Hugo Neira

Huachafería (II)

Peruanismo que expresa la conciencia del cambio y también su mala conciencia

Huachafería (II)
Hugo Neira
19 de agosto del 2024


Si la problemática de la huachafería ha permanecido hasta nuestros días para gran parte de la “intelligentsia” como algo secundario, es en gran medida debido a una interpretación excesivamente clasista del conflicto social (y por la dificultad de verse a sí misma como una élite). Se olvidó, en materia de metodología, que la historia la tejen no sólo ciegas fuerzas estructurales, invariables, sino el actor, los hombres, sus gustos, las modas. Se olvidó, también, en plena marxología, la otra lección, la de Weber: la lógica de los conflictos puede ser la de las situaciones de clases, en torno al dinero y al sistema de producción como también la ligada a la posición y el prestigio social, y éste es el caso. La huachafería es uno de esos conflictos que limita su dominio a obtener ventajas marginales. Acaso por eso se le ha desdeñado. Potencial en el pasado, hoy el conflicto es abierto, y se entiende el porqué. La escasez, y ya se ha visto eso en otros escenarios dramáticos, acrecienta los niveles de angustia, cuando pesa no sólo la propia desdicha sino el bien ajeno. ¿No era el filósofo Ganivet quien decía que una de las características del hombre español era la envidia? Diría, más anchamente, una característica de las sociedades precapitalistas y agrarias, donde el éxito o el ascenso social difícilmente se aceptan. Pueblo chico, infierno grande. 

Pero no sólo se huachafea por impulso de censura o por envidia. Tesis positiva sería afirmarla como una tendencia hacia la exigencia, digamos que es como un control de calidad ejercido por todos. Es verdad que en una sociedad como la peruana de los años ochenta, empobrecida brutalmente, la preocupación esencial resulta ser la de la simple supervivencia. Ante el flagelo de la vida cara, la violencia, la desagregación social, en muy poco cuenta “el qué dirán”. Con todo, la censura social sigue activísima, como chisme, como bola e infundio público, acicateada por la interminable crisis. Y como sangrienta burla a todo aquel que intente, en la generalizada bancarrota, escapar al destino de pobreza colectiva mediante mecanismos ostentatorios o fraudulentos. Presumir de fortuna o de finuras en el Perú pobretón, no sólo resulta un acto fuera de lugar sino suicida. Hay un país trabajado por fuerzas terribles, contradictorias. Hay fuerzas que como jamás tienden hacia la igualitarización. Máquinas gigantescas de nivelación están en marcha. Lo cual no quiere decir que no existan los mecanismos que continúan estableciendo, aun en la peor de las crisis, la distancia social, a través del ascenso de los más hábiles y más inescrupulosos, en un clima de delicuescencia que produce escalofríos. Crisis o no, hubo quienes en medio del caos prosperaron. Abelardo Sánchez León, ante el Perú de los días que corren, señala que ya no son las clásicas profesiones liberales, médico, abogado e ingeniero, las que abren la ruta a la fortuna, sino la universidad de la calle, de la violencia y el vicio, o de ambas, y la nueva trinidad de triunfadores es la de narcotraficantes, secuestradores y senderistas (“Los tres caminos de la bacanería de los 80 en el país”. En: Quehacer, 1989).

Otros signos, en la lengua cotidiana, entre los jóvenes, vienen a decirnos que no se ha perdido la capacidad para producir la distancia social, y menos, el placer de denostar: moscos, mensos, indefensos, pavos, mongos. En suma, los tontos, los dominados, los otros, “los babosos” (Julio Hevia Garrido-Lecca, El limeño como estereotipo, Lima, 1988). Resulta significativo en esa Lima próxima al milenio y promesa de todos los apocalipsis sociales, que nuevos vocablos metaforizan acaso con un vigor que se ignoró en otras edades del Perú tradicional, y con una crítica social que apunta de preferencia a los vencedores. ¿Simple recurso de la envidia? Todo éxito, sexual u otro, resulta sospechoso. Pendejo, chucha, chamullador, fanfa, toquero. Huachafo no es el único adjetivo que excluye. En la guerra de todos contra todos (¿no es eso el mercado?), el subconsciente social aguza nuevas flechas.

¿Persistirá la expresión? Acabo de señalar que han aparecido otras: “achorado” por ejemplo (el concepto esta vez, indica un vencedor, aunque inescrupuloso). Es difícil vaticinar, y en especial ante el esquivo Perú del fin de siglo, y más en el tema de las relaciones entre lenguaje, sociedad y representación social. Pero si el país sobrevive a sus plagas que no son pocas, quizá perviva uno de sus primitivos sentidos, como sanción ante la vulgaridad que se vuelve desfachatada ambición. Y contra la impostura. Alguien siempre puede asumir un rol que no es el suyo. Entonces, la voz guardará su sentido corrosivo. ¡Ay de los falsos profetas, los sobrevaluados, los pomposos! Lima sigue siendo corte. Huachafería, censura de la inautenticidad, disputa de vecindario que algo guarda de palaciega, inquisición al alcance de ciudadanos sin otro título que el sentido común. Y asomará en cuanto se levante un mamarracho de edificio o se exhiba un cuadro pretencioso y, en consecuencia, alguien se ría.

Guerrilla sin balas del humor público. Como a toda comunidad humana, nos habita la idea de que algo pueda hacerse bien, o de lo contrario, de manera estrambótica, porque a todos nos habita el convencimiento de que los limos de lo peruano pueden combinarse de manera excelsa, pero también con pésimos resultados. Y si el error es, además, arrogancia, la voz no habrá muerto. Salvo que del Perú oligárquico a nuestros días, como que se ha adelgazado. Arma de la ironía que antaño utilizó una acorralada élite y ahora una sociedad entera acaso porque revela secretas reservas de cordura, lo huachafo permanecerá entonces como la alegoría de los engendros y monstruosidades que la búsqueda de identidad forzosamente trae consigo, desde la adaptación ingenua de lo norteamericano a la resurrección voluntarista del Tahuantinsuyo. Es nuestra conciencia de los límites, es la zumba. Nuestra forma festiva de la lucidez. 


Texto que proviene del capítulo “La Esquinada herencia” de mi libro de 1996, Hacia la tercera mitad. Perú XVI-XXI, en su 5a edición, pp. 449-450.

Hugo Neira
19 de agosto del 2024

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