Cecilia Bákula
La culpa la tienes tú
Un mandatario que se solaza culpando a la ciudadanía de todo

Sin duda que los ciudadanos somos (o debemos ser) responsables de nuestras acciones. Pero yo nunca había escuchado una seguidilla de mensajes de un mandatario que se solazara tanto en inculpar a la ciudadanía de todo, de enviar signos de “yo no fui” a quienes día a día esperan con ansias recibir una voz de esperanza, de empatía, de quien lleva las riendas del gobierno. A cambio de ello recibimos solo mensajes ambiguos, confusos, que llevan a veces veladas (y a veces de manera directa) acusaciones a la conducta de la población.
No dudo de que hemos visto imágenes dramáticas de cientos de personas que abarrotan los mercados, que hacen colas ante los bancos, que pugnan por arrancarle a la pobreza, unas monedas para subsistir. No dudo que ha habido inconductas graves; pero un mandatario debe, a mi criterio, no solo reconvenir cuando es necesario, sino aportar luces, ser empático, contundente y claro. Y si esa autoridad siente que efectivamente que personifica a la nación, como lo estipula claramente nuestra alicaída Constitución, no puede intentar ocultar incapacidades y malas gestiones, tramperías e inacciones, achacando la terrible situación de hambre y muerte, solo a los ciudadanos.
Parece que se olvida de elementos por todos conocidos; entre ellos la gravísima informalidad que los expertos colocan en un 70% de la población, y que son esos informales los que de muchas maneras hacen mover la rueda del comercio, pequeño pero activísimo. Se olvida, o no se quiere ver, que por falta de previsión carecemos de sistemas de salud, lo que obliga a las personas a mendigar, de manera masiva, una migaja de atención. Se olvida que al no tener sistemas formales de bancarización, se ha llevado a la gente a las calles a recibir un caritativo bono que además, por incompetencia, llegó a muchas personas que no lo necesitaban y dejó en abandono a muchas otras.
¿De qué se nos culpa?, de no poder movilizarnos en un sistema de transporte digno y eficiente y que por ello las personas usan y seguirán usando esos servicios en donde es imposible pensar en salubridad. ¿De tener que hacer colas masivas, de abarrotar los mercados desordenadamente, de ser una población con altos índices de anemia, de no tener una computadora para estudiar unos programas hechos quién sabe por quién y para qué fines? ¿Se nos acusa de no tener guantes y mascarillas, cuando no hay dinero para el pan? ¿Se nos acusa de llorar la muerte de un ser querido que murió por falta de atención y cuyo cadáver está en un depósito? ¿Se nos acusa de desesperación?
Y si solo la población es culpable de todo, de la pandemia, de las muertes, de la falta de atención médica, de la escasez de medicamentos, ¿seremos también responsables de los robos destapados en plena pandemia, de los contratos innecesarios, de las sobrevaloraciones en los procesos de adquisición, de las tardanzas culposas en la atención a los problemas que esa población culpable vive? ¿Seremos culpables solo nosotros? ¿No será este el momento de intentar hacer un mea culpa y con toda sinceridad reconocer que no se puede manejar el barco y dar el timón a quien pueda hacernos surcar este mar bravo y tempestuoso, con olas y vientos de todos los frentes para ir en busca de un faro luminoso que nos permita anclar en aguas calmas y transparentes?
Hoy este es mi sentimiento. Y levanto mi humilde voz para reclamar cordura, acción, empatía, claridad, transparencia y dirección por parte de quienes se han atrevido a desempeñar un rol directivo en nuestra sociedad. Y este reclamo va de rey a paje, de la cabeza a los pies; pero la responsabilidad y la culpa, será siempre mayor de quien más rango ostenta.
Y si fuera solo ese mensaje de “yo no fui, fuiste tú”, casi podríamos asumirlo como producto de la desesperación de quien no sabe qué hacer para aportar esperanza. Es decir, le doy el beneficio de una leve duda. Pero lo grave es la infinidad de mensajes desconcertantes, de la carencia de una estructura de mando que aporta a quien comunica, hechos, datos y acciones adecuados. Por ejemplo, no se puede salir, pero los trabajadores sï; lávate las manos rigurosamente, pero no te doy agua; usa guantes, aunque parece que no son necesarios; hay que evitar contagiarnos, pero en realidad, no importa porque como nos vamos a contagiar y a morir todos;. la curva sube o mejor dicho baja y el martillazo es eficiente, pero no lo es tanto; si eres viejo y encima obeso, no puedes salir pero anda atiende a tus familiares ancianos; que te hagan la prueba, claro que no sirve y los resultados estarán cuando hayas muerto; si necesitas atención médica quédate en tu casa y llama por teléfono con paciencia mortal; y si necesitas de un espacio para el espíritu, lo lamento, las iglesias aún no pueden abrir...
Ese no es el país que queremos y menos el que merecemos. ¿Qué falta para que se enmiende el rumbo, para que se asuma la responsabilidad que se tiene entre manos, para que se muestre, surja y se deje ver el dirigente, el líder, el conductor que el país necesita? Esta pandemia no solo ha matado a ciudadanos, ha destruido familias, negocios y esperanzas; está hiriendo y envenenando la ilusión de un pueblo, está posicionando antivalores. Y claro, la culpa es nuestra.
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