Davis Figueroa
El estatismo es más letal que el Covid-19
No hay peor administrador que un Estado autoritario
“Los defensores del intervencionismo pretenden que la actuación del gobernante, siempre sabio y ecuánime, y la de sus no menos angélicos servidores, los burócratas, evitará las tan perniciosas consecuencias que, «desde un punto de vista social», provocan la propiedad individual y la acción empresarial. El hombre común, para tales ideólogos, no es más que un débil ser necesitado de paternal tutelaje que le proteja contra las ladinas tretas de una pandilla de bribones”.
Ludwig von Mises, La Acción Humana: Tratado de Economía.
No cabe ninguna duda de que la historia registra la vesania y letalidad de los estados totalitarios. Basta recordar los campos de concentración y exterminio de la Alemania nazi, de la Rusia soviética, de la China comunista o de la España franquista, cuyas víctimas suman cientos de millones. Lo mismo ocurre en nuestros días en países como Cuba, Venezuela y Corea del Norte; las víctimas son incontables y la historia dará testimonio de ello cuando por fin celebremos las efemérides de la destrucción y caída de dichos regímenes autoritarios.
Ahora, al evidente fracaso del Ejecutivo y del Ministerio de Salud para contener los casi 700,000 contagios y más de 30,000 decesos por Covid-19 (hasta la actualidad), debe sumarse este infierno de la recesión económica a gran escala, que ya viene azotando a todos los peruanos –con excepción de los burócratas remotos–, condenándolos a la hambruna más atroz. Mientras el presidente Martín Vizcarra aún no atisba el porvenir gris y desolador que tiene frente a sus narices.
La historia también atestigua el despropósito y las consecuencias nefastas que ocasionan las prohibiciones absolutas en la sociedad, tales como la prohibición del alcohol, la prostitución, el tabaco y las drogas. No existe peor administrador que un Estado autoritario e implacable. Bajo esta premisa, podemos comprender que la prohibición del ocio nocturno es un disparate, más aún después de que la población ha atravesado un encierro domiciliario rígido, so pretexto de salvaguardar la salud pública. Los contagios seguirán dándose, abriendo paso a lo que los epidemiólogos denominan como inmunidad de rebaño –la vacuna natural contra el covid-19–; además, la OMS ha confirmado que la reinfección por el virus de marras es estadísticamente irrelevante.
Lo ocurrido el pasado 22 de agosto en la discoteca Thomas Restobar, del distrito de Los Olivos, donde fallecieron 13 personas como consecuencia de la impericia y abuso policial, también hace corresponsable al Ejecutivo, al Ministerio del Interior y, por extensión, al Gobierno en general, por más que los medios de comunicación masivos nieguen este hecho. La insolidaridad y falta de empatía de los peruanos se hicieron patentes en las redes sociales y demás portales de opinión. El cuarto poder prostituido hizo arengas a la ineptitud de los efectivos policiales y del Gobierno, excusándolos torpemente, a pesar de los testimonios y evidencias. Nadie niega la efímera irresponsabilidad de unos jóvenes partícipes de una fiesta clandestina –porque así lo dispuso el Gobierno–, pero ¿acaso merecían morir por ello? De buenas a primeras, los peruanos nos convertimos en viejas cucufatas que despotrican a diestra y siniestra contra la memoria de unos jóvenes que tuvieron que soportar una cuarentena rígida y despótica hasta el hartazgo.
La crisis sanitaria fue algo previsible en el tiempo; sin embargo, la crisis económica y social fue provocada por el desgobierno de Martín Vizcarra y su trasnochada cuarentena nacional, que aún persiste en determinadas regiones. Una decisión que es el acabose en medio de un país en ruinas. La dictadura de los médicos –expresión de Hernando de Soto– pudo limitarse con elemental sentido común, y evitarse así el desempleo de siete millones de personas y el desplome del PBI en un 17%. ¿Acaso se cree que a esta gente le lloverá maná del cielo o bonos del Gobierno para mantenerlos indefinidamente? La verdad que todos conocemos es que los bonos de Vizcarra son otorgados arbitrariamente y representan una migaja para quienes los reciben.
Nada ni nadie podrá redimir a Vizcarra de sus decisiones fallidas. Solamente el decurso del tiempo despertará del letargo a quienes aún lo defienden. Y el rol del Gobierno, en tiempos de Covid-19, será la representación de la incompetencia y estulticia de los políticos.
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