Arturo Valverde
El reloj
Se mantiene en la familia de generación en generación

El reloj de pulsera a cuerda del abuelo está destinado a pasar de una generación a otra, como se hereda el color de los ojos o la cabellera en trinche y que diariamente se rebela al peine. Su antigüedad supera en muchos años la de edad de mi padre, que ha conservado esta heredad familiar con devoción.
Una vez, cuando en Lima los asaltantes atemorizaban arranchando carteras, billeteras y relojes a los incautos descosiéndoles hasta los bolsillos, mi padre estuvo a punto de perder ese reloj. Se lanzó del bus y persiguió al delincuente que corría sin freno entre la gente. Se había dislocado el hombro al caer a la vereda, pero siguió hasta alcanzarlo en un pasaje y se vieron cara a cara. ¡Qué pelea! Tendría que contarla él mismo.
El caso es que recuperó el reloj. El vidrio tenía una rajadura, pero una visita al relojero lo dejó como nuevo. Superado aquel frustrado asalto callejero, el reloj ha seguido dando la hora de un siglo a otro. Era el reloj del abuelo, ¡cómo no defenderlo a muerte!
Eran otros tiempos. Hoy te revientan con un balazo hasta por ser pobre y para recordarte que no debes hacerle perder el tiempo al atareado delincuente. Que más te vale guardar unos soles para el facineroso, el cual ha pasado de bolsiquear los pantalones de los señores a rebuscar entre las tetas de las señoras y las señoritas de la ciudad, sin vergüenza y sin pudor. ¿En qué parte de nuestro cuerpo acabaremos escondiendo nuestro dinero? Ya no se sabe.
Mientras se resuelve aquel dilema fisiológico, al reloj del abuelo le siguen dando cuerda y más cuerda, que es la manera en que se conserva. Cuántas horas, cuántos minutos, cuántos segundos, y yo que no veo la hora, porque le tengo un rechazo tremendo al tiempo, espero que me considere digno de ajustarla algún día en mi muñeca.
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