Raúl Mendoza Cánepa

El orgulloso canalla

“La honestidad es la mejor de las artes perdidas”

El orgulloso canalla
Raúl Mendoza Cánepa
12 de febrero del 2024


Uno de los grandes dilemas sobre la condición humana es si a la gente mala le va bien y a los buenos les va mal porque son tontos. Hay pasajes bíblicos que nos disuaden de envidiar la suerte de los impíos, pero los impíos nos pasan por encima, nos sabotean o nos miran de lado. 

Ocurre que nadie confía en quien le va bien porque se asume que “algo turbio hay detrás”. Balzac aseguraba que detrás de toda fortuna hay un crimen, lo dijo en Papá Goriot: “El secreto de las grandes fortunas sin causa aparente es un crimen olvidado”.  La frase original fue de uno de los padres de la Iglesia, San Juan Crisóstomo. Si un vecino de clase media se compra un auto de alta gama, ¿cuál es la primera explicación? “Debe estar robando. No es deshonesto, aprovecha las oportunidades y la hará tan bien que nadie le tomará cuentas”. 

El honrado va al banco a hacer un gran depósito y se dará con un ventanillero que llamará al administrador y un seco rumor invadirá la sede. Le pedirán explicaciones sobre el dinero, porque antes que un emprendedor acaudalado, usted es un lavador de activos, un ladrón, un corrupto, un estafador o un narcotraficante. Temblará pese a su inocencia. A Jaime Bayly le ocurrió en Miami, tuvo un mal momento en un banco; pero usted no es Bayly ni lo conocen en su cuadra. 

“Hagas lo correcto o no, si tienes éxito, igual van a pensar mal de ti”, esta es la “cojudez supina”. En Noruega al “vivo” deja de saludarlo el vecino, y el barbero le cierra la puerta. En Japón el harakiri le hace el karma.  En el Perú será secretamente admirado. A los cojudos les basta memorizar el manido “quien estudia triunfa” o “la bondad finalmente gana”. El “vivo” no está para “cojudeces” y se salta la valla. Alguna vez, algunas cosas me salieron mal por no saltarla y me espetaron "es que eres demasiado bueno".

No hubiera escrito este artículo si antes no leía un texto de Irene Vallejo en El País: "La lógica de la competición a ultranza nos exige convertirnos en triunfadores. Mil veces escuchaste la advertencia: quienes te rodean son rivales. Se aprovecharán de ti. Enseña los dientes, jamás te muestres débil. Eres demasiado ingenua, vas con un lirio en la mano… como si la bondad fuese una deficiencia de carácter, una insignia de perdedores".

Dice más: "Hace casi veinticinco siglos, el historiador griego Tucídides diseccionó esta contradicción con afilada lucidez: La mayoría de los hombres prefieren que los llamen listos por ser unos canallas, a que los consideren necios siendo honrados. De esto último, se avergüenzan; de lo otro, se enorgullecen”.

“La honestidad es la mejor de las artes perdidas”, decía Mark Twain con acojudada nostalgia. Sofocleto aterrizaba para alertar sin romantizar: “Nada tan peligroso para el cojudo como tropezarse con un pendejo”. ¿Y a usted le suena?

Raúl Mendoza Cánepa
12 de febrero del 2024

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