Raúl Mendoza Cánepa
Hagamos la primera república
Empoderar las instituciones sancionadoras y a los ciudadanos

Nada más una cuestión de confianza para que algunos vieran la oportunidad de quebrarle el espinazo al régimen económico de la Constitución, vía Congreso Constituyente. “Si disuelven, quedaría un año y medio para torcerle el cuello a los del 92”. Burrada, si en las escuelas enseñaran economía no habría tanto lenguaraz soltando piedras por la boca. Una lógica idiota es que la economía de mercado trae corrupción o pobreza. Es decir, Odebrecht hubiera tenido frenos con Velasco. La verdad es que con Velasco el único freno lo tenía la prensa para investigar. Tampoco había un Congreso ni cámaras espías ni delatores oficiales, así que lo que hubo quedará siempre en el misterio.
Conviene darle un vistazo al libro de Alfonso Quiroz, Historia de la corrupción en el Perú. Los “vivos” que se comen el presupuesto a escondidas existieron siempre. Abundaron en la colonia, la barajaron en la Independencia y se pasearon con el cofre público durante la república. “Mocos por babas” en versos de Larriva. Es que era fácil echarle mano a la plata. Los que plantean una relación entre la corrupción y la Constitución de 1993 no saben de lógica. ¿Y usted sabe? Midamos: ¿Cree que a menos Estado, más corrupción? o ¿Cree que a más exigencias, más trámites, más funcionarios y más Estado, menos corrupción?
Tampoco sueñe como los ilusos de 1824 que, expulsados los españoles, alcanzaríamos el sueño republicano. Nos rigieron por años las leyes españolas y el pensamiento feudal. Los privilegios antes que la ciudadanía, los títulos antes que los méritos, la separación de la metrópoli antes que la revolución liberal. Aplique este razonamiento al cuento del régimen económico de 1993. Pasamos de la estatolatría al mercado, pero ¿pasamos realmente? Lamento decirle que no: texto sobre papel, mientras el lobby, el mercantilismo, el patrimonialismo, el sultanismo y la injerencia pública mantenían su curso. Así como no alcanzamos república, tampoco alcanzamos mercado.
No culpemos a la Constitución, sino a los malos políticos. Mientras ellos elaboren cientos y miles de leyes para torpedear el flujo de la riqueza o hagan lobbies para beneficiar a su clientela, el mercado y la república serán utopías. Con la Declaración de Independencia o régimen económico constitucional, serán utopías. “Los hechos mandan sobre los textos”, decía León Duguit. El sueño republicano solo se cumplirá cuando se empodere a las instituciones sancionadoras y cuando los ciudadanos rompan el dique estatal que los estanca y los regula o que les roba la igualdad.
Acrecentar el Estado no resuelve sino agudiza el problema, deshace la ciudadanía, robustece el vasallaje. No hay república de ciudadanos sin economía de mercado (no la de hoy, sino economía de mercado en serio); pero mientras nosotros queremos república hay cangrejos que reclaman quiebra y vasallaje. Entendámoslo de una vez, las empresas estatales son el borracho de la casa, el dilapidador que nos lleva a la caridad del otro. Así de duro. A fines de la década de 1970, alrededor de 175 empresas eran estatales. Durante la crisis de Morales Bermúdez (¡Velasco, gratias!) el déficit fiscal fue de 10.3% del PBI. Descomunal. A 1990 las empresas estatales no tomaron reversa, eran 223. El primer Alan no la vio, no vio el engendro que heredó de Velasco, y para colmo le proveyó de proteínas. Hemos pasado poco más de veinticinco años (1993) tratando de crear libre mercado y competitividad, galopando atrás, mientras el lobby y la corrupción hacían de las suyas.
Al 2019 ya sabemos que no construimos libre mercado, pero tampoco hicimos república. El Estado, a ti, vasallo, te pone cotos, te cierra, te excluye, te traba para ser formal, te roba a través de los que elegiste (¿o a dónde crees que va tu IGV?). Y la república liberal nos sigue esperando. A un tris del Bicentenario de Ayacucho estamos todavía a tiempo de llegar.
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