Herberth Cuba
El diálogo en la política
La tarea colectiva de la búsqueda de la verdad
Los seres humanos son seres sociales y tiene al diálogo como elemento central para la convivencia y la sobrevivencia. La política ha logrado siempre un uso sofisticado y eximio del diálogo, tanto para la paz como para la guerra. Sin embargo, el conflicto y la guerra han sido siempre la expresión de la ruptura del diálogo. Esta necesidad política ha llevado al estudio de los mecanismos indispensables para alcanzar acuerdos eficaces con la finalidad de lograr la paz y el orden social.
El diálogo, desde Sócrates y Platón, así como la paz perpetua planteada por Kant y los aportes contemporáneos de Jürgen Habermas han ocupado parte esencial de las reflexiones filosóficas. Pero, ¿es posible el diálogo? Hay quienes señalan que no, pero finalmente siempre es posible. Habermas plantea una serie de requisitos para que el diálogo se produzca y sea efectivo. La clave es el compromiso de los interlocutores con la “tarea colectiva de la búsqueda de la verdad”. Sin este compromiso mutuo el diálogo resulta imposible. Parece increíble que este concepto haya tenido aplicación desde Sócrates, hace más de 2500 años.
Es imposible asumir ese compromiso si no se supone desde el inicio la posibilidad de que ninguno de los interlocutores posea la verdad. Además se requiere —según Habermas— una capacidad de autorrenuncia. Es decir, que yo, como interlocutor, renuncie a mi verdad, la deje en suspenso, con la finalidad de escuchar la verdad de mi interlocutor. Esta capacidad de escuchar al otro nos permite reconocerlo y considerarlo como un interlocutor válido. Luego del intercambio de las opiniones, debates y argumentos, se arriba a una conclusión que genera un compromiso de cumplimiento.
En otras palabras, el diálogo parte de la capacidad de renuncia y reconocimiento, de la capacidad argumentativa, del compromiso de aceptar los acuerdos y de comportarse conforme a ellos. Además, es la única forma de generar y acumular conocimientos que permitan el desarrollo científico, tecnológico y social. El resultado de este compromiso por el diálogo asegura mayor bienestar y seguridad social.
La sociedades totalitarias, las ideologías mesiánicas y las doctrinas que ensalzan el pensamiento único, fabrican verdades eternas y absolutas. En estas circunstancias el diálogo es imposible, además de innecesario. En estas sociedades no hay desarrollo científico ni progreso social, pues se parten en “buenos y malos”. Los buenos, los políticamente correctos, los que pertenecen al pensamiento vigente, excluyen y a los otros, los considerados malos. La falta de diálogo es una actitud que crea mecanismos de falsa superioridad ética y moral para imponerse por la fuerza. La fuerza no solo es física, sino también social y psicológica.
El siglo XX ha sido testigo de la muerte de más de sesenta millones de seres humanos como producto de la guerra y el fanatismo político. Las verdades eternas, las razas superiores, los sistemas políticos para mil años, la creación de experimentos sociales con líder y pensamiento único fueron el origen de esa carnicería humana. Nunca se ha degradado tanto al ser humano en nombre de la doctrina, la ideología y lo políticamente correcto.
Nuestro país no fue ajeno a esa negación del diálogo. A finales del siglo XX nos desangramos. Hoy somos víctimas aún de los estragos de esa violencia. Nuestra política criolla todavía no asimila el diálogo constructivo e inclusivo. La última campaña electoral demostró que nuestro país aún está lejos de entender la política como autorrenuncia, reconocimiento mutuo, argumento y compromiso de acuerdos con la mirada en el futuro. Todavía se construyen en secreto políticas que se imponen a fuerza de presión. Pero también las réplicas de los “agraviados” utilizan los mismos mecanismos. El diálogo se está transformando, poco a poco, en una imposición con exclusión. Esa vía es peligrosa.
El nuevo gobierno, con minoría en el Congreso de la República, deberá poner a prueba su capacidad de diálogo no solo con los políticos, sino también con la calle. En similar situación se encuentra la mayoría parlamentaria. Esperamos que sus líderes estén a la altura y fortalezcan los mecanismos de diálogo Estado-Estado y Estado-Sociedad. Y que los fueros creados para tal fin sean ejemplo de comportamiento social. No más insultos, menos “antis”. Más y mejor diálogo político.
Herberth Cuba García
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