Silvana Pareja
La generación sin pensión
¿Cómo sobreviviremos en el futuro?

El país vuelve una y otra vez sobre la misma pregunta incómoda: ¿ha llegado la hora de poner fin a las AFP? Lejos de ser un recurso retórico, la duda refleja una preocupación creciente.
El sistema de Administradoras de Fondos de Pensiones nació con la promesa de garantizar seguridad en la vejez, pero hoy, para muchos jóvenes, representa más desconfianza que esperanza. ¿Qué futuro nos espera si seguimos atados a un modelo que solo funciona para una minoría?
La realidad es contundente. Según la Encuesta Permanente de Empleo Nacional (EPEN) del INEI, el 70.7% de los trabajadores peruanos está en la informalidad, sin acceso a ningún tipo de protección social. Apenas el 29.3% tiene un empleo formal que le permite aportar de manera regular a una AFP. Es decir, el sistema previsional actual ya excluye, de entrada, a la mayoría. Y dentro de ese reducido grupo de aportantes, muchos descubren que después de décadas de esfuerzo reciben pensiones que no superan los S/ 1,200, una cifra insuficiente en cualquier ciudad del país.
El problema es doble. Por un lado, el modelo de AFP está construido sobre la base de un mercado laboral formal, estable y continuo, algo que en el Perú no existe. Por otro lado, el sistema educativo y económico condiciona nuestras posibilidades. Entre quienes solo llegaron a primaria, la informalidad alcanza el 94.4%; entre los que completaron secundaria, 81.2%. Incluso con estudios universitarios, el acceso a un empleo formal no está garantizado: 61,1% para quienes pasaron por la universidad y 43,8% para quienes cursaron educación superior no universitaria.
Entonces, ¿qué hacemos? ¿Simplemente damos por muerto el sistema y buscamos otro camino? Sería ingenuo pensar que eliminar las AFP resuelve el problema. El dilema es más profundo: el Perú necesita un sistema previsional que refleje su diversidad social y laboral. Para algunos, las AFP pueden seguir siendo una opción; pero no deberían ser la única.
Los jóvenes de hoy no pensamos en la jubilación como lo hicieron nuestros padres. No porque no nos importe el futuro, sino porque la precariedad laboral nos obliga a priorizar el presente. Muchos jóvenes prefieren ahorrar de manera independiente, invertir en educación, emprender, o incluso apostar por otras formas de acumulación patrimonial antes que confiar ciegamente en un sistema que no les ofrece certeza. La jubilación, en nuestro imaginario, dejó de ser un horizonte claro y se convirtió en un terreno incierto.
De ahí que la pregunta “¿deben morir las AFP?” tal vez deba reformularse: ¿qué modelo de seguridad social necesitamos para un país mayoritariamente informal? ¿Qué mecanismos pueden garantizar un mínimo de bienestar en la vejez, incluso para quienes nunca tuvieron un contrato formal? El futuro de las pensiones en el Perú no pasa únicamente por reformar las AFP, sino por rediseñar el contrato social que sostiene la idea de jubilación.
La respuesta no es sencilla, pero sí urgente. Los jóvenes del siglo XXI no queremos un futuro de pobreza disfrazado de pensión. Queremos un sistema justo, flexible y realista, que no excluya a siete de cada diez trabajadores y que entienda que jubilarse no debe ser un privilegio, sino un derecho.
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