Raúl Mendoza Cánepa
La noche más oscura
Hoy la muerte es cotidiana: conocidos, amigos, maestros

Facebook no tiene gracia, no cuando percibes que hay quienes se alejan. Puede ser un viejo maestro o un buen amigo, y te preguntas qué fue aquello que opinaste y no gustó. Incluso en la tempestad desaparecen, pero reparas, a la vez, que surgen voces amables que estaban allí sin que te dieras cuenta. Insospechadas, plurales, amables. No importa la ideología o el combate, simplemente son una voz, una plegaria y un abrazo.
Perder a mi madre esta semana me trajo un dolor que (como es mi caso) siempre tiene su proceso: el estupor, esa confusión del boxeador que recibe un golpe y no sabe qué es lo que le está pasando. Más tarde, los ojos se humedecen y coagulan. Siempre creí que hay un mecanismo de defensa que contiene al dolor para que no nos destruya. No necesitas leer las instrucciones para llorar de Cortázar, pero debes soltar y cada uno tiene su propia manera de soltar. Escribir poesía ha sido, para este escribidor de fugacidades, un recurso para llorar.
Ella, católica, piadosa, tan reacia a escuchar las maledicencias y tan lejos del combate, en su mundo de contemplaciones, me hubiera contenido de las barras bravas de la política. Tenía un libro de cabecera de años. Pensar era su mundo. Me invitó a leerlo desde temprano. El Criterio, de Jaime Balmes. Lo releía y transcribía fragmentos. Su frase favorita era “Las pasiones son buenos instrumentos, pero malos consejeros. (…) El hombre sin pasiones sería frío, (…) pero el hombre dominado por las pasiones, es ciego”. Reunía mis artículos políticos y los de El Dominical de EC (con más cariño aún) en un archivo, porque lo suyo eran las Humanidades y ella amaba la búsqueda de las verdades eternas, no las efímeras. Viene a pelo otra frase de Balmes: “Un entendimiento claro, capaz y exacto, abarca el objeto entero; le mira por todos sus lados, en todas sus relaciones con lo que le rodea”. Todo abogado, todo periodista, todo político debería leerlo.
Sabía del valor de la verdad vista por todos sus lados. La ironía perversa es que la amante de la sabiduría fuera perdiendo la memoria, y llegaría un día que no reconocería las letras, los rostros ni las calles que le eran cercanas. Fue abandonando el pincel, quizás fue lo primero. Nadie sabe lo que es el Alzheimer ni de su dureza, se aprende en el camino; pero a la vez perder los recuerdos y la conciencia de las cosas es no saber de pronto de las quemaduras de la vida. No supo de muertes cercanas ni de la pandemia, esa niebla cargada que convierte hoy las pompas fúnebres en soledad, la soledad de las despedidas tristes, lejanas y breves.
La muerte siempre fue un escándalo. Hoy es cotidiana: conocidos, amigos, maestros, muertos como de pronto… como si no fuera ya un infierno la incertidumbre económica, el descalabro de las opciones, el temor, las pérdidas. Mientras nadie hace nada para que esta fea historia concluya por fin y volvamos… como se vuelve de los viajes y de los sueños.
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