El sexo de los ángeles

En el Perú morirse sale tan caro como nacer y moverse de un distrito a otro. Tomar lugar en una cita médica o una urgencia en el sistema de salud es un milagro, como lo es no salir esquilmado al entrar por la puerta de una clínica o una farmacia. Difícil imaginar cómo una familia de escasos recursos sale de un supermercado (sin haber agotado la cuarta parte de sus ingresos) o que el Gobierno reconstruya tu provincia luego de un desastre. Si la vida es precaria, en el Perú lo es más si pierdes el empleo. Reincorporarse al mercado laboral toma años (si finalmente se logra hacerlo), como meses toma que una pequeña empresa culmine el empeño inicial en una quiebra.

¿Saben los políticos lo que es importante para los peruanos o están centrados en la confrontación? ¿Qué pensará el pensionista librado a su ventura cuando lee que su presidente cree que lo esencial de ser gobierno es quitarle la reelección a los parlamentarios o erigir un senado? ¿Qué sentirá aquel cuyo hijo es renuente a dejar la droga cuando lee que un decreto legislativo polémico impone la “familia democrática” para colar la injerencia estatal en el gobierno de su casa? ¿Vendrá luego la supervigilancia por decreto del lecho conyugal? ¿Y qué del que escucha, incrédulo, que un referéndum polarizador (en un país de bandos) cambiará al Perú?

“¡Es la economía, estúpido!”, fue la famosa frase que James Carville, asesor de Bill Clinton, insertó en la campaña de 1992, cuando George Bush persistía en centrar todos sus argumentos en la política exterior. Vizcarra parece haber olvidado que no es el brazo político de las ONG ni el adalid de las agendas de minorías agitadas. Gobernar no es incitar a mover las plazas ni es jugarse el todo a la guerra política ni es interpretar la Constitución (que debe defender) como se le antoje. Gobernar es, especialmente, abultar y cuidar el bolsillo de la gente. Gobernar es nutrir, curar y educar.

El diario El Comercio, en un oportuno editorial (16/09/18) hace un llamado de alerta sobre una posible crisis global en un par de años, debido a las políticas fiscales de los Estados Unidos. Dice además: “el contexto de crecimiento económico es mucho más débil que el que teníamos hace una década. Entre el 2005 y el 2008 el PBI del Perú crecía a tasas cercanas al 8%. En los últimos cuatro años, no obstante, la tasa promedio ha sido de 3%”. Señala, sin embargo, que debemos apurar las reformas institucionales vinculadas a la representación y la justicia, sin enfatizar que el eje de para convertirnos nuevamente en una economía en auge está, más que en el juego de poder, en las oportunidades concretas para la inversión.

Por ahora y ya que estamos en déficit y crecemos solo al 3%, la dinámica minera o industrial me interesa más que un debate sobre la composición parlamentaria. Un escenario fácil a la inversión me es más importante que si existe o no un senado; la menor presión fiscal o municipal me atañe más que si un congresista será o no reelegido. El Comercio atina nuevamente cuando remata: “El país no tiene ya el lujo de perder más tiempo en rencillas políticas y acusaciones estériles que vienen de uno y otro lado. Si nosotros no salimos solos de este marasmo, cuando en el mundo toque la campana de alerta será ya demasiado tarde”. Es verdad, muy tarde, aunque las rencillas precisamente tengan origen en dilemas “institucionales”, más que en el debate económico.

Resuena aún aquel episodio que relata bien Stefan Zweig en Momentos estelares de la humanidad. Mientras los turcos tomaban Bizancio, los teólogos discutían sobre el sexo de los ángeles o sobre si todos estos cabían en un alfiler. Leyenda o no, ¿no estaremos más o menos en lo mismo, mientras la marejada amenaza con ahogarnos a la vuelta de la esquina?