Eduardo Zapata

La triste realidad magisterial

Las causas del atroz fracaso educativo y la deserción escolar

La triste realidad magisterial
Eduardo Zapata
17 de mayo del 2018

 

Mientras para algunos Internet y el mundo de la electronalidad están produciendo seres humanos empobrecidos, los jóvenes de hoy sostienen que sus hermanos menores son mucho más inquietos y creativos, no esperan soluciones “de fuera”, sino las buscan ellos mismos, y —en definitiva— tienen mayores competencias y habilidades que las que tenían ellos a su edad.

“A su edad, yo era casi un nerd dependiente de mis padres”, dice uno; “mi hermano de 9 años me gana con facilidad en todos los juegos de Internet”, acota otro con no poca vergüenza. Cualquier problema que se presenta como usuario de las nuevas tecnologías lo descubre y soluciona el hermano menor.

Claro está, sin embargo, que hoy se detectan mayores índices de hiperactividad o falta de concentración en los niños de las escuelas públicas y privadas. Reales o peligrosamente imaginarios. Claro también que el hacer varias cosas al mismo tiempo —también consecuencia de la tecnología electronal— suele desconcertar al maestro de aula y constituir un problema para la actual propuesta escolar. Claro también que el mayor se sentiría más cómodo si el menor recorriese el mismo camino lleno de previsibilidades que él recorrió.

Sin embargo, convendría estar atentos a estos datos proporcionados por los propios jóvenes que tienen hermanos menores y comparten una misma tecnología. Porque, aun cuando muchos pretenden negarlo, estamos ante el advenimiento de nuevas generaciones ya no signadas por lo que un filósofo como Sloterdijk llamaría “fuerzas inhibidoras”, sino más bien “desinhibidoras”. ¿No será que gran parte del llamado fracaso de nuestra escuela consiste precisamente en negar evidencias de competencias y habilidades nuevas y distintas, como consecuencia de seguir apostando por modelos educativos que —tal vez, solo tal vez— fueron eficientes para el mundo del ayer?

Se sigue criticando mucho en estos tiempos la llamada Ley de la Carrera Pública Magisterial, basada en la meritocracia. Curioso resulta que muchos de los que realizan estas críticas, saben que dos profesiones o actividades fueron asumidas por muchísimas personas por sentir que carecían de competencias para otras: una de estas profesiones fue la de maestro. Sueldos bajos, pero estabilidad laboral; estancamiento intelectual, pero nunca evaluación; memoria repetitiva y burocrática, pero poca creatividad.

Creo que estamos ante un problema serio en el magisterio. No por la Ley criticada, sino porque esa misma ley mejorada (se entiende optimizada para asegurar calidad) dejará fuera a un mayor número de maestros si se aplica estrictamente. Personalmente creo que tenemos más de 200,000 maestros —hoy en funciones— cuyas competencias y habilidades son superadas por las de sus propios estudiantes. ¿Estos maestros serán capaces de llevar adelante el sacrosanto currículo nacional recientemente aprobado?

Muchos reclamaban que la ley incorpore el “desempeño en aula” como factor meritocrático. Y hay una concesión en torno a ello. Obvio que no suena mal. El problema es que —por escala— esto es imposible de medir objetivamente y terminarían tal vez por obtener mejores puntajes los maestros amigos de las “fuerzas inhibidoras” y simplemente adaptativas (no proactivas). Porque en eso han sido entrenados. O lo serán.

Cuidado, señor ministro. Usted parece creer que “el SUTEP y el magisterio son una sola cosa”. Y sí lo son: una de las causas del atroz fracaso y deserción escolar que una propuesta educativa anquilosada y maestros (de)ambulantes han llevado adelante.

 

Eduardo Zapata
17 de mayo del 2018

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