Aldo Llanos
La religión y el acceso a Dios en el incanato (I)
Una exploración desde la filosofía de Leonardo Polo
Como ha sido especificado previamente, la antropología trascendental poliana preconiza que el acceso a Dios, como ser personal y no como idea (la idea de Dios), parte del conocimiento íntimo de la persona humana que nosotros somos. Al respecto, Sellés (1998) sentencia: “Y nos conocemos como la persona que somos al vernos personalmente referentes a Dios” (p.235), y esto, conociendo primero nuestro carácter de criatura, distinta a la del resto de seres vivos creados: las demás criaturas, algo que es un típico punto de partida en cualquier forma de religión.
Para Sellés (1998), las vías clásicas de acceso a Dios podrían resumirse en tres: la vía metafísica, la vía ética y la vía antropológica. La primera, supone a Dios como “el fundamento último de lo real existente” (p.236). La segunda, lo supone como el bien último en la búsqueda de la explicación sobre el sentido de nuestros actos, y la tercera, supone a Dios como Aquel que nos ha creado y que nos dice quién es cada uno y quién estamos llamados a ser.
En efecto, el conocimiento de Dios como idea, es un tema que le compete a la inteligencia(1), al igual que la solución a la pregunta sobre qué es Dios, sin embargo, el conocer Quién es Dios implica partir desde el Ser personal, es decir, de mi misma intimidad: quién soy, la que sería la “vía antropológica”. Queda claro, que esta vía no fue desarrollada por la religión Inca(2), ya que no hay referencia alguna en crónica, ni relación alguna, aunque esto no niegue la connatural curiosidad humana por conocer su origen, así como el principio de todas las cosas.
Al intentar darle una explicación a estas interrogantes es que se desarrolla un sistema mítico de creencias, en los que se fundamenta y da sentido, a la vida de toda una sociedad. De este modo los Incas concibieron un mundo dividido en tres áreas interconectadas: el Hanan Pacha o mundo “alto”, que es el lugar en donde viven las divinidades; el Kay Pacha o mundo “medio”, que es el lugar en donde viven los hombres; y el Ukju Pacha o mundo “bajo”, que es el lugar en donde viven los muertos y los males.
De acuerdo a esta cosmovisión, el Inca es la conexión entre el Hanan y el Kay Pacha, debido a su especial naturaleza por ser “hijo del Sol (Inti)”; así como las Pakarinas, sean una cueva, un puquio (manantial), una laguna o cualquier tipo de oquedad, son la conexión entre el Kay y el Ukju Pacha.
Aún más, para historiadores como Valcárcel (2011), “dos grandes serpientes ponen en comunicación los tres mundos, surgen de las aguas y del seno de la tierra, repta una y la otra –la de dos cabezas–, anda verticalmente sobre la superficie terrestre; finalmente ascienden al cielo, donde se convierten en el rayo y el arco iris” (p.115).
Si los Incas rendían pleitesía a los astros, a ciertos fenómenos naturales y a algunos animales totemnizados, reconocían que estos estaban subordinados a un dios más poderoso ya que todos estos no poseían el atributo humano de la libertad. Efectivamente, el sentido común les hizo ver en los ciclos naturales, el orden cósmico-natural bajo el cual están regidos los movimientos/comportamientos de los antes mencionados. Este dios creador de todo lo existente es el Apu Kon Titi Wiracocha cuyo nombre significa: “Supremo Señor del gran Todo que integra el fuego, la tierra y el agua” (Valcárcel, 2011).
Wiracocha era, al menos, una deidad trascendente, ya que no vivía en este mundo (Kay Pacha), aunque intervenía en este bajo diversas formas y en todas partes(3). Para mayores luces sobre esto, cabe resaltar que el establecimiento oficial del culto a Wiracocha, por cuenta del Inca Pachacuti, vino precedido por el relato que mitificaba el triunfo quechua sobre los chankas. Siendo el gobernante el Inca Viracocha (Inca Ripak), es advertido por Wiracocha sobre el inminente peligro del avance de sus belicosos vecinos, a lo que, en un acto de desconfianza, decide huir junto a su hijo, el heredero al trono: Inca Urco, dejando al Cuzco a merced de los invasores. Es entonces cuando se levanta en pie de guerra otro hijo del Inca: Titu Cusi Manco Capac o Cusi Yupanqui (Pachacuti), quién recibe la promesa de Wiracocha de vencer al enemigo, transformando las piedras en guerreros, cosa que finalmente se cumplió, logrando la esperada victoria.
A partir de Pachacuti, se levantaron templos para el culto de Wiracocha, como el situado en la provincia de Canchis, en dónde otro relato atribuye a la acción de este dios una lluvia de fuego durante su recorrido creador por el Kay Pacha; y otro situado en el lugar de la actual catedral del Cuzco o Huakaypata.
Las crónicas recogen el carácter creador de Wiracocha y era tal su preeminencia, que en el mismo templo del Sol o Koricancha, y en el lugar más alto, fue colocado su símbolo: una lámina oval de oro, por orden de Pachacuti. Para Valcárcel (2011), esta figura “venía a ser, como en otras religiones, un símbolo de creación por excelencia, óvulo o matriz cósmicos” (p.117).
Otro punto a tomar en cuenta, es el poder determinar si los Incas eran fetichistas o creían en realidades espirituales, tales como el alma.
- La inteligencia o razón, es una facultad que forma parte del Modo de Ser de la persona humana, no del Ser personal que es Quién hace uso de ella: el pensar.
- Aunque los Incas no produjeron textos que ratifiquen esta afirmación directamente, si se cuenta en la actualidad con documentos que han registrado las observaciones hechas por los españoles desde sus primeros encuentros con los naturales.
- Para Valcárcel, el vocablo Titi significaría: “en todas partes”, aunque se discuta en la actualidad si se refiere a una actividad inmanente o trascendente.
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