Francisco Swett

Inteligencia: ¿humana o artificial?

La creciente autonomía de la inteligencia artificial

Inteligencia: ¿humana o artificial?
Francisco Swett
29 de junio del 2020


Algunas de las frases que resumen la condición humana incluyen a “yo soy yo y mi circunstancia” de Ortega y Gasset, “pienso, luego existo” de René Descartes y “conócete a ti mismo”, atribuida a Tales de Mileto. En tiempos de extraordinario desarrollo tecnológico es válido preguntar: ¿son estas frases aplicables a la inteligencia artificial?, ¿es posible estudiar la inteligencia artificial según los principios de la teoría de la mente? y ¿acaso tiene conciencia y consciencia la inteligencia artificial?

Para no dar una respuesta corta, dicotómica (sí o no), empecemos por argumentar que la teoría de la mente relaciona la habilidad para entender los deseos, intenciones, y creencias de otros. Esta habilidad se desarrolla en los niños entre los tres y cinco años, y presume aceptar y entender las perspectivas de otras personas. La consciencia es el atributo que poseemos para referirnos a nuestra capacidad de reconocer y percibir la realidad, relacionarnos con ella y reflexionar sobre la misma. Es diferente a la conciencia, que es el conocimiento moral que nos permite distinguir entre el bien y el mal. La inteligencia animal reconoce atributos de conciencia y de la teoría de la mente en otras especies, pero ese tema lo dejaremos para otro momento. 

La inteligencia artificial es creada por el hombre y, en el actual estado de desarrollo, su ventaja competitiva radica en la cantidad de información que las matrices de datos pueden absorber, guardar y procesar con velocidad que sobrepasa la capacidad humana de respuesta. Dichas matrices contienen la información ingresada a través de la digitalización en memorias de alta capacidad que, además, están vinculadas entre sí por algoritmos matemáticos (que son instrucciones para llevar a cabo determinadas tareas de computación y ordenamiento) que rescatan datos dispersos y los presentan de manera ordenada y comprensible. Lo “inteligente” radica en la autonomía que se le otorga a los ordenadores para que puedan interactuar y arrojar las respuestas y reacciones requeridas. 

El cerebro humano, el producto de tres mil millones de años de evolución, es un órgano singular que reúne en sí mismo las características de hardware y software y, al lograrlo, nos hace ser quienes somos y lo que somos. Sus funciones abarcan todo el espectro reconocido, desde permitir el funcionamiento automático del organismo (pues no tenemos que pensar para respirar, digerir los alimentos o que circule la sangre), hasta construir las memorias, procesar las respuestas a las preguntas que nos planteamos, dotarnos de sentimientos, perspicacia, emociones, intuición, atributos artísticos y de actividades propias de nuestra especie como la escritura a mano. 

Las neuronas, agrupadas en redes cuya función, forma, alcance y vinculación es particular a su localización, se agrupan en cien trillones de interconexiones, procesan las instrucciones cuando son activadas por cambios de voltaje en las membranas de los axones que las vinculan. Los iones de sodio, calcio, magnesio y potasio se desplazan a través de los canales neuronales (más finos que un cabello) y, al llegar al punto de conjunción cambian su naturaleza bioquímica para convertirse en estímulos eléctricos que luego, al transcurrir el evento de transmisión, vuelven a tomar la característica de procesos bioquímicos. Algunas de sus actividades pueden asimilarse a algoritmos pero, a diferencia de la inteligencia artificial, no hay tal limitación para su funcionalidad.

Un programa de inteligencia artificial puede ganar al campeón del mundo en el juego chino de Go o vencer al campeón mundial de ajedrez, pero no está diseñado para componer música de Bach. Si se altera los pixeles de una foto o imagen, la inteligencia artificial “pierde la visión” y es incapaz de identificar al mismo objeto que reconoce cuando la información está acorde con la información que tiene guardada en su memoria. La clásica película “2001 Odisea del Espacio” (filmada en 1969) tenía como principal protagonista a un computador de inteligencia avanzada – HAL – que entra en conflicto con los astronautas en un viaje a Júpiter y se convierte en el ultra villano capaz de captar los pensamientos al observar la dilatación de las pupilas o leer los labios de sus adversarios humanos. El desenlace conlleva la muerte de todos, incluyendo la del rebelde organismo artificial que quiere que prevalezca su voluntad contraviniendo las instrucciones de su creación.

La ciencia ficción permite ejercer todos los grados de libertad de la imaginación del autor. En el mundo real la inteligencia artificial tiene usos y aplicaciones cada vez mayores y su autonomía es creciente para servir a los humanos y resolver problemas planteados por los hombres. Tener información, no obstante, no es suficiente para tomar las mejores decisiones; no es “El Mejor de Todos los Mundos” de Aldous Huxley pues sigue teniendo vigencia la observación que Niels Bohr, el famoso físico danés, alguna vez le hiciera a uno de sus alumnos: “piensa, no seas lógico”.

Francisco Swett
29 de junio del 2020

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