Cecilia Bákula

El elocuente mensaje del silencio

El Papa Francisco y la bendición Urbi et orbi

El elocuente mensaje del silencio
Cecilia Bákula
29 de marzo del 2020


El, viernes 27 de marzo de 2020, hacia el mediodía (hora de Lima), fuimos parte de un acontecimiento histórico. El mundo –que está casi en su totalidad viviendo confinado, aislado– asistió masivamente a un encuentro virtual en la Plaza de San Pedro. El Papa Francisco había hecho una convocatoria a todos los hombres y mujeres de buena voluntad –sin importar raza, credo, origen, condición o lugar en el que cada uno pudiera encontrarse–, para unirnos en una única oración, para clamar a Dios ante la pandemia que el universo sufre.

No me cabe duda de que ante la imagen del Santo Padre –quien con paso cansino y lento subía la rampa de acceso al lugar que se había señalado en el imponente atrio de San Pedro, con una llovizna que por instantes se intensificaba y que generaba un brillo y fulgor especiales a las luces que se habían instalado– todos nos hemos sentido sobrecogidos. Y esa sensación se incrementó y fue como un golpe en el alma cuando se enfocó a esa plaza, cuyas dimensiones conocemos como gigantescas y que regularmente alberga a miles y miles de personas, que se nos mostraba vacía, callada, inerte. Igual de desierta se pudo ver la Basílica de San Pedro. Eso podría haberse sentido, por qué no, como un vacío doloroso; sin embargo, pienso que jamás ese espacio estuvo más lleno. El mundo entero estuvo allí y todos juntos y al mismo tiempo.

Donde en otros días las masas se reunían, había alboroto y algarabía, donde hubo pena de miles y expectativa de otros tantos, ayer, ese lugar, mudo testigo de tantos hechos, fue el lugar en donde el silencio quedó roto por la única voz de Francisco que, en una homilía extraordinaria, nos condujo hacia la confianza que el pueblo puede tener en Dios. “¿Por qué temes?”, fue la pregunta recurrente y a través de la reflexión. El Papa orientó al mundo hacia la necesidad de la fe, la urgencia de la esperanza, el valor de la solidaridad y el reconocimiento de que, en el mundo, lo material no hace al hombre, sino que a este lo construyen y sostienen valores superiores, asociados a su creador.

La bendición extraordinaria Urbi et orbe estuvo acompañada por singulares elementos. Muchos símbolos nos fueron descubiertos y otros tantos detalles habían sido preparados con la delicadeza del pastor, con el afán de un padre que quiere transmitir un claro mensaje. Aun para aquellos poco familiarizados con las formas litúrgicas, los mensajes deben haber llegado y calado. Y junto a esa soledad del Papa, vimos la sobriedad y urgencia de dos elementos: La bella imagen de la Salus Populi Romani, imagen de gran importancia para la ciudad de Roma y sus habitantes, que se ubica en la Basílica de Santa María La Mayor. La imagen de claro estilo bizantino, que data de mediados del siglo VI d.C., está rodeada de una riquísima tradición religiosa. Otra imagen muy significativa era el Cristo Crucificado que se ubica habitualmente en la iglesia de San Marcelo en Corso, que el Papa pidió fuera trasladada a la Basílica de San Pedro para esta especialísima ceremonia. Esa imagen, como nos han informado, quedó indemne durante un devastador incendio y se asocia con el fin de una severa peste que, como el coronavirus ahora, asoló a Roma en 1519.

Y todo esto nos lleva, pues, a darnos cuenta que esta situación sanitaria, que afecta al mundo entero, obliga a replantear la conducta y los valores. La sociedad debe aprender a comportarse de distinta manera, a respetar más a la naturaleza, resucitar el espíritu primigenio de solidaridad, velar por el prójimo; reducir el consumismo y dar a cada cosa su justo valor. Como seres humanos en sociedad, vivimos frontalmente la realidad de nuestra vulnerabilidad, el cambio que experimentamos en el concepto de tiempo, trabajo, familia, dinero nos mueve a intentar ser sensatos y aprovechar este llamado, esta experiencia que afecta a toda la humanidad y no distingue a nadie por encima de otro

Quizá lo importante será intentar saber, soñar, programar cómo será nuestra vida individual y colectiva a partir del primer día después del confinamiento. Porque lo que antes considerábamos como “normal ha dejado de serlo, y el hombre deberá reinventar su mundo y su entorno.

Cecilia Bákula
29 de marzo del 2020

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