Cecilia Bákula
¿El Congreso está solo o se ha quedado solo?
Se le percibe resignado ante el fantasma de la “cuestión de confianza”

Los recientes cambios producidos en el gabinete ministerial pusieron de manifiesto que fue la presión social y colectiva, junto al enorme trabajo desempeñado por la poca prensa independiente, los que lograron que el desde el Poder Ejecutivo se entendiera, que de no hacer esos cambios, el enfrentamiento con el Poder Legislativo sería realmente catastrófico, para la ya débil gobernabilidad.
Pareciera que el Congreso ha creído que estos cambios recientes han sido motivados por su actuar. Si así lo creen, me parece que están en un error. Desde mi perspectiva, ese Poder del Estado, está dejando mucho que desear y se le percibe como menguado y resignado ante el fantasma de la “cuestión de confianza” que, cual amenaza constante, lo pone en jaque. Baste recordar que hasta ahora no se ha suscrito la ley que se ha elaborado al respecto y que, supuestamente, establece y limita las posibilidades de recurrir a “la cuestión de confianza” para sentar con mayor claridad los límites entre los Poderes y, así, tener cierta tranquilidad. En tanto esa nueva norma no es aún una ley, el asunto sigue igual.
Es por ello que, en una sesión extraordinaria del sábado 9, la Comisión de Constitución del Congreso aprobó la insistencia de la autógrafa de la ley que busca regular la aplicación de la cuestión de confianza por parte del Ejecutivo. Si bien esta aprobación tuvo una notoria mayoría, se debe esperar a que sea el pleno del Poder Legislativo el que, luego de la discusión que corresponda, apruebe por insistencia dicha ley.
Y mientras eso sucede, parece que el Congreso, al abocarse casi exclusivamente a estos asuntos en los que se define también su subsistencia, va quedándose solo. Ya sea porque no se siente como una instancia de defensa de la gobernabilidad y de la democracia o porque fuera de sus muros las fuerzas políticas empiezan a advertir que no se tendrá, en este período parlamentario ni en la mayoría de los congresistas, ese espejo del ser ciudadano que se requiere para mantener cierto rumbo de unidad. Tampoco se descubre aún, entre los parlamentarios, esa voz que se eleve con liderazgo moral, político y patriota en una situación como la que se vive, de dispersión de intereses, de fragmentación de las fuerzas políticas y ausencia de líderes. Todo ello augura malos tiempos.
Adicionalmente, en los últimos días hemos presenciado varias “escenificaciones” que deben recibir una lectura atenta. El nuevo gabinete no implica, de manera alguna, un cambio de rumbo; lo entiendo solo como una pequeña variación de rostros para ganar tiempo en la agenda política abierta, aunque no expresada, radical aunque no confirmada, que este gobierno quiere llevar adelante. Eso quedó evidente en la maniobra, por llamarlo de alguna manera, que implicó el lanzamiento de una nueva y mal llamada segunda reforma agraria.
Otro escenario a considerar, es la aparente incapacidad de la derecha y del centro izquierda, por no decir que me refiero a todos los partidos y grupos de oposición responsable, para aglutinar esfuerzos y posponer intereses de grupo, de partido y personales, para construir y proponer a la ciudadanía un frente sólido ante las amenazas que se ciernen sobre el futuro político, social y económico del país. La ceguera actual para comprender la realidad de la situación política y la tendencia a dejarnos adormecer por pequeños cambios, paliativos y placebos costará años de atraso, más pobreza, incremento de los niveles de miseria y la pérdida de un ritmo de crecimiento que el país debe sostener.
En ese panorama, debe haber un único frente de oposición, una única fuerza, una alianza que muestre vigor, que enfrente conjuntamente a los desatinos de un gobierno aletargado en las acciones positivas urgentes y que sirva de respaldo a un Congreso que se ve cada vez más debilitado y minimizado.
La condición de riesgo del país obliga a que sea la oposición la que supere las fronteras de lo personal y partidario, y se presente como una fuerza que da cara a la izquierda extrema; y que lo haga en el terreno político, en el discursivo y en la obligación de liderar esa propuesta de futuro que el país necesita. Pensar que solo el Congreso –fragmentado, sin gran experiencia y con temor– puede ser la voz y la fuerza que defienda en solitario a la democracia y al futuro del país, es un grave error.
Es indispensable contar con un contrapeso a una izquierda que se empodera ante la inacción de los otros grupos que, lejos de tener una mirada común en el futuro del país y con una visión de largo alcance, están preocupados por la pequeñez personal, por imponer detalles de sus “ideología”, por obtener una micra de cuota de poder. Y que no se percatan de que en ese actuar egocéntrico, pequeño, inmaduro e inconsistente se está forjando, ante nuestros ojos e inacción, la mayor crisis nacional que podremos recordar.
Hay que unir esfuerzos con los grupos de empresarios a quienes se les ataca permanentemente. No hay un apoyo radical a ellos que sostienen la economía nacional. Un ejemplo clarísimo es el de la minería cuando se sataniza a la empresa minera formal, pero se es condescendiente y permisivo con la minería ilegal. Política y empresa deben ir unidos para construir el futuro que tenemos ya como un presente urgente.
Es altamente gratificante, pero al mismo tiempo desolador, ver el trabajo solitario de unos pocos héroes de este tiempo y comprobar cómo, al mismo tiempo, se genera e incrementa la mirada condescendiente, silenciosa y permisiva de una clase social que enmudece, otorga y se deja avasallar. No tanto por la acción de otros, sino por su propia existencia aletargada y complaciente.
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