Juan Carlos Llosa

El señor y la señora More

Heroísmo en los momentos más difíciles de nuestra historia

El señor y la señora More
Juan Carlos Llosa
20 de junio del 2019

 

Una de las peores tragedias que puede vivir un pueblo es ser arrastrado a una guerra, en la que irremediablemente miles de sus habitantes habrán de perder la vida, y en la que la destrucción dominará los atardeceres y el desasosiego los espíritus. Eso sucedió con el Perú de 1879 por la guerra que lo enfrentó a Chile, por tercera vez en el siglo XIX. Qué duda cabe que el pueblo peruano luchó con denuedo contra el invasor, soportando cuatro años de extenuantes y consecutivas campañas navales y terrestres.

Puede decirse que fue a partir de la toma de Lima en enero de 1881 que un aluvión arrasó con nuestra defensa. Lo que continuó, en muchos, fue el agotamiento propio de la naturaleza humana, por la desesperanza que se alimenta del desgobierno, la desunión y la podredumbre. De ahí que el inevitable epílogo de 1883 sería consecuencia de los efectos de la maquinaria militar vencedora que retenía una prenda territorial, y del desdén con que se trató siempre la defensa nacional; de ahí que hayamos pagado muy alto precio, una y otra vez, por las consecuencias de tal insensatez. Esto a pesar de la admirable prolongación de la voluntad de lucha de muchos peruanos, con Cáceres a la cabeza. Los peruanos nunca debemos olvidar el ejemplo y el indómito coraje del Brujo de los Andes.

La Batalla de Arica, del 7 junio de 1880, hoy Día de la Juramentación de la Bandera, que acabamos de conmemorar, es una de las fechas más caras a la Patria. En ella cerca de un millar de soldados del Ejército de línea, de marinos de guerra en tierra y de ciudadanos enrolados en la guardia nacional —institución cívico militar de la defensa interior del República que tuvo importante protagonismo en la vida política nacional en el siglo XIX, muy pocas veces tomada en cuenta en los análisis que de aquella se hacen— entregaron sus vidas en las arenas de la plaza fuerte de Arica, liderados por el coronel don Francisco Bolognesi, el Titán del Morro.

Al lado del primer soldado de la Patria, el jefe de los marinos en tierra firme, capitán de Navío Juan Guillermo More Ruiz cayó abatido por el fuego enemigo. More, comandante de las baterías de la plaza, había perdido la fragata Independencia en el combate de Punta Grueso, el 21 de mayo de 1879. En esa jornada trágica, el comandante del blindado intentó dar caza a la goleta enemiga Covadonga.

La adrenalina del combate y la exasperación por la desastrosa puntería de los servidores de la artillería hicieron que More centrara su esfuerzo exclusivamente en el empleo táctico del espolón de su unidad. El deplorable alistamiento de a bordo era el fiel reflejo de los requerimientos desatendidos por años, al extremo de que la Independencia, sin otra alternativa, se había hecho a la mar con entrenamiento nulo. De ahí la crucial importancia de que esas tareas, y otras relacionadas, se hagan en tiempo de paz, porque hacerlas durante la guerra, como escribiera el mariscal Ferdinand Foch, es demasiado tarde.

Asumió así el comandante un riesgo extremo por la proximidad a costa. En su apretado análisis de la situación entendió que no podía permitirse la fuga de uno de los buques de la escuadra que, emulando a La Española de 1865 en Valparaíso, había bombardeado inmisericorde nuestros puertos y caletas del sur, que no contaban con mayor capacidad de respuesta, y matando a civiles y aun a niños. De otra manera, con qué cara hubiese justificado la fuga de la goleta a su comandante superior, el recto y exigente comandante de la primera división naval, capitán de navío Miguel Grau.

Había que hacerle sentir al enemigo, que no estábamos jugando. Ese cálculo, la decisión de adoptar la complicada maniobra, la impotencia por el tiro inútil y la rabia contenida contra el enemigo innoble, lo condujeron hacia la roca traidora que haría el trabajo por este último. Cuando el espolón estaba a unas yardas de dar cuenta de la Covadonga, nuestro buque más poderoso impactó en la obra viva. Una enorme vía de agua, incontenible, se lo llevaría al fondo. El inesperado y desconcertante fin de la fragata blindada allanaría, por ironía, las celebérrimas correrías del monitor Huáscar.

Por cierto que hacer uso del espolón aquella mañana de mayo no fue, como se cree muchas veces, una medida extrema e inusual en la guerra naval de aquella época, a la que tuvieron que recurrir Grau y More. O que estos tuvieran un déjà vu con las galeras fenicias, sino que —por el contrario— el ariete estaba incorporado al casco de los buques de guerra de ese entonces como arma principal de a bordo, junto con la artillería. En su clásico Táctica de flota, el capitán de navío US Wyne Hughes afirma que el espolón en la Batalla Naval de Lissa, en 1866, probó ser un arma eficiente para el combate. Lo propio sostiene el historiador norteamericano Michel A. Palmer en su obra Comando en el mar: “Lissa está relacionada intrínsecamente con el espolón. El éxito austriaco aseguró la transformación de la embestida en una táctica naval aceptada e influyente en el diseño de los buques de guerra posteriores a esa batalla”.

Poco después de la tragedia, el comandante de la Covadonga, Carlos Condell, que escapó fortuitamente de las garras de la fragata peruana, más allá del aprovechamiento táctico al que estaba obligado a recurrir frente al encallamiento del buque enemigo del que huía, se ufanó, fatuo, de una victoria ficticia e impostora, que no es otra cosa que el artero fusilamiento de los náufragos de la Independencia.

Condell de la Haza fue hijo de piurana y primo hermano de dos oficiales de la Independencia, que en Punta Grueso esquivan la metralla que les envía el atento primo sureño, junto con parabienes familiares. Seguro en Valparaíso, Condell no tiene escrúpulos para declarar a la prensa de su país que More se ha rendido y que este, a viva voz, le pidió salvar a su gente, a lo que él accedió gustoso. Una mentira ruin que no solo busca convertir en mérito profesional lo que el azar le ha obsequiado, sino que también pretende adornar su triste faena, con fingidos tintes de humanidad, tal vez queriendo vanamente emular a Grau.

More en una carta excepcional que honra su memoria y muestra la fortaleza moral de su fibra interior, le contesta:

“…..Resumiendo pues todo lo expuesto, es falso, calumniosamente falso, que Ud. se hubiese entendido conmigo en el combate y después del combate: que Ud. huyó del campo a la aproximación del “Huáscar”, el cual, como consta en documentos fehacientes, se avistó dos horas después de haberse marchado Ud. y que ya que una fatal casualidad favoreció su salvación y la de su buque. Ha debido Ud. ser más mesurado en su parte oficial y respetar el valor y patriotismo de los que siempre generosos, aun con los enemigos desleales, le habrían hecho a Ud. justicia si la suerte no les hubiera sido adversa en medio de su indisputable victoria.

Finalmente, señor Condell, la guerra a que ha sido injustificablemente provocado mi país y su noble aliada la República de Bolivia, quizá se prolongue por un tiempo indeterminado; en cuyo caso no es dudoso que el desgraciado comandante de la Independencia tenga oportunidad, cualquiera que sea su condición de demostrar a Ud. y a todo Chile de cuanto es capaz el que nunca faltó a sus deberes ni como caballero ni como patriota”.

Hombre de honor, de palabra, esa que ahora parece hacernos tanta falta, cumplió con la deuda de sangre que asumió aferrado a la cubierta del blindado agonizante, mientras las aguas heladas del mar sureño lo devoraban. Hubo que llevarlo casi en vilo a tierra.

Sin embargo, los héroes como More no solo estuvieron en el frente. Desde siempre, con toda justicia conmemoramos a quienes ofrendaron sus vidas por nuestro suelo, pero pocas veces hacemos lo mismo y menos homenajeamos a sus familias, a sus padres, y a sus esposas. Sean también estas líneas para recordar a una de ellas.

Carmen Medina de Lama, ayacuchana, se casó en 1873, cuando tenía 25 años, con el limeño, de orígenes mitad inglés y mitad ayacuchano, Juan Guillermo More Ruiz, en la Iglesia del Sagrario de Lima. Doña Carmen fue hija del general de brigada José Miguel Medina Elera, piurano y uno de los militares más adelantados de su tiempo. Figura notable, sin embargo muy poco conocida. Medina fue miembro del Partido Civil de Pardo y su ministro de Guerra y Marina En 1884 -el año de su fallecimiento- funda y preside el primer partido Liberal que tuvo ese nombre en nuestro país. Un segundo sería fundado más tarde por Augusto Durand; y un tercero surgiría en 1987 como Movimiento Libertad, liderado por Mario Vargas Llosa que aunque efímero, como la mayoría de partidos o movimiento políticos, de los muchos, que hemos tenido en nuestra historia política a cada lado del espectro político, sería la corriente liberal de mayor relevancia e influencia.

En mayo de 1879, poco antes de zarpar al sur, los esposos More se despedirían con un largo y amoroso abrazo que se extendió a sus dos pequeños hijos, José Miguel de cuatro años y Guillermo de tres años. Nunca más volverían a estar juntos los cuatro.

Perdida la Independencia, el Gobierno pretendió hacer de More el chivo expiatorio que necesitaba para atenuar ante la opinión pública los señalamientos por la nula preparación de la fuerza pública para la defensa nacional que, a medida que avanzaba la guerra, se hacían escandalosamente más evidentes. Pardo y sus “blindados” -como Prado en su ego exorbitante y como Piérola con sus ínfulas de mariscal prusiano- tuvieron en ello sin duda una responsabilidad sideral e inexcusable, de las que intentaron escapar muchas veces con nimiedades y argumentos baladíes así como también los diferentes congresos que no ejercieron como lo exigía la importancia vital del asunto, la labor fiscalizadora sobre la evidente indefensión de la Patria en el frente externo.

En ese sentido es muy interesante el testimonio del teniente coronel y diputado con licencia para la guerra, Ricardo O´Donovan Córdova otro héroe de Arica -aquel del tristemente célebre cuartel trujillano - en una carta del 4 de marzo de 1880 dirigida a su hermano le dice: “Entre los papeles dejaré mis determinaciones sobre lo poco que tengo y algo sobre mis juicios respecto de la guerra actual y la responsabilidad de los hombres de Estado que por su ineptitud han contribuido a la deplorable condición en que se encuentra nuestra patria”.

El Gobierno acusó a More de cuanto pudo, y lo trató casi como a un delincuente, sin importarle sus muy valiosos y leales servicios a la Patria. Este trato injusto zahería a la Armada misma. Y el natural rechazo a este despropósito se reflejaría en la poca voluntad que mostraría el juez fiscal, capitán de navío Juan Fanning García, más tarde héroe de la batalla de Miraflores, en el desarrollo del proceso seguido al ex comandante de la Independencia. Fannnig le daría a More las consideraciones que merecía por su jerarquía y prestigio profesional de casi treinta años.

En respuesta, como el gobierno destituyó a Fanning, pero los que lo relevaron en aquella ingrata función actuaron de manera similar. Muy fácil ser capitán desde el escritorio o desde el café de Mercaderes. Los jefes navales tenían muy presente bajo que frustrantes condiciones habían tenido que operar por años. Ahí está, pues. El juicio a More de alguna manera era una maniobra contra la Marina que por y su civilismo - ahora adverso al presidente y siempre acérrimo enemigo de Piérola - y por su rechazo a la intromisión gubernamental hasta en asuntos de táctica naval, no andaba en buenos términos con el conductor de la guerra.

Es esa circunstancias Carmen Medina, asume con valor la defensa de su esposo, cuando tantas voces se alzan para responsabilizarlo de la tragedia nacional, haciendo eco de cierta prensa antipatriota y sensacionalista que abonaba en favor del enemigo, como si pretendiese afectar la moral de nuestra escuadra en combate, sin que lograse ni un ápice de efecto en ese propósito. Guillermo Thorndike en su clásico Vienen los chilenos (1978, pg. 406) presenta a Carmen Medina como “Infatigablemente escribiendo cartas de rectificación a los diarios limeños”. Alejada por cientos de kilómetros del frente, la valiente esposa del comandante More combate sin descanso la desinformación y la calumnia de quienes se atreven a tergiversar los hechos de Punta Grueso y pretenden mancillar el nombre del padre de su hijos, del caballero sin tacha. Llegó incluso a dirigirse al presidente, general Prado, exigiéndole trato justo y conforme a la ordenanza para su esposo, que ha caído en desgracia, pero marino honorable y de conducta intachable.

Sean estas líneas de un homenaje modesto a doña Carmen Medina de More valiente dama, esposa leal y a la memoria de su esposo el Capitán de Navío Juan Guillermo More Ruiz, héroe de Arica.

 

Juan Carlos Llosa
20 de junio del 2019

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