¿Existen los “enemigos del pueblo”?

Cuando un líder democrático habla del pueblo hace alusión al total de la población, a los ciudadanos sin distingo alguno, es un discurso de unión, de fraternidad. No es el caso del discurso comunista o el de los representantes del denominado socialismo del siglo XXI, que no es otra cosa que una versión edulcorada de la doctrina de la izquierda totalitaria. Para el socialismo las menciones al pueblo deben ser abundantes porque se busca aparentar un inexistente interés por los más pobres, pero siempre en contraposición a otro grupo, el de los supuestos enemigos del pueblo, los señalados culpables de todas las carencias y miserias, los explotadores, los que se enriquecen a costa de la pobreza ajena.

Este grupo de los enemigos del pueblo es de una cierta naturaleza indefinida. Se trata, en la creación interesada de las izquierdas, de una entidad malévola compuesta por los grupos de poder. Económicamente todopoderosos, por encima de las leyes y cuyos tentáculos alcanzan a todas las estructuras de los poderes del Estado, siempre con la finalidad de oprimir justamente al pueblo. Es, en suma, un discurso de odio, de fragmentación, de resentimientos. El pueblo tiene un enemigo y únicamente los representantes de las izquierdas pueden combatirlo. Es la versión moderna del manido recurso de la figura del enemigo imaginario que han usado con tanto éxito las dictaduras represivas. La lucha de clases, con violencia, si es necesario.

¿Recuerda el acucioso lector los discursos de Castillo –aunque discursos es un término muy magnánimo para sus balbuceos–, en los que el término pueblo se repetía hasta el cansancio? ¿O quizá los de su poco equilibrado primer ministro, en los que se anunciaba que correrían “ríos de sangre”? En ellos, expresa o tácitamente, se vislumbraba la figura antagonista al concepto del pueblo. Y ese antagonista, siempre omnipresente y siempre responsable de todas las desgracias, se encarnaba en una gran variedad de formas de acuerdo a la particular conveniencia, podían ser los españoles, los gringos imperialistas, los blancos, los empresarios, los políticos, los limeños y un largo etc. 

Pero los que tienen mayor cantidad de elementos para constituir la “piñata” preferida de los socialistas son –sin asomo de duda– los empresarios. Los explotadores por antonomasia, los que evaden impuestos, los supuestos corruptores, los que privan al pueblo de las riquezas de los recursos de la nación; en suma, los malos de la película. El pérfido enemigo del pueblo. Pero a estas alturas es conveniente preguntarse si hay algo de verdad en el discurso socialista o no es nada más que una narrativa propia de sus afiebradas mentes, pero que no por ello deja de ser muy efectiva. En otras palabras, ¿existen los enemigos del pueblo y son tan poderosos? ¿Dominan a la población y sojuzgan a los poderes políticos?

Veamos el listado de los “sospechosos comunes” candidatos al título del enemigo. Los empresarios mineros suelen ser los más mencionados. Cosa curiosa, no son tan temibles. En pleno evento que reunía a los más graneado de las empresas mineras, las instalaciones de Antamina fueron tomadas con violencia por los pobladores de una comunidad vecina. Se han quemado asentamientos mineros. Operaciones mineras que habían cumplido con todas las formalidades para funcionar, están paradas. El corredor minero se interrumpe cada tres por cuatro. Las empresas del sector tienen que pagar ingentes cantidades de dinero –extorsiones, en buen romance– para seguir en actividad. Todo bajo un gobierno que se hace de la vista gorda. No parecen ser los enemigos del pueblo. 

¿Y los dueños de las odiadas AFP? El Congreso está a punto de aprobar un sétimo retiro de los fondos y el Ejecutivo ha presentado una propuesta para crear un nuevo sistema de pensiones. No son tan poderosos.

Hay que mirar entonces a los empresarios agrarios, pero su ley promotora fue derogada como consecuencia de revueltas organizadas por la izquierda con la complicidad de un presidente poeta y con la nueva norma, hoy han perdido muchísima competitividad. Descartados también.

¿Serán los malvados los banqueros? Parece que tampoco, nada pudieron hacer contra la norma que limitó las tasas de interés. Gracias a esa disposición, la gente de menores recursos no puede acceder a un préstamo formal y ahora tiene que recurrir a los delincuentes de la modalidad gota a gota.

Todo hace pensar que encontrar sectorialmente a los famosos enemigos del pueblo no nos llevará a buen puerto. Ante tal panorama la izquierda no se amilana, los enemigos son los empleadores en general. De nuevo, tal aseveración no tiene sustento. Los empleadores están regidos por leyes laborales severísimas, agobiantes tasas de impuestos y una burocracia desesperante y todo su supuesto poder es inútil ante tal panorama. A mayor abundamiento, toda su irreal influencia de nada sirvió para frenar el reciente atentado contra la producción consistente en la creación de más feriados, más permisos y un reciente proyecto para modificar el concepto de jornada haciéndolo sujeto a relativismos y creando una asignación por trabajo nocturno del 35 por ciento.

La evidencia es concluyente, los tan aludidos grupos de poder -que en conjunto o individualmente oprimen al pueblo- simplemente no existen. Es una narrativa huérfana de contenido creada por los socialistas para justificar su propia existencia. Si realmente existen los enemigos del pueblo –y existen, pero disfrazados bajo la careta de defensores del proletariado, mientras se enriquecen a manos llenas– hay que buscarlos entre los seguidores de doctrinas fallidas que sólo han ocasionado pobreza y hambre en los lugares donde se han implantado. Cuba, Venezuela y Nicaragua constituyen ejemplos perfectos que nos son muy cercanos.