El camino de Las Bambas

 

En el 2016, como parte del trabajo que venía realizando, visité la comunidad de Paccarectambo, a 3,584 m.s.n.m. Para llegar a la zona —que cuenta con un colegio, una posta médica, un salón de reuniones de la Municipalidad y la presencia de tambos en los que se puede acceder a Internet— manejamos aproximadamente tres horas desde la ciudad del Cusco.

En el camino nos cruzamos con una larga cola de camiones encargados del transporte de los productos que se extraían de la mina de Las Bambas. Pero en el recorrido vimos muchas comunidades, cada una con historias distintas. Las autoridades municipales que me acompañaban en esta travesía me contaron algunas experiencias que reflejan lo que ocurre en estas zonas, en las que al Estado le cuesta mucho tener una presencia efectiva.

Cerca de Paccarectambo pasamos por una comunidad que, hasta hace aproximadamente 10 años, contaba con el apoyo de una ONG holandesa, que les brindó asesoría para la diversificación y comercialización de papa. En ese periodo los pobladores de la comunidad —según relataba esta autoridad municipal—, recibieron importantes sumas de dinero, que utilizaron para invertir en mejorar el rendimiento de las tierras, adquirir maquinaria para mejorar la productividad de la cosecha y comprar bienes muebles (autos nuevos). Esta “racha de bienestar” duró lo que duró el apoyo de la ONG, que incluía acompañamiento y capacitación a la comunidad.

Al pasar, esta comunidad se veía absolutamente desolada: los pobladores habían dejado de cosechar papa para la venta y ahora producían (otra vez) para autoconsumo. Pregunté por qué, y esta autoridad esbozó algunas hipótesis: i) Tanta plata, en un pueblo tan pequeño, corrompió a la comunidad. Se pelearon entre ellos para ser los comercializadores y se despreocuparon de la reinversión. ii) Llegó el Estado con sus programas Juntos, Pensión 65 y Qali Warma y, en su afán por tener “más beneficiarios”, incluyeron a todos los pobladores de este corredor.

Así las cosas, los incentivos estaban listos para que estos pobladores regresen al autoconsumo y se conviertan en beneficiarios de los programas de asistencia social del Estado. Entonces no se trataba de un Estado ausente; sino de una acción de política pública errada.

Ya llegando a Paccarectambo, este funcionario me contó que al borde de esta carretera convivían comunidades que habían llegado a acuerdos con la mina Las Bambas y otras que no. También que era posible ver cómo algunos pobladores cerraban el tránsito para cobrar el “derecho al paso” de estos inmensos camiones que trasladaban los minerales de la mina.

El auto se detuvo en la vía, tuvimos un desperfecto mecánico y nos quedamos contemplando la belleza de nuestra naturaleza durante casi tres horas. En ese lapso, vimos pasar los camiones por “el camino a Las Bambas”, que alguna vez sirvió para llevar las papas de esta comunidad que, apoyada por la ONG holandesa, vivió un “periodo de oro”.

No es fácil resolver los conflictos, qué duda cabe. Pero lo cierto es que las políticas públicas que se han aplicado en los últimos años no han funcionado. Urge entonces una presencia activa y eficaz del Estado, y eso supone necesariamente estar en la zona; no de visita, sino permanentemente.

Cualquier receta de escritorio deja de ser efectiva si no somos capaces de articular una propuesta integral. Ese es el arte de gobernar: establecer una alternativa desde el punto de vista económico, cultural, sociológico y político, que logre articular el crecimiento económico con el bienestar de la población.