Neptalí Carpio

La insurgencia democrática en Venezuela

Una posible salida a la gran crisis humanitaria

La insurgencia democrática en Venezuela
Neptalí Carpio
21 de febrero del 2019

 

Algunos analistas y partidarios de izquierda y de derecha imaginan que el desenlace de la crisis venezolana será mediante una típica intervención militar o un golpe de Estado, por acción de un grupo de militares disidentes del régimen dictatorial de Maduro. Pero lo que en realidad puede estar gestándose en Venezuela es una inédita insurgencia masiva que neutralice cualquier acción represiva sangrienta y que, contra todo pronóstico, termine en una vorágine envolvente de múltiples tendencias que obligue a una retirada del actual régimen chavista.

La virtud de la coalición de Juan Guaidó radica en haber implementado una estrategia multidimensional, que expande su legitimidad interna y externa, mientras cada vez se hace más evidente la torpeza y precariedad del régimen chavista. Además ofrece una propuesta de transición hacia nuevas elecciones, alternativa que resulta atractiva para diferentes actores políticos, y ha logrado un apoyo internacional sin precedentes, aislando a los militares que sostienen al usurpador. También ofrece una amnistía a los militares que opten por la disidencia, proyecta embrionariamente una opción de Gobierno de transición y ha hecho de la ayuda humanitaria el eje de una gigantesca movilización ciudadana y de cientos de miles de voluntarios organizados. Un factor que puede ser la clave del desenlace, a tal punto que el propio dictador Maduro se ha visto obligado a intentar una ayuda humanitaria de última hora de los países de régimen dictatorial que lo apoyan, contradiciendo sus propias expresiones que señalaban que Venezuela no necesitaba ayuda humanitaria.

Pero sería ingenuo no tener en cuenta que detrás del teatro de operaciones de ambos polos existan fuertes intereses —por un lado, de EE.UU., por el otro, de Rusia y China— por las poderosas reservas que el país llanero tiene en petróleo, gas y otros minerales. Muy pocos saben, por ejemplo, que el régimen de Maduro tiene una deuda de US$ 60,000 millones con China. También es evidente que el éxodo de millones de venezolanos ha convertido la crisis venezolana en un palpitante tema internacional que inevitablemente obliga a una actuación de diversos países y a la toma de posición de cualquier ciudadano latinoamericano. Salvo que alguien pretenda que la prolongación del régimen chavista multiplique esta inmigración a situaciones insospechadas —para el surgimiento de una sostenida xenofobia regional, capitalizada por actores de derecha e izquierda, en los próximos años—, la realidad obliga a una enérgica actuación de diversos países, entre ellos del Grupo de Lima, para hacer posible la caída del régimen autoritario de Maduro. La crisis de Venezuela la sentimos cotidianamente en nuestras narices, por el creciente descontento de amplios sectores, por los efectos económicos y sociales de la masiva inmigración venezolana.

El escenario ideal sería que el 23 de febrero se produzca una masiva rebelión en el país llanero. Pero no como una acción violenta, sino como una gran movilización pacífica, solidaria y de protesta, canalizando una masiva ayuda humanitaria por todas las fronteras y que ponga en jaque al régimen de Maduro, y con una alta desobediencia de los militares. No sería una acción que termine en términos inmediatos en un derrocamiento del régimen chavista, sino de un giro radical en las correlaciones de fuerza, que deje herido de muerte al usurpador y la cúpula militar. Una situación que obligaría a una inevitable convocatoria a elecciones libres para la instauración de un nuevo Gobierno. El gran festival musical que congrega a los artistas latinos más importantes de la región pone el sello original a esta gesta democrática.

En este escenario sería torpe una intervención militar norteamericana con el apoyo de otros países fronterizos, tal como lo ha señalado el Grupo de Lima. Podría abrir una internacionalización del conflicto, en la que el gran perdedor sería el pueblo, con miles de víctimas, y la actuación de los grupos guerreristas de ambos bandos terminaría por dominar el escenario. Es aquí donde se pone a prueba la destreza del liderazgo de la coalición de Juan Guaidó, para evitar que aborte un proceso de transición que puede tardar más tiempo de lo que algunos termocéfalos imaginan. Cuanto más crezca la movilización ciudadana a favor de una salida democrática, tanto más seguro será el triunfo del pueblo venezolano. La diplomacia jugará también, en su momento, un rol fundamental. No hay manuales para aplicar a esta atípica experiencia al país llanero.

No sería la primera vez que una dictadura cae como efecto de una extendida y masiva desobediencia ciudadana, sin ingresar propiamente a una guerra civil. Pero aquello solo será posible por una magistral conducción táctica y estratégica, y por la sabiduría de sus propios ciudadanos, muchas veces organizados espontáneamente. Como ha corroborado tantas veces la ciencia política, “los pueblos aprenden en pocos días y, hasta en horas, lo que no pudieron hacer en décadas y hasta en siglos”.

Ante una eventual consolidación del liderazgo de Juan Guaidó, el momento cumbre de la presión ciudadana debería ser la convocatoria a elecciones, pero con un Jurado Electoral realmente independiente, que garantice un proceso electoral libre, y sin ningún tipo de manipulación. Esa será la verdadera opción para que pronto Venezuela ingrese a una prolongada primavera democrática, evitando pasar de una dependencia a otra igualmente contraproducente.

 

Neptalí Carpio
21 de febrero del 2019

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