Darío Enríquez

El mito de la igualdad de oportunidades

Falsos derechos de un impostado igualitarismo

El mito de la igualdad de oportunidades
Darío Enríquez
18 de mayo del 2021


En medio de conjuras, aquelarres y abracadabras colectivistas, propios tanto de la economía ficción como del delirante constructivismo social y del distópico diseño cultural, la “igualdad” es uno de los tantos ideales con que trafican incansablemente los diversos populismos de aquí y de allá.
Empecemos fijando un principio fundamental libertario: la igualdad frente a la ley. Esa es la igualdad plenamente compatible con los pilares civilizatorios de vida, libertad y propiedad. Sin estos pilares, una sociedad deviene inviable. 

Recogiendo las ideas expuestas por gente de excelencia como Jordan Peterson en Canadá, Juan Ramón Rallo y Miguel Anxo Bastos en España, Arturo Damn en México, Enrique Ghersi en Perú y Axel Kaiser en Chile, entre muchos otros, desarrollemos un ejemplo suponiendo que podamos tener en un momento dado esa "igualdad de oportunidades" que pregonan las ideas colectivistas. Imaginemos una sociedad con igualdad de oportunidades para una generación que llamaremos T1. Los miembros de esa generación logran avanzar en la vida según los gustos, preferencias y habilidades de cada quien. Como es lógico, unos tienen mayor éxito que otros. Unos serán intelectuales, otros profesarán artes diversas, habrá quienes pongan mayor énfasis en trabajos manuales, también otros que abonen a mayores relaciones interpersonales, etc.

Los miembros de la siguiente generación T2 ya no partirán del mismo punto en "igualdad de oportunidades" porque, más allá de lo que el sistema ofrezca, cada familia habrá definido su propio y particular ambiente. Tal vez una familia se haya preocupado en acumular una amplia, diversa y decente biblioteca propia (física y electrónica); otra convirtió su casa en bello espacio experimental para el diseño de interiores; otra más instaló un taller de curiosidades mecánicas, carpintería y reparaciones diversas; otra solo habitó funcionalmente una vivienda estándar y salían cuando podían a hacer actividades al aire libre; otra tenía un poco de cada ambiente descrito. Y tal vez alguna no tenía nada de todo eso, pero disfrutaban ruidosas fiestas y se abrían a toda suerte de festejos sociales.

Sin que la lista mostrada abarque la gran cantidad de opciones y estilos de vida, nos sirve para graficar que cada familia establece un ambiente como mezcla única; lo que, sumado al perfil de cada individuo, nos lleva a una gran diversidad y nos aleja sin duda de la pregonada igualdad de oportunidades. Salvo la intervención violenta de un Estado opresor para "igualar", en nombre de un "bien común” que nunca llega.

Es curioso. Cuando alguien habla de que no hay igualdad de oportunidades, por lo general se refiere a la culminación del proceso (resultados) y no a su inicio (oportunidades). Esto lleva siempre a un diagnóstico impostado, sobre la base de un discurso pleno de frases, expresiones y propuestas emocionales. Se conecta automática y directamente los resultados obtenidos con las oportunidades iniciales, dejando de lado que el tema de una trayectoria de vida es mucho más complejo.

Lo que uno vive como resultado en un tiempo dado siempre es consecuencia de opciones, decisiones, actitudes, aptitudes y circunstancias que se remontan años e incluso décadas atrás. Los individuos deben asumir gran parte de su responsabilidad y no caer en el facilismo de que "el sistema tiene la culpa". Todo ello comprende acciones propias, influencia del medio en diversos grados y también las acciones de los otros. Podemos observar con facilidad que la igualdad de oportunidades no garantiza igualdad de resultados ni en los miembros de una misma promoción escolar, con mayores semejanzas que diferencias entre ellos; tampoco se garantiza entre los hermanos de una misma familia, con la misma crianza y el mismo contexto familiar. Ni siquiera con gemelos idénticos se puede garantizar igualdad de resultados. Somos diferentes, forzar la realización del mito de la igualdad y llegar incluso a la violencia para lograrlo es perverso.

La economía no es un juego de suma cero; es decir, que los beneficios de unos no implican necesariamente perjuicio de otros, como algunos igualitaristas creen. Menos aún en un contexto de avance tecnológico permanente, en donde las fronteras de la ciencia, el conocimiento y el bienestar se abren a un horizonte más amplio cada día. Es una premisa equivocada pretender que en un intercambio comercial, cultural o social hay siempre un ganador y un perdedor. El éxito de unos no origina necesariamente el fracaso de otros. Buscar "justicia" forzando la igualdad de resultados termina siendo sumamente injusto, inmoral y autodestructivo del tejido social.

Debemos abrirnos a un concepto mucho más objetivo: el acceso a las oportunidades en un contexto de igualdad frente a la ley. Y no una igualdad forzada violentamente por la ley. No se trata solo de una cuestión semántica. La realidad muestra gran diversidad de talentos, intereses, influencias, personalidades y reacciones entre los individuos. "Yo no le pido a Dios que me dé, sino que me ponga donde hay", resume uno de los personajes de un film en los años dorados del cine mexicano, aludiendo sus cualidades para aprovechar las oportunidades que tenga frente a él.

Darío Enríquez
18 de mayo del 2021

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