Aldo Llanos

El tradicionalismo y la tradición. ¿Un problema? (IV)

El Concilio de Trento

El tradicionalismo y la tradición. ¿Un problema? (IV)
Aldo Llanos
07 de junio del 2024


A todas luces el Concilio de Trento (1545-1563) fue uno de los concilios que ha configurado nuestro entendimiento de la Tradición (junto al Vaticano I y al Vaticano II), así como de la Iglesia misma, al punto, de poder afirmar que ambos entendimientos se implican mutua y necesariamente como lo veremos a partir de esta entrega.

Antes de proseguir, hay que comprender una variable fundamental: las interpretaciones humanas. En efecto, estas no son puramente objetivas, tal y como lo planteaba el racionalismo más extremo, sino, al ser efectuadas por personas humanas, toda interpretación deja espacio para nuestras subjetividades, las cuales, en mayor o menor medida, dependen de diversos condicionantes. Al fin y al cabo, no somos animales ni robots.

Por lo tanto, debemos estudiar y comprender eventos como el Concilio de Trento, teniendo muy presente el contexto histórico, así como las motivaciones que pudiesen evidenciarse en sus protagonistas.

La historia de los concilios, hasta antes del Concilio de Trento, nos muestra que, los contextos por muy cambiantes que fueran, no ejercían la suficiente presión como para tener la necesidad de definir con claridad el concepto de Tradición, así como la explicitación de su rol en la vida de la Iglesia.

Esto, a raíz de una “mentalidad ahistórica” (en términos del historiador norteamericano John O'Malley SJ.), en donde no se tenía la percepción de estar situados bajo una amenaza gravísima que pudiese socavar la relación (de continuidad) entre el pasado y el futuro, es decir, de la continuidad de las costumbres y tradiciones vividas en la Iglesia.

Sin embargo, esta mentalidad sufre una profunda crisis con la irrupción de Martín Lutero (1483-1546) y su doctrina de la “sola fe”. En efecto. Para Lutero, tal y como lo repiten muchos protestantes contemporáneos (sólo vean en Youtube el video del reciente debate entre el católico Dante Urbina y el protestante Jonathan Ramos en torno a la predestinación), la Iglesia Católica había dejado de ser la Iglesia de Cristo, al abrazar la herejía de la “salvación por obras”, dejando de tener continuidad entre el pasado y su presente. De ese modo, la Tradición vivida en el seno de la Iglesia Católica, no se correspondía con el verdadero depósito de la fe.

Pero así no lo veían los obispos que se reunieron en Trento. Si bien en los documentos conciliares (ahora disponibles libremente en internet), podemos leer que se tenía la sensación de estar viviendo tiempos muy malos, casi no se encuentra una reflexión en torno a lo que supone el concepto de Tradición y su articulación en los documentos magisteriales.

Esto que puede parecer a simple vista inaudito, no lo es historiográficamente porque el método predominante en el siglo XVI, seguía siendo el romano, que partía casi siempre de un presupuesto “esencialista”, es decir, del presupuesto de que los hechos en el fondo no cambian, sólo en apariencia. Por ello, los obispos en Trento aceptaban mayoritariamente la idea de que la Tradición había sufrido un detrimento, pero, que la situación de crisis provocada por Lutero no podía afectarla como no fue afectada con los avatares del pasado.

En ese sentido, el Concilio de Trento, más que entenderlo como un concilio “reformador”, fue en sí mismo un concilio “restaurador” en donde la Tradición debía jugar un papel relevante.

Pero esto, a mi juicio, no tendría por qué ser problemático si entendiésemos restauración, no como la vuelta a un modo pasado, sino, como la puesta al día de una costumbre a la luz de los tiempos (hermenéutica de la continuidad). Sin embargo, esto no es fácil por los desafíos que conlleva.

Por ejemplo, el Concilio de Trento emitió el decreto canónico Tametsi en 1563 por el cual, ya no se considerarán válidos los matrimonios religiosos que no contasen con un sacerdote de testigo/celebrante. Hasta antes de emitido dicho decreto, los matrimonios podían darse por mutuo consentimiento y juramentación que podía efectuarse incluso de modo privado. Hasta ese momento, existía la costumbre fuertemente arraigada de que la validez de un matrimonio lo otorgaba la decisión de los contrayentes. Pero ahora, ¿cómo podían invalidarse los matrimonios en contra de la tradición de siglos? ¿En qué situación quedaban los bienes patrimoniales de aquellos que se casaron antes del decreto?

Si nos damos cuenta, fue así como empezó a vislumbrarse la necesidad de entender a cabalidad lo que significa y lo que implica el concepto de Tradición, lo cual, a la fecha, está llevando a un número (por ahora minúsculo) de católicos a situarse a las puertas del cisma al entenderlo de un determinado modo (lo veremos más claramente al abordar el Concilio Vaticano I).

Fue así que, en Trento, los obispos más agudos comprendieron las dificultades que podían surgir en el tiempo motivándolos a redactar el Decreto sobre la aceptación de los sagrados libros y tradiciones, donde se indica con claridad, que tanto Escritura como Tradición se implican mutuamente (et) y no tendría por qué entenderse ambos como estancos separados, tal y como lo entendía -y entiende hasta hoy-, el protestantismo.

Pero esto, en un par de siglos sería insuficiente dado el establecimiento de la Modernidad. Es allí en donde entran a tallar dos escuelas teológicas que entienden de modo diverso el concepto de Tradición y que están en la raíz del debate contemporáneo sobre la Tradición y el “tradicionalismo”: la escuela de Tubinga y la escuela romana.

Aldo Llanos
07 de junio del 2024

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