Juan Carlos Llosa

Juan Lizardo Montero: el Segundo As

En el 190 aniversario del nacimiento del brillante marino peruano

Juan Lizardo Montero: el Segundo As
Juan Carlos Llosa
03 de junio del 2022

En agosto de 1866, en calles y plazas de Lima y del Callao, las tertulias y chismes de limeños y chalacos se ocupaban de un sonado juicio militar que había iniciado el gobierno del coronel Mariano Ignacio Prado contra un grupo de prestigiosos marinos, por haberse negado a aceptar que la Escuadra Nacional fuese puesta a órdenes de un marino extranjero. La llamada cuestión Tucker haría muy conocidos a cuatro jóvenes jefes navales: Miguel Grau, Lizardo Montero, Aurelio García y García y Manuel Ferreyros, quienes desde esos días comenzaron a ser llamados los Cuatro Ases de la Marina. Aquellos oficiales superiores de la Armada que constituyeron la primera generación de marinos peruanos en blindados, ha poco habían comandado las corbetas Unión y América y los blindados Huáscar e Independencia, todas ellas recientemente adquiridos por el Perú tras la importante decisión del defenestrado presidente Juan Antonio Pezet, aunque algo obligado por las apremiantes circunstancias. Gracias a ello nuestro país pasó a contar con la más poderosa fuerza naval del Pacífico americano. 

El origen del sobrenombre de los Cuatro Ases de la Marina es incierto, pero podría haber surgido en los días de la prisión de los marinos en San Lorenzo, mientras aguardaban el veredicto que los liberase de las injustas y desproporcionadas acusaciones de deserción, insubordinación y traición a la Patria, cuyo promotor había sido Prado. Es de suponer que Miguel, Lizardo, Aurelio, Manuel y los otros oficiales detenidos mataban el tiempo jugando cartas, sobre todo rocambor. Este último juego de mesa era el favorito en los días del incidente Tucker. En efecto, el rocambor o tresillo fue muy popular en los salones limeños de los siglos XVIII y XIX. Usaba la baraja española en la que se reparten en cuatro palos, copas, oros, espadas y bastos. En esa baraja hay cuatro ases, representados por el número uno. Cuatro ases puestos en mesa significan victoria segura. Es decir, alguien en un acalorado juego pudo anunciar su jugada vencedora exclamando de manera determinante y retadora: “¡Aquí están mis cuatro ases!, el Huáscar, la Independencia, la Unión y la América”. Los cuatro buques principales de la Marina que habían comandado hacía poco Lizardo, Aurelio, Miguel y Manuel respectivamente, Los Cuatro Ases. ¿Quién o quiénes podrían ser capaces de vencer a tan poderoso cuarteto en el Pacífico sur?

De ellos, Juan Lizardo Montero Flores el Segundo As –después de Grau, el primero e insustituible– había nacido en Ayabaca, Piura el 27 de mayo de 1832. Fue aquel oficial una de las figuras más destacadas de la Marina de Guerra del Perú y el marino más influyente en la vida pública peruana del siglo XIX.

Montero completó sus estudios siendo adolescente en Guayaquil, años que coinciden con el destierro en Ecuador del famoso general Manuel Ignacio de Vivero (1844-1849), el caudillo aristocrático. Es de suponer que Montero conoció en ese país a Vivanco y que este haya influenciado tempranamente en el joven ayabaquino, ya que años después en 1856, siendo joven Teniente Segundo de la Armada, aquel sublevaría a parte importante de la Escuadra Nacional contra Castilla, secundado por su íntimo amigo el Alférez de Fragata Miguel Grau, siguiendo al caudillo de maneras afrancesadas a lo Napoleón III, que inspiró a otros como Nicolás de Piérola. 

Montero ingresó a la Marina como alumno de la Escuela Naval en 1852, con 19 años, el mismo año que Aurelio García y García, un año antes que Manuel Ferreyros, y dos que Enrique y Miguel Grau y Juan Guillermo More. Capitán de navío y comandante general de la Marina restauradora del honor nacional en 1865, comandante del monitor Huáscar poco después. Fundador del Partido Civil en 1872 bajo el liderazgo de Manuel Pardo y Lavalle. Ascendido por el Congreso de la República, de mayoría civilista, a contralmirante en 1875.

Es importante destacar que ese ascenso se lo otorgó el Legislativo en virtud a su rol en el develamiento de una de las insurrecciones que lideró Nicolás de Piérola el caudillo infatigable. Montero había tenido bajo sus órdenes a una unidad terrestre perteneciente a la Guardia Nacional. Aunque no he ubicado documento específico, puede considerarse que las actuaciones militares en tierra de Montero se darían en calidad de general de brigada de la Guardia Nacional, fuerza pública independiente del llamado Ejército de línea o Ejército profesional, existente desde los primeros años de la República y que durante el gobierno de Manuel Pardo fue potenciada. La Guardia Nacional, para efectos de la defensa terrestre del territorio, cumplía funciones de reserva o complemento a las unidades de línea de infantería. 

Candidato a la presidencia de la República en 1876, comandante en jefe del Primer Ejército del Sur en la campaña de Tacna, encargado del Mando Supremo de la República como primer vicepresidente. En la posguerra continuó en la política como senador de la República. Como puede apreciarse, don Lizardo tuvo una notable y dilatada actividad pública que se extinguió con su fallecimiento en Lima, en febrero de 1905 a la edad de 72 años en su casa de Paseo Colón.

Montero tuvo una vida marcada por la política y el servicio naval, sobrevivió a los naufragios de la fragata Mercedes y del vapor Rímac. Tuvo un rol preponderante en el combate naval del 2 de mayo, como comandante de división naval ahí surta, izando su insignia en el pequeño vapor Tumbes, desafiando el poderío naval español esa mañana. Combatió junto al que se convertiría en su fiel ayudante de muchos años, el Teniente Primero José Manzanares, que fue herido en el combate muy cerca de él, y que quedaría prisionero de los chilenos en Tacna, luego de la batalla del Alto de la Alianza.

Se casó un 8 de octubre –por extraña coincidencia– de 1870 con Rosa Elías de la Quintana –quien falleció en 1888– hija del influyente terrateniente iqueño Domingo Elías Carbajo, con quien no tuvo descendencia biológica pero sí dos niñas huérfanas de unos parientes –Filomena y María– que la pareja adoptó, sobreviviéndole solo una de ellas, Filomena, quien sería su heredera al fallecer el Almirante. 

Por otra parte, entre Lizardo Montero y Miguel Grau siempre hubo una gran amistad que estuvo muy por encima de la profesión en común y de las rivalidades institucionales, así como de los vaivenes de la política. Sobre ello, el doctor José Agustín de la Puente–de quien recientemente se ha conmemorado su centenario- recoge una carta de Carlos Elías, gran amigo de Miguel y cuñado de Lizardo, quien publicó en el Diario de Guayaquil el 8 de octubre de 1880, estando desterrado por Piérola: “Miguel Grau le tenía cariño de hermano [a Montero], y no faltaron quienes quisieran meter cizaña entre los dos antiguos compañeros del Apurímac, pero jamás lo consiguieron. Los dos marinos estaban estrechamente unidos por lazos poderosos, habían defendido desde joven las mismas causas y el afecto entre ellos era inquebrantable. Por eso Miguel Grau quería que fuese Montero el Jefe de la Escuadra, para compartir con él las glorias de la campaña”

De la correspondencia entre Montero y el benemérito y anciano, general José Miguel Medina Elera, suegro de Juan Guillermo More y a su vez padrino de bodas de Miguel Grau, se puede apreciar su lealtad con el compañero de arma caído en desgracia. En efecto, el Segundo As hizo todo a su alcance para evitar que Prado hiciese de More el chivo expiatorio que necesitaba su gobierno para atenuar su enorme responsabilidad frente al desastroso estado de alistamiento en que se hallaban las fuerzas navales peruanas en abril de 1879. Esta situación se la había hecho notar al gobierno pradista, Miguel Grau desde su curul en el Parlamento y desde su puesto de Comandante General de Marina, lo que habría tendido otro tratamiento sí su casi hermano Lizardo hubiese ganado las elecciones de 1876. El destino no lo quiso así.

La participación de Montero en la llamada Guerra del Guano y del Salitre, está signada por luces y sombras. Fue obviado exprofeso para asumir el mando superior de la Escuadra, por el presidente Prado, quien lo había vencido en las presidenciales de 1876 con el apoyo de Manuel Pardo, pese a que Montero era una figura notable del Partido Civil. Sin embargo, el caudillo civilista prefirió a un general con la aureola que se había ceñido Prado sobre su cabeza, dado su protagonismo en el 2 de mayo, donde valgan verdades más cerca del peligro y de la muerte estuvo Montero que él. Lo mismo sucedería en 1879. 

Aunque el Director de la Guerra no confiaba en él, tampoco podía prescindir de sus servicios por su alta jerarquía y prestigio. Prado político al fin, se ahorró muchas críticas llevándoselo al frente, pero lo puso cerca de él, donde lo tenía vigilado, en un puesto inferior a su alto rango: comandante de las baterías de Arica. Sabía bien Prado que, con Montero a bordo, su control sobre la Escuadra hubiese sido nulo, cosa que tampoco le fue fácil con Grau embarcado. El arraigo en Marina del civilismo era muy conocido, y para ese entonces las relaciones entre el presidente constitucional y el partido que lo había llevado al poder eran muy tirantes. 

En ese sentido Montero, Grau y compañía, terminaban siendo personas no muy del agrado, por así decirlo, de Prado, quien ya envuelto en una guerra que no supo prever, sabía de la importancia vital de procurarse el control del mar. Es muy probable que viera en aquellos reputados marinos (los cuales en un grupo importante eran civilistas activos) adversarios, y que las diferencias que surgieron durante el desarrollo de las operaciones en la campaña naval, sobre todo con Grau, tenían en el fondo, una motivación política.

Sin embargo, tras el fracaso del general Buendía en la campaña de Tarapacá, Prado decidió darle a Lizardo Montero el mando del Ejército del Sur (denominación que se le dio a estructura operacional terrestre que enfrentó la invasión chilena). Aunque es evidente que tras estos hechos la fe en la victoria del presidente Prado se hizo añicos. Con todo, tenía clara la capacidad de liderazgo del marino, de su relevancia política, de su patriotismo incólume y de su lealtad al país, de ello daban fe su prestigiosa carrera naval y de la vehemencia de su carácter, que hacían de él un hombre que no se andaba en contemplaciones ni en titubeos. 

Luego de la batalla de Tacna o Alto de la Alianza el 26 de mayo de 1880, que condujo el general boliviano Narciso Campero, de acuerdo con el tratado de la alianza Perú-boliviana, el Segundo As se incorporó a la lucha en Lima. Caída la capital, siguió bregando por el triunfo –ya casi improbable- de nuestras armas, a diferencia de otros que, dando por sentada la derrota, envainaron sus espadas y volvieron a sus hogares. En efecto, dejando a su esposa e hijas en Lima, se trasladó al interior del país en el verano de 1881, asumiendo meses después la primera magistratura de la Nación (1881-1883), luego del destierro del presidente Francisco García Calderón. Pese a asumir ese gran desafío y si bien mantuvo la moral, es de suponer que, hacia finales de la guerra, Montero perdiese la fe en la victoria, ante el convencimiento de la imposibilidad material de arrebatar al enemigo la prenda territorial capturada. 

Su participación en Arequipa ha sido motivo de críticas, y aunque hizo esfuerzos por continuar la lucha, se allanó al deseo de buena parte de la población (ciertamente justificado) de poner fin a cuatro extenuantes años de guerra. La fuerza de su espíritu parece menguar en los postreros días. Lo que fue cuestionable en todo caso sería el hecho de no haber asumido plenamente su responsabilidad tanto política como militar, en la caída de Arequipa. Es cierto que ya se había firmado el tratado de Ancón y esa circunstancia –fuera de su control- tuvo demoledor impacto en la población de la ciudad del Misti y alrededores– muchos de sus hijos ya habían entregado la vida por la Patria, como el Teniente Coronel Carlos Llosa y Llosa- con la consecuente afectación a la voluntad de lucha de quienes aún estaban en posibilidades, aunque muy limitadas, de seguir en armas, siguiendo el ejemplo de Cáceres, esto es hasta el último palmo. 

Le faltó al Segundo As, reconocer esa responsabilidad y no endilgársela a otros, a pesar de que, según su versión, su repliegue a Puno buscó liderar un contraataque reforzado con tropas bolivianas. Esto no quedó muy claro. A pesar de ello, jamás le faltó patriotismo, ni valor y asumió con entereza la cabeza de un gobierno en momentos muy críticos, como pocas veces le ha tocado afrontar a un peruano en la historia republicana.

Como hemos señalado, el Contralmirante don Juan Lizardo Monteo Flores falleció el 5 de febrero de 1905. La causa mortal fue arteriosclerosis como reza su partida de defunción, mal que lo aquejaba desde hacía dos años. Las honras y manifestaciones por su deceso fueron muy sentidas y concurridas, como puede apreciarse en los diarios de la época, que para ese entonces ya contaban con fotografías acompañando sus textos.

Por encima de sus pasiones, que en algo lo distancian del heroísmo, hoy a los 190 noventa años de su natalicio, rendimos homenaje al marino de guerra veterano de la guerra del Guano y del Salitre, al hombre público esforzado y honesto, a quien la Marina de Guerra honró al dar su nombre décadas atrás a la primera fragata misilera tipo lupo “Montero” FM 53 construida en los astilleros del Sima-Perú, que han dotado prestigiosos marinos de guerra que siempre hicieron honor al lema de su buque “Montero siempre primero”. Lleva su nombre también el Liceo Naval Montero, donde estudian los hijos del personal técnico de la Marina de Guerra del Perú

En una carta de Manuel Pardo puede aquilatar la naturaleza de su carácter: ¿Qué es de Montero?, hace días que no se de él y su silencio me hace pensar que no está quieto…”

Honor a la memoria del Segundo As a 190 años de su nacimiento.

 

Juan Carlos Llosa es Contralmirante, Director de Intereses Marítimos de la Marina de Guerra del Perú

Juan Carlos Llosa
03 de junio del 2022

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