Eduardo Zapata

Dos apetitosos bocados

Dos apetitosos bocados
Eduardo Zapata
16 de octubre del 2014

Sobre la democracia y el poder; las grayas y la asociación ilícita para delinquir

Tenían un solo ojo y un solo diente. Eran tres hermanas –al parecer no muy agraciadas- que para ver o comer tenían que prestarse, una a la otra, el ojo o el diente. La mitología griega las conocía como las Grayas.

Decíamos -en un artículo anterior denominado Metástasis Democrática- lo siguiente: “Porque en el fondo de esta fiebre de participación ciudadana hallaremos la apresurada y nada técnica llamada regionalización. Y hallaremos también  la ingente e irreflexiva transferencia de facultades y recursos a las instancias regionales y locales. ¿Resultado? Apetecibles feudos llamados democráticos que convocan ambiciones económicas de postulantes y de sus amigos. Que –bajo membretes como Frentes de Defensa de sabe Dios qué o movimientos que propugnan cambios nadie sabe hacia dónde- pugnan por una prostituida representación política que –en muchísimos, muchísimos casos- no constituyen cosa distinta que concebir el Poder local como ocasión de enriquecimiento pronto o, peor aún, de alcanzarlo para estar en aptitud de entretejer propuestas políticas nacionales que –bajo la forma de “alianzas o confluencias”- posibiliten conglomerados de cara a las elecciones del 2016.”

La sucesión de escándalos de corrupción producidos por autoridades electas vía movimientos regionales confirma lo dicho. Los resultados de las nuevas elecciones y la violencia –expresa o no manifestada aún, en muchos lugares- parecen no augurar un futuro diferente.

Daría la impresión de que a la mitología griega se le ha unido el viejo cuento de La Caperucita Roja de Perrault. Particularmente el pasaje aquel en que la caperucita pregunta al lobo ¿Para qué tienes ojos y dientes tan grandes? ¡Para verte y comerte mejor!

Así parecen estar siendo concebidos la democracia y el poder en el Perú. Como apetitosos bocados. Así podríamos concebir a muchos movimientos políticos. Como las Grayas que se disputan un único ojo y un único diente –el del poder- para ver más y comer mejor.

Urge entonces no solo una reforma de la ley de partidos políticos,  de la ley electoral y de la descentralización misma. Todos sabemos lo que es necesario modificar. Pero urge no detenerse en pensar estas reformas solo para evitar a las no tan agraciadas Grayas a nivel regional, sino también a nivel nacional.

Porque pareciese que asumimos que el freno a la corrupción pasa por el milagro de llamarse Partido Nacional. Y hasta se propone -con la sana intención de fortalecerlos- dotarlos a estos de fondos públicos.

Entretenidos como estamos por los mediáticos escándalos de los movimientos regionales, corremos el riesgo de no exigir a los Partidos Nacionales aquello que precisamente falta a los movimientos regionales: institucionalidad y participación democrática de sus afiliados. Poniéndole candado al caudillismo o gamonalismo todopoderosos.

Vemos por allí algún Partido que reproduce -a escala nacional-  las mismas estrategias y prácticas que censuramos en los movimientos regionales. Y a pesar de ello “lo aceptamos en sociedad” por su poder económico y porque cumple con las “formalidades democráticas”.

Si persistimos en la idea de dotar de fondos públicos a los Partidos Nacionales, exijamos como requisito auditorías internacionales para ver el origen, destino y realidad de los fondos que manejan estos partidos. No vaya a ser que alguno esté ya animado por la urgencia de las Grayas y de Perrault.

Recordemos los nombres de las Grayas. Dino o la anticipación del horror; Enio o el horror mismo y la destrucción de las ciudades; Pefredo o la señal de alarma. La alarma está encendida para que no permitamos que las asociaciones ilícitas para delinquir –usando la nomenclatura de movimientos regionales o Partidos Nacionales- gobiernen el país.

Por Eduardo E. Zapata Saldaña
(16 - oct - 2014)

Eduardo Zapata
16 de octubre del 2014

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