Manuel Gago
Las mentiras del ambientalismo ideológico
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En mis treinta y tantos años, mi jefe medía el incremento de la temperatura de su oficina cuando era visitado. A modo de despedida decía: “dos grados centígrados de más”. Años antes, en el verano de 1985, saliendo de Tacna hacia la mina Toquepala, un descomunal huayco venido de lejos arrasó con parte de la Panamericana Sur. Por entonces, los ambientalistas rentados no estaban organizados, como hoy, en poderosas oenegés. Y como sabemos, las lluvias son previsibles, suceden en los veranos costeros e invierno serrano y selvático, siendo los huaycos y desbordes de ríos sus desastrosas manifestaciones. El resultado de antes era que quedaran enterrados los restos de mochicas y otras culturas preincaicas del norte del país.
Para los científicos, los “fenómenos climáticos” no son consecuencia del calentamiento global ni por las emisiones de carbono. La tierra, dicen, junto al sistema solar recorre cíclicamente lugares fríos y calientes del espacio sideral.
Los ambientalistas ideológicos difunden ideas sobre un “cambio climático” y “calentamiento global” y, asimismo, la creencia de que el agua se acabará. Culpan de los supuestos males a las emisiones de carbono, según ellos, por la conducta irresponsable de los industriales. Según dicen, el consumo de energías caloríficas de las plantas industriales modifica las fuerzas de la naturaleza; puede vencer la potencia del aire, agua y tierra. Preguntamos entonces: ¿Esas fuerzas pueden ser transformadas en menos de 200 años, después de los millones de años que se dice tiene la Tierra? ¿Todo habría comenzado después de la primera revolución industrial (1760 -1840), de artesanos y máquinas de vapor hasta la producción a gran escala y derivados de petróleo activando máquinas?
Ese ambientalismo político niega los procesos cíclicos como, por ejemplo, el del agua. Contra la minería inventaron que los ríos “nacen” a 3,000 metros de altura y, por tanto, los lugares sobre esa altura deben ser “conservados”; impedir que haya actividades económicas en ellos. Desde el colegio sabemos que el proceso de evaporación y condensación del agua es eterno y continuo. Las lluvias forman ríos, lagos, corrientes subterráneas, pantanos y demás.
La otra gran mentira es sobre los bosques, el pulmón del mundo. Por esto –dicen los ambientalistas– el Amazonas le pertenece a la humanidad. Inventaron el Acuerdo de Escazú para intentar apropiarse de los bosques y todas sus riquezas. Pero la ciencia es inobjetable: en el lecho marino existen bacterias y compuestos químicos con base de hidrógeno, oxígeno y carbono. Por estas partículas microscópicas de plancton, bentos y neuston –alimento natural para la flora y fauna marina– se genera más del 80% del oxígeno del planeta.
Finalmente, algunos se atreven a decir que los virus y plagas son parte de un proceso natural del balance demográfico y que actúan de manera cíclica. Existe data. El jefe de mis treinta y tantos años lo confirmaba: mayor temperatura por el mayor número de personas exhalando dióxido de carbono. Los ambientalistas, muy políticamente correctos, no se atreverían a decirlo. La idea del “desalojo” de los que sobran en la tierra, ¿ya fue probada recientemente?
Donald Trump está haciendo los cortes de gastos que había anunciado durante la campaña electoral. El aporte de los contribuyentes no irá a una casta de burócratas internacionales cuya intención es destruir el proceso de recuperación económica estadounidense. El Fondo Verde del Clima (GCF) exige más. Estados Unidos, entonces, se ha retirado del Acuerdo de París, del grupo de personas que hacen del medioambiente el mejor de los negocios. Las poderosas oenegés temen que este hecho sea imitado por otros países. Pasarían de la clase exclusiva y salones VIP a la realidad de la mayoría de la humanidad que dicen proteger.
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