Francisco Swett

Entre el Dragón y el Tío Sam

China y Estados Unidos disputan el dominio geopolítico y económico mundial

Entre el Dragón y el Tío Sam
Francisco Swett
20 de julio del 2020


Las guerras comerciales, la pandemia del SARS-Cov-2, la supresión de las libertades en Hong Kong y la postura de militarismo imperial en el Mar del Sur de China anuncian que China ha arribado, oficialmente, al rol de superpotencia y ha decidido “blandir” su sable. El enfriamiento de las relaciones con Estados Unidos y la actitud más bien ríspida de la administración Trump, configuran el duelo titánico del siglo, contienda en la que se juega el dominio geopolítico y económico, la influencia sobre los países emergentes y, en un escenario extremo reminiscente de la Guerra Fría, el futuro de la humanidad. 

Uno de los escenarios de desenlace posibles es la separación (decoupling en el lenguaje de la geopolítica global) entre esferas de influencia dominadas, separadamente, por Estados Unidos y China. Este evento provocará el desmantelamiento, por lo menos parcial, del paradigma de la globalización, modus vivendi vigente desde la caída del comunismo. La bifurcación traería consigo la presencia de cotos de poder aislados entre sí, o sin los vasos comunicantes hoy existentes. En el siglo XXI el decoupling se traduciría en protocolos de internet no compatibles, o por lo menos sujetos a peaje, y en diferentes monedas de reserva, forzando a los países a tomar posiciones en las órbitas alternativas de influencia política, económica y comercial. Estas circunstancias son relevantes para nuestra región. ¿Debemos ser parte de una u otra esfera de influencia y dependencia? Más allá del rechazo natural que tal cuestión evoca, y de la realidad de los juegos de poder de las potencias, la circunstancia nuestra es que somos actores de reparto, de bajo valor estratégico en términos geopolíticos; por lo que, de alguna forma, gozamos de la ventaja de la indiferencia y no aparecemos en el radar de las grandes potencias cuando de pugnas se trata. 

Respecto de los Estados Unidos, existe la relación de dos siglos con nuestro mayor socio comercial e importante e inevitable referente cultural. La cultura americana es universal y nosotros estamos inmersos en ella al igual que, en grado variable, prácticamente todos los países. La cercanía geográfica constituye un vínculo fuerte para con un país cuya fisonomía cambia raudamente con el creciente contingente hispano que hoy cifra casi cien millones de personas. Tal es el vínculo con Washington que, en el caso de Ecuador, usamos el dólar como moneda de curso legal y el léxico local está matizado por los anglicismos, denominaciones y modos de comunicación importados desde ese país.

El vínculo con China es mucho más reciente y de naturaleza diferente. No obstante la presencia de inmigrantes y ciudadanos chinos en nuestro medio (la vasta mayoría de ellos respetables, industriosos y cumplidores de la ley), las diferencias de civilización son marcadas y la cultura oriental reviste características de remota lejanía. Las lenguas chinas, mandarín y cantonés, son virtualmente infranqueables, a diferencia del Inglés que es lo más cercano a un idioma universal. China, no obstante, es ubicua con su agresividad comercial, exportación de capitales amarrados, y creciente influencia geopolítica; no es más una tierra mítica sino una superpotencia económica, política y militar. Su presencia e influencia ha crecido en forma exponencial conforme los orientales desarrollaron su estrategia de expansión financiera. Para ilustrar nuevamente con el ejemplo de Ecuador, China es el mayor acreedor por su financiamiento amarrado de proyectos de infraestructura, por los anticipos a futuras ventas petroleras y las inversiones de empresas chinas que empezaron a ocupar el primer plano en el perfil de la economía. Más recientemente, China ha decidido mostrar su carácter dominante cuando, después de haber sido el vector original del SARS-Cov-2 que ha inundado al mundo con la pandemia, ahora no tiene empacho en dañar marcas como las del salmón chileno o del camarón ecuatoriano, aduciendo haber detectado rastros del RNA del coronavirus en las paredes externas y en empaques de producto que viajaron bajo condiciones de congelamiento por más de 30 días

Desde la óptica regional, los intereses comerciales y las inversiones son prioritarios; Asia, aparte de China, es un continente donde nuestra región ha ampliado y puede continuar ampliando su oferta de productos y servicios. Adicionalmente, las inversiones externas tan ansiadas y requeridas para potenciar el crecimiento, continuarán originándose mayoritariamente en el Lejano Oriente. Se requiere entonces instaurar los mecanismos de transparencia y trato justo, leal competencia y defensa cerrada de los interés nacionales: públicos y privados. Respecto de Estados Unidos, las ligaduras son fuertes y por ello se mantiene como referente cultural y seguirá siendo un mercado estratégico para nuestros productos. 

Buscar alianzas que mantengan simetría es el orden correcto; ser servil y dependiente no es aceptable. Comerciar en términos ventajosos, atraer inversiones que fortalezcan el crecimiento económico ético, usar las mejores tecnologías y mantener los perfiles más ventajosos en los vínculos que nos unen, son todos elementos de comportamiento para países que, como los nuestros, aspiran a ser maduros y sofisticados.

Francisco Swett
20 de julio del 2020

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