Jorge Varela
El clivaje trunco
La tesis de una transición fracasada

El sociólogo de izquierda Alberto Mayol ha escrito que “la transición democrática chilena fracasó” y que este fracaso “es demostrable científicamente” (columna de opinión en radio Bío-Bío, 30 de octubre de 2023). Mayol formula su tesis después de una lectura vertical de dicho período. A su juicio, “una transición democrática es exitosa cuando la estructura de decisiones y propuestas políticas ha logrado extirpar los ejes fundamentales del proceso que, se supone, se debe superar… cuando la reflexión y la forma de articulación de las agrupaciones que participan del debate político o de la disputa del poder institucional, se encuentran superadas”. Esto significa que “el clivaje fundamental de ese proceso político dictatorial se ha extinguido”; o sea, que “la dictadura se acabó”.
Surge así, su pregunta maliciosa: “¿Logró la transición superar la estructura de conflicto que se da desde 1973 hasta 1990?”. Su respuesta categórica es la siguiente: “La transición fue un fracaso… No fue capaz de generar un nuevo clivaje, una nueva forma de la discusión y del conflicto político. Y no fue capaz de construir un proceso político que fuera capaz de superar la herida de 1973. Asumir que el 90 por ciento de nuestra discusión política sigue condicionado en el fondo por el golpe y la dictadura es una evidencia muy contundente del fracaso de la transición” (columna de opinión referida).
Uno de los ejes del proceso cuestionado por Mayol es precisamente la Constitución de 1980 elaborada antes de que este período de transición comenzara; Ley Fundamental que fue reformada antes de iniciarse dicho período y que aún está vigente después de ser objeto de la denominada ‘gran reforma’ en 2005 y de 69 leyes de reforma (a junio de 2023).
Delirios y objetivos
Al respecto la insistencia en proponer un proyecto constitucional sesgado que norme un sistema político-cultural-social-económico anticapitalista desde arriba, desde un Estado socialista sobreideologizado, intervencionista y despilfarrador es la expresión definitoria de un arcaísmo puro y duro. Esta obsesión del sector político de izquierda radical por enterrar al neoliberalismo es la constatación de que no es difícil oscurecer las escasas perspectivas de crecimiento real sostenible. Otro objetivo delirante de esa misma izquierda ha sido postular la instalación de una democracia directa y promover mecanismos de índole asamblearia para la elaboración eufórica de normas constitucionales y legales.
La contrapregunta a formular entonces es: ¿por qué la transición debía conducir necesariamente a la apertura de un nuevo clivaje a semejanza de la izquierda radical, principal culpable del conflicto político mencionado?
Como echar abajo una democracia
¿Hasta cuándo los semisabios y los aprovechadores aprovechados van a seguir ilusionando a la multitud ciudadana? Su verborrea seductora ha causado tanto daño que una porción importante del presente fracaso constitucional es imputable a reputados miembros pertenecientes a esta academia de entrañas descompuestas, adictos a apostar por “la revolución del día siguiente”, como decía Pier Paolo Pasolini.
De este modo, la demolición del sistema de convivencia democrática se ha ha fortalecido como una actividad caótica casi sin obstáculos; basta un núcleo de demagogos carismáticos y una bandada de seguidores necios instruidos por intelectuales autolicenciados de profetas para que el cielo se oscurezca y comience la tormenta.
Según José Joaquín Brunner, también sociólogo de izquierda, los redactores de la nueva propuesta constitucional “tradujeron” ese clivaje de “la lucha ideológica” existente “en términos de guerra cultural entre tradición y revolución, orden y anarquía, autoridad y desorden, izquierda woke y derecha del sentido común… imprimiendo al texto su propia impronta conservadora, de seguridad y libre mercado” (Brunner, “Desenlace constitucional: seguirá en duda la gobernabilidad democrática”. El Líbero, 1 de noviembre de 2023).
Factores que explican el presente ocaso
Por desgracia, ocurre que todavía estamos muy lejos de encontrar una salida armónica, racional, generosa, abierta, libre de fanatismos y alucinaciones, que permita lograr finalmente ese acuerdo democrático grande, esperado con ansiedad por la mayoría ciudadana.
Entre otros objetivos abortados, ¿por qué ha sido imposible concordar el texto de una nueva Constitución? Para entender tanto desvarío, se inserta el siguiente listado básico primario de factores que han incidido en ello y explican parcialmente los intentos fallidos:
La decadencia cultural e intelectual
La transmutación ética-valórica
La carencia de espíritu libertario humanista
La ambición materialista
La pugna ideológica mísera
La mediocridad de la casta política
La arrogancia de la academia radical, miope y nefasta
La brecha entre pueblo ciudadano y elites descompuestas
La obsesión por el poder ilimitado y la hegemonía
La inexistencia de horizonte democrático plural-sólido
La exacerbación del populismo maligno
La fractura social-económica injusta
La discriminación odiosa
La violencia irracional y cobarde
La inestabilidad institucional del sistema democrático
La erosión progresiva del vínculo de representación
La sobreabundancia de energía política oscura
La degeneración del Estado contemporáneo
Ojalá se comprenda que la forma de resolver el fondo de la cuestión planteada es especialmente política –más que jurídica, sociológica o meramente ideológica–, sin descartar el influjo torrencial determinante del ámbito cultural y ético. Si la pugna se prolonga ad infinitum la tarea de acordar un nuevo pacto social y político continuará pendiente, dejando a varias generaciones viejas y jóvenes tendidas a la vera del camino.
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