Cecilia Bákula

¿Habrá fiesta democrática?

La polarización y la agresividad predominan en las campañas

¿Habrá fiesta democrática?
Cecilia Bákula
23 de mayo del 2021


Desde que tengo uso de razón política, y es ya hace bastante tiempo, he tenido la percepción de que las elecciones eran una fiesta democrática en la que uno iba no solo a votar, sino a elegir a aquella persona que, desde la propia perspectiva, conduciría con éxito los destinos del país. Seguramente cada uno tiene un recuerdo particular de aquella oportunidad en que el
flash anunciaba el ganador. Más allá de la tensión del momento, de las cábalas, las encuestas (las de a verdad), las campañas y los meses previos hacían que uno llegara con ansiedad, pero con esperanzas. Si el ganador era aquella persona por la que uno había votado, una explosión de alegría llenaba nuestras vidas en ese instante. O a veces, un sentimiento de tristeza podía embargarnos. Tiempos pasados y, como diría el español Jorge Manrique: “cómo a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor”.

Quizá la reciente primera vuelta electoral pudo tener algo de fiesta democrática, algo de fiesta política;pero pienso que la fragmentación de las propuestas en dieciocho grupos políticos evidenció un cierto anacronismo y una profunda polarización en nuestra sociedad. Añado que mi percepción se centró, también, en la incapacidad de los partidos de centro y sus dirigentes para unirse y formar un gobierno fuerte, consolidado, responsable y con un compromiso veraz de unión ante las circunstancias que vive el país. La crisis que nos asfixia y la decadencia de valores éticos y cívicos que comprobamos día a día.

Pero para esta segunda vuelta, la que viviremos el 6 de junio, la palabra fiesta está absolutamente ausente. La tensión, la agresividad, la desconfianza y la confusión van ganando terreno en nuestros débiles espíritus cívicos. Y tenemos frente a nosotros un proceso al que asistimos como quien va a una muerte segura, con la idea de que solo un milagro podría perdonarnos la vida.

A ello se agregan varios factores que no quisiera dejar de mencionar. Percibo que un alto porcentaje de ciudadanos no tiene confianza alguna en las autoridades de turno y menos en aquellas que tendrán que supervisar y garantizar la transparencia, limpieza y legalidad del proceso, del cómputo y de la absolución de cualquier eventual tacha que pudiera presentarse. También me sorprendió que el presidente de la República tuviera que expresar que “garantizaba respetar escrupulosamente” los resultados de las elecciones en la segunda vuelta. Sentí que esa expresión reiterada no correspondía, pues es su obligación actuar así y no es necesario reafirmar que uno va a hacer lo que le toca ni repetir que cumplirá con su obligación; simplemente se da por hecho que así es y debe ser.

No podemos dejar de mencionar que vivimos en medio de una pandemia, y el miedo al contagio es una realidad aún tremenda, grave y dolorosa. Miles de familias están enlutadas por el fallecimiento de sus seres queridos a causa del Covid, y es natural que muchos que se han cuidado, respetado el confinamiento y vivido en severo aislamiento, pudieran sentir cierto y entendible temor a asistir a lugares en donde habrá, necesariamente, una gran concentración de personas. Aun cuando hay que reconocer que la aplicación de las vacunas ha progresado y avanzado notoriamente, siempre queda la idea de protegerse y prevenir. Es por ello que ir a votar con doble mascarilla y protector fácil no hará más agradable el proceso, pero sí puede dar cierta seguridad a los que pudieran sentirse temerosos. 

Otro elemento que, a mi criterio, enrarece el ambiente, es la agresividad que va tomando la campaña. El atrevimiento por parte de uno de los candidatos respecto a creerse que está más allá del bien y del mal y ha faltado a las citas, ha sido impreciso y si creo que es poco serio la demora en aceptar los debates y en la presentación del llamado “equipo técnico”, por no hablar del programa de gobierno. Una evidente improvisación, solo genera mayor inquietud y un cierto ocultismo, no ayuda a que la conducta ciudadana transite por sendas de tranquilidad. No niego que ninguno de los candidatos está dentro de lo que hubiera podido ser, y de hecho fue mi primera opción electoral. Muy lejos de ello, pero ahora hemos llevado la situación al extremo de tener que decidir casi entre las antípodas. Es el país el que está en juego y no podemos dejar de actuar con inmensa responsabilidad ante el reto de tener o no futuro, o de caer en manos de la oclocracia desbocada, porque los radicales que emergen de la calle, muchos de ellos jóvenes sin memoria de nuestro duro pasado relativamente reciente, no se percatan de que son utilizados para la protesta violenta y el disturbio. Y que al final de estos días, cuando pueda ser, quizá un poco tarde, verán que la solución a “todo” no se encuentra por ese camino.

Adicionalmente deseo mencionar la extrañeza que me ha dado la polarización “política” que se percibe al interior de las autoridades de la Iglesia Católica en estos tiempos electorales. Y entrecomillo la palabra “política” porque una cosa es llamar al pueblo de Dios a que haga una reflexión profunda respecto al voto que cada quien emite y otra muy distinta, es usar el podio de la autoridad que se ostenta, para intervenir y opinar de manera bastante directa hacia uno de los candidatos, emitiendo juicios respecto a lo que otras personas, en uso de su libertad opinan. Más grave aun, es que se haya difundido una sanción a un sacerdote que en su homilía, señaló la distancia existente entre el cristianismo, es decir, entre el mensaje de Cristo en favor de los más necesitados y el comunismo y explicó cómo el Magisterio de la Iglesia y la tradición, además de las enseñanzas propias de Cristo, no se condicen con el totalitarismo. Los sacerdotes, sea cual fuere su rango, son pastores y en tanto ello están en la obligación de pastorear y eso significa orientar, mostrar el mejor camino, pero jamás, enfrentar a las ovejas y mucho menos juzgarlas porque uno de los tesoros de ser cristiano y católico es la libertad que el propio Cristo nos pide en su seguimiento.

En estas circunstancias hay un detalle adicional que me sigue sorprendiendo y es el poder casi absoluto de las redes sociales y con qué rapidez quedamos inundados de mensajes a veces muy imaginativos, hay que reconocerlo. Pero eso me lleva a pensar en que hay un sector de la población que considera que al “retuitear” una idea o repetirla a través del WhatsApp o de otra red social, están siendo promotores de uno u otro candidato y están haciendo política “activa”, cuando permanecen en su zona de confort sin nada más que reenviar hasta el agotamiento los mensajes. Pero por lo menos, hay intención de aportar.

Este proceso electoral es realmente único, como somos los peruanos. Y en esa unicidad radica también la esperanza de que se entienda que el 6 de junio no votaremos por personas ni por individuos, sino por opciones de futuro. Y así como hay que superar el “anti”, hay que propiciar la visión de futuro en lo que podría ser la última y breve oportunidad que tiene nuestra generación.

Cecilia Bákula
23 de mayo del 2021

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