Hugo Neira

El outsider *

Los orígenes de una especie singular

El outsider *
Hugo Neira
11 de diciembre del 2022


Si el
outsider es el invitado inesperado, si resulta que es ese o esa, a quien no se le conocía aspiraciones presidenciales, entonces casi todos los candidatos que obtuvieron la presidencia entre el 2001 y el 2011 han sido outsiders. La excepción es Alan García en el 2006. La serie se ha continuado con Ollanta Humala. En la era del outsider que vivimos, no disminuyeron sino que se multiplicaron los movimientos políticos. Y de los noventa a la fecha, los aspirantes siguieron saliendo de la nada. Si este no es un fenómeno, que baje Pedro y lo vea. 

El outsider que se repite regularmente es una curiosa y llamativa regularidad de lo irregular. Mayor razón para detenerse en el concepto mismo y antes de proseguir el estudio de esa sucesión de sorpresas. Por eso comenzamos por llamarlo fenómeno, “la manifestación de algo oculto”. El a priori del cual partimos es que debe haber un sentido a esa aparición sucesiva. En efecto, los candidatos outsiders parecen de izquierda o de derecha, de geometría variable, pero nunca provienen de esos campos sino de una postura inesperada y rupturista que les abre el camino hacia el poder legítimo. Luego, con la misma asombrosa rutina, olvidando las promesas de los meses de campaña, se pierden cabalgando el Leviatán inconcluso del Estado. Terminan por lo general en prisión u olvidados. Los outsiders no tienen hasta ahora sucesión en el Perú. Ni logran prolongarse en el poder como Evo Morales, Correa o Hugo Chávez. No diríamos que han sido flor de un día, sino una vegetación inclasificable que no tiene sino un lustro como vida. 

¿Qué es un outsider? Una polisemia riesgosa

El concepto de outsider guarda distintos significados. Su semiología se modifica según cada disciplina. En sociología se le suele aplicar para estudiar a grupos muy desvalidos en países del Welfare State, por lo general en la Europa comunitaria, que no perciben subsidios en caso de paro o pobreza extrema. O indocumentados, emigrantes clandestinos, etc. Es decir, individuos en la marginalidad de esas sociedades. El outsider en ciencias políticas existe, pero rara vez ocupa las primeras páginas en diarios o la atención de los medios, porque en los sistemas bipartidarios —como en los republicanos y demócratas norteamericanos— es raro que alguien rompa la alternancia. Lo mismo ocurre con izquierdas y derechas clásicas en Europa. Cuando aparece algún político con masas y fuera del sistema establecido, el intruso trata de ser parte del sistema convencional de partidos. Es el caso de Podemos en la España de Rajoy y de los socialistas, o de Marine Le Pen y su Frente Nacional en la Francia de gaullistas y socialistas. Y ocurrió, en otra edad de la política europea, con Adolfo Hitler, que luego de su fracaso en el golpe de Estado en Múnich, que le valió la prisión, vuelve a la vida partidaria no solo con un partido sino una novedad extremadamente organizada, entre movimiento de masas, ejército privado y secta religiosa. Y que no dejó de apelar a las urnas y a la legalidad para llegar al poder. Deja de ser un outsider en 1925 y llega a Canciller en 1933. Igual, el outsider ha mermado en las sociedades industriales. El outsider político en América Latina va más lejos que los raros casos que se presentan en los Estados Unidos y en Europa. Es el caso de Hugo Chávez y no es el único en el continente. 

Falta decir que hay otro uso del concepto de outsider, extremadamente interesante. Es el del outsider intelectual. A mí personalmente me ha interesado mucho desde que conocí el trabajo de Francisco Gil Villegas, filósofo mexicano, Los profetas y el mesías (1996). Para explicar la originalidad de algunos pensadores, Lukács, Simmel y Ortega y Gasset, retoma una idea del psicólogo Alfred Schutz, de 1944. Sostenía que cada sociedad tiene una “idea relativamente natural del mundo”, en la cual la sociedad misma se incluye. Lo que el “endogrupo” no puede percibir, según Schutz, puede ser captado por el ajeno, el forastero. Gil Villegas explica que esa distancia crítica se explica en el caso de Lukács y Simmel, eran judíos. Con Ortega no fue fácil, su capacidad para distanciarse de los tópicos dominantes en la España de sus días tiene otras razones. 

La hipótesis de las ventajas cognitivas de ser un outsider intelectual “yo no soy nada menos que el extranjero y me beneficio de sus melancólicos privilegios” —la célebre frase de Ortega y Gasset—, como se comprenderá, es utilísima para estudiar a los intelectuales. Y así lo he hecho. Hay que decir, sin embargo, que algunos no admiten la necesidad de esa distancia. Fueron los partidarios del engagement como Sartre. Otros, en cambio, siempre fueron conscientes de su peculiar situación, como Octavio Paz. “La voz del político surge de un acuerdo tácito explícito entre sus representados; la voz del escritor nace de un desacuerdo con el mundo o consigo mismo, es la expresión del vértigo ante la identidad que se disgrega. El escritor dibuja con sus palabras una falla, una fisura. Y descubre en el rostro del Presidente, el César, el Dirigente Amado y el Padre del Pueblo la misma falla, la misma fisura ("El escritor y el poder", 1979). ¿Existe, en efecto, esa inteligencia flotante, la freischwebende Intelligenz, de Karl Mannheim? ¿Y su contrario es el insider el hombre enterado y arraigado? El tema corre traslado a la sociología del pensamiento. En Mannheim, la finura y sensibilidad de su análisis para con los intelectuales produjo, paradójicamente, incomodidad y fastidio. Ellos tratan los sujetos sociales, no están habituados a ser tratados como objeto de estudio. Es Raymond Aron quien lo rescata para la sociología de nuestro tiempo. 

Mínima descripción. Los orígenes de una especie singular

Comencemos dejando de lado un lugar común. Cuando se dice outsider en Lima se piensa inmediatamente en Alberto Fujimori. Sin duda alguna lo fue, en lo que concierne al acceso a la presidencia de alguien sin antecedentes políticos, por lo menos hasta 1990. Pero desde un punto de vista más ancho, y más revelador, se olvida el antecedente Ricardo Belmont, elegido el 12 de noviembre de 1989 nada menos que alcalde de Lima, y reelecto en 1992. La capital es una plaza electoral gigantesca y decisiva, ningún país de la América del sur sufre de la macrocefalia que produce Lima tanto en la economía del país o como distrito electoral. Con Belmont y en la capital, aparecen “los independientes”. Así comienza la historia de los outsiders. Desde entonces, no desaparecieron, al contrario. Y podemos guardar esa fecha. Es el final de un sistema de partidos políticos en el Perú. No el fin de la política, acaso el inicio de un gigantesco debate y de diversas prácticas sociales, todas hasta ahora a la vez importantes e insuficientes. Un debate mayor que exige el diagnóstico de nuestro tiempo. El cual brilla por su ausencia. 

La taxonomía que vamos a seguir para estudiar esta figura del poder, no va a ser cronológica, sino desde los rasgos específicos del outsider, aquello que en particular posee y que lo separa de los políticos habituales. Como sabemos, los líderes de partidos, por lo general han hecho política desde jóvenes, han sido líderes universitarios y en alguna organización ascendieron de modo gradual y constante. Es el caso de Luis Bedoya Reyes, de Alan García. Diputados, alcaldes, lo mismo pasa con líderes de las izquierdas. Gentes de un aparato político. Un outsider no. Una buena mañana, se despierta político. Razones coyunturales no faltan. El Perú siempre está en crisis. Hasta ese momento, el Señor no lo había llamado a otro destino, como Pablo de Tarso en el camino a Damasco. Algunos sospechan que al apóstol lo que le produjo su ceguera era una aguda retinitis que hoy se cura con gotas. Pero dejemos esas especulaciones impías. Lo cierto es que el que va a transformarse de golpe y porrazo en conductor de multitudes, hasta la hora de la iluminación, es un tranquilo funcionario del Banco mundial, o profesor de economía, o rector de universidad. O comandante. La política no le ha interesado. Lo cual en gran parte explica el entusiasmo con el que luego abrazan la política de la antipolítica. 

El segundo rasgo no es tanto su virginidad partidaria sino que son personas públicas, figuras, personajes. Mario Vargas Llosa era ya un afamado escritor con éxitos internacionales cuando se lanzó a la candidatura. Pero los otros outsiders, en una escala muy menor, no dejaban de tener sus propios laureles. No es cierto que antes de su conversión a la misión de salvar al Perú, ni Fujimori, ni Toledo, ni Humala, ni Guzmán o Acuña fueran unos desconocidos. Gozaban de algún prestigio, más bien de carácter grupal, profesional, pero había un reconocimiento en torno a cada uno de ellos, como se suele tener en cualquier sociedad de nuestro tiempo para con personas que destacan en un campo preciso de la actividad humana. Fujimori era un rector de la Agraria reputado por sus méritos como gestionario, además del prestigio de ser un matemático de primer nivel. Recibió una distinción en Bélgica, mucho antes de jugar un papel político, mérito que no suele aparecer en sus biógrafos. Toledo venía de Stanford, de trabajos de consultor en organismos internacionales. Humala había ascendido hasta comandante. Habría seguido su carrera militar, de no interrumpirla al optar por la vida política. Guzmán, antes de su candidatura, era parte de esa tecnocracia de Estado que el Perú tiene desde hace más de un decenio, y que garantiza una estricta política fiscal. Acuña ha montado varias universidades, y alcanzado varios altos cargos, y por las urnas, en el norte del país. Son lo que los franceses llamaban en el siglo XIX, “los notables”. Una categoría social y un estatus importante, pero limitado, no hacía de ninguna manera notable al aspirante a conducir el Estado. En suma, en nuestro caso, gente social y profesionalmente importante, pero a ninguno se le conocía —ni sus familiares ni amigos— ambición política alguna. El outsider es una sorpresa para todos, incluso para sí mismo. O es acaso un clímax, una fractura, ¿una transición política que todavía no alcanzamos a entender? ¿Y por lo mismo, en aquel que va a encarnar el rol del salvador? 

¿Cuenta entonces el origen social? Sin duda, no ser ni parte de la clase política ni parte de las capas sociales privilegiadas. En este caso, Toledo es el que mejor encarna el outsider ideal. Provenía de un hogar de dieciséis hijos, era el octavo, de padre campesino que había emigrado a Chimbote, puerto pesquero. El niño Alejandro tuvo que trabajar cuando era escolar y de pronto, una beca norteamericana lo salva. Casado con Eliane Karp, antropóloga, en 1972, separado en 1992, vuelto a casar en 1997, la vida de Toledo era acaso lo que necesitaba la mitología peruana para tener a la vez un outsider por su experiencia profesional y a la vez, un ciudadano emergente, cuyo componente étnico resultaba decisivo. Eliane le inventa lo del “cholo sagrado” y el mito marchó por un buen rato. 

Fujimori es otro outsider que ocupa perfectamente el papel del que emerge desde abajo y que además, es distinto. Es decir, un Nisei. No es una desventaja, al contrario, el pueblo ha aprendido a respetar a esos hijos y nietos de japoneses emigrados y conocidos por su sobriedad, honestidad y don de trabajo. La mejor propaganda que Alberto Fujimori recibe es la tienda de la esquina de una calle, en barrios e innumerables ciudades, administradas por familias japonesas. Sin duda, cuenta la buena opinión que se tiene de los descendientes de los japoneses, y un capital simbólico viene a ser sus orígenes. El padre, un emigrado del Japón, recolector de algodón en una hacienda de Paramonga, luego improvisado sastre en Huacho, luego reencauchador de llantas, y ferretero, tienda de jugos, una florería, como lo explica Yusuke Murakami (Perú, en la era del Chino). Miles de miles de excampesinos peruanos que migraron a las ciudades de provincia y a la capital podían identificarse con esa experiencia de vida de los Fujimori. Que Alberto, uno de los cuatro hermanos, progresara tras una escuela en el centro de Lima y eligiera una facultad de Agricultura, y gozara de becas y promociones, era también una senda que no podían menos que sentir suya la mayoría de peruanos. […]

*Extraído al 90% de mi libro El águila y el cóndor. México/Perú, Editorial Ricardo Palma, 2019, pp. 423-427.

Hugo Neira
11 de diciembre del 2022

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