimos, ipso iure, a la sola firma del tratado, que sigo pensando nunca debimos firmar y el tema de Miguel Iglesias, también es otro pendiente para desarrollar, pero ya le advierto, apreciado lector, que la firma del tratado de 1883 fue realmente ignominiosa para el Perú. Leguía se quejaba de que fuéramos cándidos y no leyéramos que el referido plan expansionista de chilenización era de realización imperturbable desde los tiempos de Diego Portales, a mediados del siglo XIX. Por alguna razón a su retorno del extranjero en 1919, cuando se decide postular nuevamente a la presidencia, y por supuesto que las gana a Antero Aspillaga, a la gente le quedaba claro que el discurso de Leguía era lo único que les quedaba para abordar el problema de la referida chilenización, que no era otra cosa que acabar con la impronta de las provincias cautivas que los civilistas con el alicaído presidente José Pardo y Barreda, no habían podido solucionar. Precedido de la autoridad de haber solucionado los límites con Bolivia y con Brasil, estaba claro para la ciudadanía que su confianza en Leguía era muy alta y no se equivocó.

Leguía sabía que la participación de Estados Unidos de América en el problema era capital. Su virtud fue visibilizar precisamente de que Washington se convertiría en el nuevo hegemón del mundo -además de mirar los arreglos limítrofes como prioritarios, Leguía veía en perspectiva el rol económico creciente de los Estados Unidos en la política internacional luego de la Primera Guerra Mundial (1914-1919), dos aspectos centrales que, a mi juicio, fueron suficientes para ser considerado estadista-, que por ese tiempo estaba siendo cedido por Gran Bretaña, pues el antiguo imperio del siglo XIX que había consumado la denominada Era victoriana, se hallaba en su fase terminal, por la propia ciclicidad de las relaciones internacionales.

El acercamiento del Perú a los Estados Unidos, por obra y gracia de Leguía, entonces, permitió el despegue de nuestra economía. Nunca como en esta etapa de nuestra historia, mirándola hoy desde un horizonte bicentenario, el país establecía alianzas con una nación que se encumbraba como la más poderosa del mundo. De hecho, la administración del presidente Woodrow Wilson decidió reconocer al gobierno de Leguía casi en un santiamén, a sabiendas de que Leguía no esperó al traspaso del poder por el gobierno de José Pardo, una vez informado de las conspiraciones en marcha para impedir que asuma su mandato conseguido en las urnas. Como bien dice Ronald Bruce St John en su magnífica obra “La Política Exterior del Perú”, que nadie que se dedique a la vida internacional del Perú podría dejar de leer, “…el reconocimiento del gobierno de Leguía fue un abandono de la política de Wilson de no reconocer a los gobiernos revolucionarios” (pág. 153).

Ese mérito jamás he escuchado o leído que haya sido destacado abiertamente, de pronto, hasta comprensible entre los adversarios políticos de Leguía, pero sigo creyendo, imperdonable entre algunos historiadores e intelectuales, sumergidos en sus prejuicios o el pánico a ser marginados de los círculos en que se mueven, como sigue pasando hasta el día de hoy, seamos claros, habiendo vergonzosamente hipotecado sus plumas. Nada les va a pasar por destacar y relievar el aporte de Leguía en nuestra historia -todo lo contrario-, particularmente para nuestra política exterior de las primeras décadas del siglo XX, que fue una política exterior dominantemente de fronteras territoriales.

No he visto en la historia de nuestras negociaciones político-diplomáticas a un presidente que fuera más maximalista que Leguía y aun con ello, algunos ignorantes le decían vende patria. No perdamos de vista que Leguía, durante las negociaciones con Chile, pretendió para el Perú la recuperación no solamente de Arica y Tacna, sino, además, de Tarapacá. En efecto, poco se ha querido destacar que fue precisamente su gobierno y no otro anterior, el que solicitó por nota diplomática formalmente a la Liga de las Naciones el 1 de noviembre de 1920, y con la firmeza que correspondía, para que su Asamblea -nos convertimos en miembro fundador de este foro político mundial surgido del Tratado de Versalles, luego de la Primera Guerra Mundial, el 17 de noviembre de 1919-, considerase la revisión del oprobioso Tratado de Ancón. En ese documento diplomático, el gobierno de Leguía fue a fondo, demandando la completa devolución de Tacna, Arica y Tarapacá, dejando sentado por escrito que era antijurídica e ilegítima desde el derecho internacional la anexión territorial por el uso de la fuerza y que, habiéndose incumplido sus cláusulas, entre ellas, la realización del referido plebiscito sobre las ciudades de Tacna y Arica, había devenido en un instrumento nulo de toda nulidad.

Esa fue la diferencia con algunos de sus predecesores que comenzaron aflojar mirando la efectividad de la chilenización, y lo que es más grave, sin consideraciones de ninguna clase para con la resistencia de nuestros compatriotas en las referidas provincias cautivas, a las que tanto se refiere el eminente Jorge Basadre creyéndolas, como yo, que merecen el mayor homenaje ahora que nos hallamos ad portas del centenario de la reincorporación de Tacna al seno de la patria, por su coraje de peruanidad a prueba de balas; sin embargo, al final, una vez convencido de la oferta chilena de una servidumbre en favor del Perú: malecón de atraque, oficina de aduanas, y terminal ferroviario a Tacna, Leguía debió aceptar el punto medio de toda negociación en la que nadie podría pretender conseguir resultados absolutos y esta premisa en toda negociación, a veces no se entiende, creyéndose erróneamente de que los negociadores deben conseguir resultados totales o absolutos, un parecer contrario a la naturaleza diplomática de la negociación. Por eso cedimos Arica y recuperamos Tacna; sin embargo, junto a ello, no solo conseguimos la referida servidumbre a nuestro favor, sino que, además, amarramos Arica para que Chile jamás pueda disponer unilateralmente de este territorio que fuera peruano, cediéndolo a una tercera potencia, tal como está establecido en el artículo primero del Protocolo Complementario del Tratado de Lima, o ¿alguien podría creer de que, jugando el mismo criterio sobre Tacna, tal como está previsto en el referido artículo, estaríamos dispuestos los peruanos en pretender ceder nuestra Heroica Ciudad a algún otro país?. Estaba claro que este resultado en la negociación, que poco se ha querido destacar, se hizo pensando en la provincia de Arica, que estábamos perdiendo para siempre, pero eso sí, como un clavo en el zapato para Chile, también para siempre. Con esta decisión de aceptación por Leguía, entonces, conseguimos la reincorporación de la Heroica Ciudad de Tacna al Perú, lo que se hizo efectivo hace 94 años.

El acuerdo con Chile nos exigía realismo político-diplomático y eso hicimos, por lo que Leguía fue injustamente perseguido y hasta por odio político -como a Fujimori, que sigue recluido-, fue sometido al más cruel ensañamiento y murió mientras se hallaba encarcelado. En 1999 Chile concretó los referidos pendientes señalados en el artículo 5 del Tratado de Lima. Aunque no hemos aprovechado hasta ahora la referida servidumbre a nuestro favor, Chile efectivizó el sacrosanto principio del derecho internacional denominado Pacta Sunt Servanda que significa “Fiel cumplimiento de la palabra empeñada”, es decir, cumplir lo pactado y eso fue lo relevante. Su importancia es central en el derecho internacional y por eso ningún alumno mío se va de mi curso sin dominar las enormes bondades de la naturaleza jurídica del Pacta Sunt Servanda que gobierna al denominado derecho de los tratados, hoy ampliamente desarrollado en la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados de 1969.

A 94 años de la firma, lo importante es que ambos países concluimos en 1929 nuestros problemas terrestres gracias a este tratado que tiene naturaleza perpetua y que Leguía decididamente llevó hasta el final como corresponde a un presidente, sin dejarle problemas pendientes al país, como deben hacer los padres con sus hijos. Eso es lo responsable y es lo que distingue a un estadista de un mero gobernante de turno.

Cuando fui canciller, y contando con la aquiescencia del entonces presidente de la República, Pedro Castillo –no quiso ser estadista por su volubilidad aunque debo reiterar que en el tema de Tacna fue decidido en emprender todo lo que le propuse en su despacho sobre nuestra referida servidumbre para empoderar nuestras prerrogativas, y sobre nuestra propiedad privada El Chinchorro en Arica–, decididamente, con su aquiescencia, inicié el proceso definitivo para la tarea de ejecución de la construcción de la nueva sede consular y cultural peruana en dicha propiedad, protegida por el artículo 7° del Tratado de 1929, y por la propia Constitución chilena que consagra el derecho de propiedad (Art. 19 N° 24 incisos 1 al 5).

Revisando la actitud de Leguía sobre el valor de nuestros territorios invadidos por Chile durante la guerra de 1879, y que sabía de la existencia de nuestra propiedad privada, su deseo por sacarle el máximo provecho, era todo en su política exterior de límites con Chile. Por eso, a pesar de hallarse ya cubierto gran parte del costo de la construcción de la referida mega sede consular y cultural en El Chinchorro y de la enorme disposición del ilustre y filántropo tacneño, Julio Salazar Moscoso, el “Patriarca de los Peruanos en el Exterior”, que me llamó a Torre Tagle para expresarme su total e inmediata disposición contributiva complementaria para hacer realidad esta obra sin excusas y tantas veces postergada, decidimos ir con todo para consumar este anhelo del presidente Leguía, pero sobre todo, de la población peruana que había vivido el flagelo del referido cautiverio y que, como bien dijo Basadre, fue la única auténtica y mayor responsable de que Tacna se mantuviera pétrea al Perú sin que jamás fuera arrancada. Lamentablemente, como ha pasado en la actitud de nuestra clase política bicentenaria, mis sucesores lo han dejado para las calendas griegas. Concluyamos este pendiente nuestro, y no de Chile, y así también, demos a Augusto B. Leguía, el lugar que se merece en la historia.

La gratitud es lo más excelso en la vida del ser humano. Los enemigos políticos de Leguía hicieron de todo para borrarlo del imaginario de los peruanos, pero no lo consiguieron. Además de vende patria, que ya he referido líneas arriba, también quisieron presentarlo como presidente corrupto y cuando la gente enardecida asaltó su casa en la calle Pando del centro de Lima, en 1930, en los momentos de su caída del poder, no encontraron ningún signo de la opulencia que se decía del presidente alicaído por ese entonces. También dijeron lo mismo de Velasco y jamás podrán decir que fue un ladrón como hidalgamente lo reconoció en público en su programa en radio Capital en enero de 2017, el reconocido periodista Aldo Mariátegui. Nadie debe escribir lo que le piden sus amigos ni escribir para contentarlos y no debe ser difícil comprenderlo.

La historia es una sola y Leguía, se ganó un lugar en nuestro decurso nacional, a pesar que tuvo desaciertos. Cuando nos decidamos por una política de Estado sobre partidos políticos, entonces contaremos con nuevos actores políticos, sin los prejuicios de la tradicional clase política que hemos tenido a lo largo de los 202 años de nuestra vida independiente, aprendiendo de Manuel González Prada el inmenso valor de la crítica, de José Carlos Mariátegui, la exacta conceptualización del Perú por sus contrastes, de Víctor Raúl Haya de la Torre, su extraordinaria cosmovisión del indoamericanismo, de José María Arguedas, su inigualable profundidad sobre nuestra cosmovisión andina, de Raúl Porras Barrenechea, su éxtasis por la lealtad inclaudicable en los principios, y de Jorge Basadre Grohmann, su excepcional mirada profunda y certera del rostro del Perú invisible que tanto le preocupaba creyendo firmemente en la luz al final del túnel para nuestro destino como Estado nación. Mientras tanto y mientras podamos, sigamos escribiendo los que queremos y podemos, eso sí, sin hipotecas, diciendo únicamente la verdad, guste o no, como la que escribo alrededor de la justificada algarabía que nos produce recordar por estos días la reincorporación de Tacna al Perú y su impacto para nuestra vida nacional e internacional, sobre la enorme figura de Augusto B. Leguía, el mayor estadista de la primera mitad del siglo XX.

 

Miguel Ángel Rodríguez Mackay

Exministro de Relaciones Exteriores del Perú. Profesor de Política Exterior en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos – Escuela de Ciencia Política 

Miguel A. Rodriguez Mackay
04 de septiembre del 2023

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