Hugo Neira

Entre Escila y Caribdis, ¡otra vez!

Escritores, intelectuales y política

Entre Escila y Caribdis, ¡otra vez!
Hugo Neira
21 de julio del 2019

 

Intitular, gramaticalmente, quiere decir que se titula algo con alguna significación. En este caso, Escila y Caribdis son parte de un mito griego, dos monstruos marinos muy cercanos el uno del otro, al punto que los marineros, al evitar uno de ellos, caían en las fauces del otro. En nuestro tiempo, se usa para decir que se está entre dos peligros, algo como «entre la espada y la pared». Ese tema lo aborda una de las cabezas más despejadas y honestas que he conocido, Augusto Salazar Bondy, mi profesor de filosofía en el San Marcos de fines del cincuenta. En su momento —a los seres humanos siempre los rodea la circunstancia— la suya era el subdesarrollo o una revolución. No era su meta, pero sí el contexto. ¿Cómo evitar, pues, la dominación sin caer en alguna forma nueva de alienación? Él añade el concepto de humanismo, que ha desaparecido en los colegios. 

Ahora bien, uno de los capítulos de su libro se titula «Regresión y progreso en política». Fina definición, entiende el filósofo que se puede avanzar y, al mismo tiempo, retroceder. Ambas cosas pueden ser simultáneas. Es el caso del Perú de hoy, con más ingresos y menos cultura que nunca. Claro está, eso no pueden pensarlo los opinólogos. De los años sesenta, en materia de entender este país, hemos retrocedido. No nos hemos vuelto ciegos, pero sí tuertos. Solo un ojo, como Polifemo, cíclope, descomunal pero bastante tonto. Por eso lo vence el humano Ulises. Y a mí no me entienden. Porque yo veo la realidad presente por un lado y por el otro, no soy correcto. Y como diría Alfredo Bryce, «el Perú es así, y también es asá». En fin, ¿cuál de los dos bandos va a dominar en los venideros años veinte, el apático o el destructor? Eso no lo saben ni los brujos de Cachiche. 

Por el momento, Lima dual. Lo mejor y lo peor. El desparpajo de ciertos personajes, y el lugar de la cultura, la FIL, la Feria Internacional del Libro, que ha girado en torno a Mario Vargas Llosa, y a la vez los quioscos de diarios. La modernidad que viene de la lectura y la barbarie colgada en las feroces portadas, para que el populorum que no compra ni diarios de 50 centavos, al menos los miren. Correo: «Elmer Cáceres 'dispara' contra Tía María y dice que 'no va'». «Gobernador de Arequipa sostiene que si el Ejecutivo no anula la licencia de construcción, no habrá diálogo.» «Llama 'traidor' a Vizcarra y señala que si insiste en el proyecto, se atendrá a las consecuencias». De la arrogancia del gobernador de Arequipa me ocuparé en la próxima semana. Quiero ver qué responde el poco gobierno que nos queda.

Hay otras opiniones que corren en la mugre de estos días, no menos cavernícolas. Cuando se le ha preguntado a Vladimir Cerrón Rojas algo sobre el régimen de Maduro. No se trata de cualquier hijo de vecino: gobernador regional de Junín, y quiere establecer una alianza con Verónika Mendoza y Gregorio Santos, con «miras al 2021» (El Comercio, 12/07/19, p. 8). ¿Qué cosa atinada ha dicho para merecer estar en esta página? Para Vladimir Cerrón la «Venezuela de Maduro es una democracia». ¡¿Qué les parece?! «El régimen de Maduro, viene de un voto popular». Lo cual, es cierto. Nuestro lúcido gobernante regional insiste que sobre «25 procesos electorales, han podido ganar en 24». Genial, ¿no? ¡Viva Maduro! Solo una duda me queda, lo que dicen sobre la democracia O’Donnell, Whitehead, Dieter Nohlen desde Alemania, Robert Dahl desde Yale, Gabriel Almond desde Stanford, y Alain Touraine desde la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. En pocas palabras, no basta ganar unas elecciones. Es un sistema de instituciones y pueblo. Implica no solo partidos, sino tambiėn movimientos sociales muy diversos, rivalidades y enfrentamientos. Y el juego político, puesto que los intereses son diversos y la sociedad civil es heterogénea. Para Cerrón solo le basta el voto. Y luego, en el sillón, ¿eso que Basadre llamó el sultanismo? ¿Otra vez Andrés?

Estamos entre Escila y Caribdis, entre el caos actual y una democratura, para llamarla de alguna manera. Pero este es el siglo de los disimulos. Hay lo que se llama los "regímenes híbridos". Ni por completo tiránicos, ni tampoco del todo democráticos. Eso fue Chávez. 

En una de las salidas de la Feria, un grupo abuchea a Mario Vargas Llosa. Le gritan, «garante, garante, ¿en qué líos nos has metido? ¿Qué pasó con los presidentes que nos recomendaste?». La cosa es un tanto injusta porque he escuchado a un MVLl distante de los noventa. Y en algún momento dijo que se había equivocado. No me parece poco. ¿Conoce usted lector, algún personaje peruano que diga alguna vez que se ha equivocado? Eso sería un milagro.  

Pasando a temas que lucieron en la Feria, uno de ellos, la literatura que se ocupó de las dictaduras, de caudillos, tiranos, de lo que hoy se llama la novela de los dictadores, «un subgénero narrativo de la América Latina», dice Wikipedia. El boom literario, todos lo sabemos, pero por si acaso, un recuento: Yo el Supremo, 1974, de Augusto Roa Bastos. La Fiesta del Chivo, en el 2001 si no me equivoco, de Mario Vargas Llosa. Me estoy olvidando, El recurso del método, de Alejo Carpentier, en 1974. Y en fin, El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez, en 1975. Ahora bien, la lista de los relatos de dictadores puede ser más extensa si recordamos al gran Faustino Sarmiento, escritor y presidente, que escribe Facundo, a quien combatió y admiraba.

Con Vargas Llosa en la FIL, vino el tema de la novela de los dictadores. Le escuché en la televisión la conversación con dos acompañantes muy competentes. Y dijo un par de cosas que no quiero dejar de comentar. Admitió que esos personajes, eran una suerte de monstruos con algo excepcional, autocráticos, absolutistas, despóticos, y acaso, por eso mismo, atractivos. Desde el personaje que era el doctor Francia en Paraguay, a Somoza de Nicaragua, y se me ocurre, la seducción del mal que luce el demonio cuando es Satanás, Luzbel, Mefistófiles, el astuto, el sagaz, el hábil y mañoso (lo dicen los teólogos). Pero Mario dice que eso ya fue, y ante los actuales, se nota que la América Latina ha retrocedido en calidad de la maldad tiránica. El nivel de los tiranos se ha venido abajo. Incultos, vulgares, dan cólera. Maduro, por ejemplo.

Pero dijo también que «la novela no es la historia. La novela no es la sociología. El testimonio novelesco de la realidad… es un testimonio infiel de la realidad». ¿Está claro? Por mi parte, nunca pensé que la comprensión de la América Latina podía caber solo en la literatura. Siempre pensé que a Octavio Paz no le dieron el Nobel por ser poeta. No era novelista. Escribía ensayos. No narraba, pensaba. El boom fue magnífico, pero no alcanza a explicarnos a nosotros mismos. Necesitamos la conciencia de lo real. Eso que evitamos con mitos, con la búsqueda de un inca y otros laberintos. El secreto de lo mejor está en los ensayos. Casi nuestra filosofía. ¿La fantasía? Ya es bastante la que nos rodea. Además, nos hemos olvidamos de lo que quería Salazar Bondy: «En el Perú falta una tradición académica firmemente establecida. Una cultura espiritual vigorosa, y una valoración social del intelectual.» En eso, le cobro una deuda a Mario. Sus intervenciones en la vida política no solo han degradado la confianza que se le podía tener, sino también al resto de los que todavía se reconocen como intelectuales. Quedan pocos. Y no somos precisamente seguidos. Los errores de los noventa necesitarán decenios para ser pasado perfecto.

 

Hugo Neira
21 de julio del 2019

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