Hugo Neira

El arquetipo Piérola o Leguía, según un inesperado visitante

Dos estilos presidenciales que se repiten

El arquetipo Piérola o Leguía, según un inesperado visitante
Hugo Neira
06 de febrero del 2017

Dos estilos presidenciales que se repiten

En mi viaje trabajo sobre la historia. Hace calor en Santiago y aprovecho la noche que se pone fresca. De pronto, un ruido en mi estudio. ¿Y saben a quién encuentro? Nada menos que a don Jorge Basadre. No es la primera vez que por una escalera de marrras, desciende de improviso alguna celebridad que ya no es de este mundo. Me ha pasado con Maquiavelo, con Hobbes.

Basadre está igualito que la última vez que lo vi en su casa de Orrantia.

- ¿De modo que quiere usted saber qué pienso de Nicolás de Piérola?

- Le rogaría —le digo—, no termino de entender si fue caudillo a caballo o estadista.

Basadre se arrellana en un sillón.

- A Piérola se le ve como un eterno insurrecto. Pero cuando el presidente Balta, en 1868, en plena crisis con los consignatarios del guano, se queda sin ministro, es Echenique que se lo presenta. Un joven de 30 años, casi desconocido. Piérola.

- Y es el que acaba con los consignatarios mediante el acuerdo con el judío Augusto Dreyfus. Un buen arreglo. He leído en Bonilla que Dreyfus avanza sesenta millones con tal de ser el agente exclusivo del guano del Perú. ¿No enriqueció a algún “consultor”?

- Mire, Neira, Piérola venía de algo que olvidamos. Piérola venía de un viejo solar blasonado de Arequipa y de una familia austera, la instrucción media en el seminario de Santo Toribio. Uno de sus hermanos, Amadeo se hizo sacerdote. Nicolás, en cambio, se dedica a los negocios, pero dicen las malas lenguas que toda su vida se puso bajo la ropa, un hábito de monje.

- Bueno, el contrato Dreyfus tuvo muchas ventajas, César Antonio Ugarte lo dijo. Basadre levanta los brazos al cielo.

- Ese contrato fue un hito decisivo. En la historia social y política del Perú, una revolución desde arriba, sin un disparo.

- ¿Tanto? Usted ha escrito que cuando quisimos comprar fragatas, Dreyfus, en plena crisis del salitre y el guano, no quiso ayudarnos. Y se inicia en 1879 la guerra.

- ¿Sabe usted por qué se le detesta a Piérola?

- Supongo por la dictadura en plena guerra, ¿no?

- El 18 de diciembre Prado se va de viaje. Le había pedido que presidiera un gabinete y dijo que no. “No se sentía responsable de culpas ajenas”. Se comenzaron a levantar batallones que querían obedecer a Piérola. No tuvo más remedio. ¿Conoce lo que hizo, ya en el poder?

- Bueno, creo que muchas cosas.

- ¿Muchas? Creó ejércitos que no había, cuerpos enteros, llamó a las bases gremiales, destruyó los concejos departamentales, que obstruían, se dio tiempo para crear la Escuela de Bellas Artes. Hemos sido muy injusto con “El Califa”. El pueblo de Piérola, en 1895, es la única formación realmente plebeya que seguía a un caudillo que no formaba parte de las capas plutocráticas. ¿Ha leído usted la “declaración de principios” del Partido Demócrata?

- La verdad que no.

- La solidaridad social, la coexistencia de partidos, el poder presidencial superior al legislativo y al judicial, funcionarios con mecanismos reguladores para que no caigan en la corrupción.

Entonces, para mi capote, me está diciendo el Perú necesita no un Lenin sino un Piérola.

- ¿Y qué me dice de Leguía? También era hombre de negocios, y tampoco pertenecía a las viejas clases dominantes.

Basadre sonríe.

- ¿Sabe cómo era Leguía? ¡Un hombre pequeño, siempre bien vestido, le gustaban las fiestas, veladas teatrales, el hipódromo! Tenía varios egos, hombre de negocios o implacable político capaz de romper su partido, el civilismo, y gobernar contra la clase rica con otra clase rica que él fabrica. Mi generación lo detestó, Haya, Porras, usted lo sabe. Exaltó el crecimiento material, revivió la tradición limeña de tipo áulico. ¿Sabe que en el Senado americano revelaron grandes sumas para familiares y allegados de Leguía en torno al empréstito Seligman? Cierto, modernizó no solo a Lima, se hicieron carreteras, obras públicas, con empréstitos, donde muchos metían la mano. Se cuenta que un día lo invitan a casa de uno de sus funcionarios vuelto millonario y, asombrado de los muebles, alfombras y la impudicia del propietario, a Leguía mismo se le escapó un “Caramba, ¡qué de prisa ha ido este!”. El leguiísmo fue como la época del guano, pero más a prisa.

Fin de juego. Ni Batman ni Superman. Dos estilos presidenciales que se repiten. Los de la manera a lo Leguía prefieren gobernar cuando hay auge y demanda externa, y se las arreglan para generar una nueva capa de ricos que se suma a las precedentes. O peor, usan el dinero de los sobornos para fines personales. Los Piérola son escasos y riesgosos. Cuando los hay dividen a los peruanos: unos los aman, otros los odian. ¿Cuál es preferible para un país en urgencia? Los Leguía son buenos para la rutina y negocios, aunque cuidado con las adendas, pero no son buenos ante catástrofes. Un Piérola ya habría ido con soldados a ayudar con pala en mano a la gente humilde inundada por los huaicos.

Posdata. Casi todo lo que pongo en boca de Jorge Basadre está en: Chile, Perú y Bolivia independientes. En cuanto a Toledo, comienza como Piérola y acaba como Leguía.

Por Hugo Neira
Hugo Neira
06 de febrero del 2017

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