Jorge Varela
Filósofos y políticos
Una visión desde el rebaño

El vínculo estrecho entre política y filosofía es, como se sabe, de antigua data y seguirá siéndolo indefinidamente, salvo que la primera se convirtiera en una actividad vil y superflua desechada por los humanos. Esta es una eventualidad que podría ocurrir, -según algunos teóricos- una vez que el delirio total se imponga y la cordura (facultad escasa que no se encuentra en cualquier mercado) se evapore y no regrese.
Esa afirmación aristotélica de que el hombre es un animal social, racional y político se ha reducido a una más simple y singular: el hombre es un animal. Si se quisiera ser más preciso, la frase actualizada sería: el hombre es un ser que ya casi ni piensa ni razona por sí mismo, ni es plenamente capaz de distinguir entre el mal y el bien. En el futuro ¿de qué le servirá el lenguaje a este sujeto así descrito, casi imbécil, casi mudo, al cual le cuesta expresarse?, si mil palabras valen menos que una imagen.
El deterioro del vínculo
Si Platón fracasó al proponer el gobierno de los sabios, si las elites tampoco han acertado en el manejo de los asuntos públicos, si los académicos han preferido contaminar sus estudios y ponencias entremezclándolos con análisis sesgados, imagínese lo difícil y complejo que es esta tarea de enaltecer el nivel de la antedicha relación.
Para comenzar, nuestros dirigentes sociales y políticos, con pocas excepciones, no leen o no entienden lo que leen. Otros recitan como aves parlantes lo leído, y en la praxis no aciertan al momento de aplicar el conocimiento contenido en los escritos, pasando a formar parte de esa cofradía a la que ingresan los elegidos en calidad de gobernantes para egresar con licencia de ineptos consumados.
Distantes unos y otros en el campo del conocimiento y a veces en asuntos éticos de trascendencia –como el del aborto, la libertad de conciencia o la cultura de la corrupción–, a los intelectuales no les es posible encarnar en plenitud el rol de ser la conciencia moral de una nación. Friedrich Nietzsche sostenía: “A los sabios que llegan a ser hombres políticos les suele estar reservado el cómico papel de ser forzosamente la buena conciencia de un político” (Humano, demasiado humano. Volumen I, epígrafe 469).
Degeneración del trabajo intelectual
En opinión de Félix Guattari, autor de La revolución molecular, “la categoría, la casta de los intelectuales se irá disolviendo progresivamente”. Guattari decía que “la tendencia general es la de una degeneración, un deterioro progresivo del trabajo intelectual. Y es una degeneración positiva precisamente en el sentido en que Marx hablaba de una degeneración del Estado… Es muy importante no dar apoyo a las ideologías que quieren hacer del intelectual el depositario de la verdad”.
En relación con el trabajo intelectual, no solo se mostró contrario a las formulaciones de Louis Althusser, incluso sostenía que “sería preciso ver hasta qué punto las formulaciones de Gramsci no se prestan a reales ambigüedades”. Según Guattari, hay un problema de elucidación, “no hay un problema de verdad general, una verdad que resplandece en el cielo de las ideologías, en el cielo de las ideas justas, en el cielo del marxismo o de cualquier otro sistema pseudocientífico” (Diálogo en Dhuizon, Francia, julio y septiembre de 1977) (“Deseo y Revolución”, Squilibri, 1977, Milano).
El rebaño desconcertado
En el trayecto de reconfiguración del vínculo entre hombres dedicados a la política y hombres que filosofan (supuestamente en condición de intelectuales orgánicos) hay otro obstáculo: la idea de que solo una elite reducida, aquella que ejerce de modo hegemónico el Poder Ejecutivo, puede entender lo que conviene a todos y que la masa (la gente) es inepta e incompetente para entender su realidad circundante. (Es “el rebaño desconcertado” al que se referían Lippman y Foucault)
Esta brecha abierta entre asesores –agentes especialistas– al servicio de la tribu de profitadores-abusadores del poder y este rebaño desconcertado es tan profunda que ella ha permitido el aumento de sujetos arrogantes depositarios absolutos de su verdad y se ha convertido en puerta ancha para el ingreso de un populismo seductor de entraña maligna que manipula, corrompe el lenguaje y distorsiona el juicio de la masa desconcertada.
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