Oscar Schiappa-Pietra

¿Dónde están nuestros Bill y Melinda Gates?

Dar a los demás no es una tradición entre los peruanos

¿Dónde están nuestros Bill y Melinda Gates?
Oscar Schiappa-Pietra
23 de noviembre del 2018

 

Bill Gates se ganó temprano en la vida un sitial en la historia de la humanidad. Siendo aún estudiante en la Universidad de Harvard, en 1975, cofundó Microsoft, empresa que sigue manteniendo hasta hoy una posición dominante en el mercado de software para computadoras personales. Los programas informáticos de Microsoft han transformado las vidas de miles de millones de personas y resultan indispensables para nuestro quehacer diario. La astucia empresarial y la genialidad innovadora de Bill Gates difícilmente tienen par. Y su fortuna personal es una de las mayores del mundo, bordeando los US$ 100,000 millones.

Pero, sin duda, la historia recordará siempre a Bill Gates por algo bastante mayor que sus talentos, su creatividad o su riqueza. Él es un líder global en el ámbito de la filantropía, y junto con su esposa son los artífices de la exitosísima fundación que lleva el nombre de ambos y que se aboca —entre otros aspectos— a resolver problemas de salud de masivo impacto en los países más pobres del planeta. El lema con el cual se inicia el portal de Internet de esta entidad reza: “Todas las vidas tienen igual valor. Somos impacientes optimistas trabajando para reducir la inequidad”. Esas palabras, provenientes de la entidad creada por uno de los más talentosos exponentes del capitalismo contemporáneo, son tremendamente expresivas sobre la calidad moral y espiritual de él y de su esposa, y sobre la visión solidaria que propugnan para los empresarios y más opulentos de nuestra época.

Bill y Melinda Gates no solamente han donado más de la tercera parte de su fortuna —US$ 35,800 millones a la fecha, en acciones de Microsoft— a su fundación, sino que a ella dedican desde el 2008 la mayoría de su tiempo y energía, entre otros aspectos visitando personalmente a desoladas comunidades africanas donde se implementan los programas de salud auspiciados por esta entidad.

El admirable ejemplo de Bill y Melinda Gates no es único. Ellos, junto con Warren Buffett, otro integrante del club de los superbillonarios, promovieron en 2010 el establecimiento de “El compromiso de dar” (The Giving Pledge, en inglés), que es una alianza filantrópica entre las personalidades más ricas del mundo bajo el compromiso de que cada cual done al menos el 50% de sus fortunas para apoyar obras benéficas en el mundo. Actualmente hay 186 socios de más de 21 países. “El compromiso de dar” no es un acuerdo formal que genere obligaciones legales. En 2010 Gates comentó a la revista Fortune que se trata más de un compromiso moral que de un contrato en sí.

Los testimonios de los suscriptores de “El compromiso de dar” son conmovedores y esperanzadores. Para ellos, que vienen donando la mayoría de sus riquezas y poniendo sus talentos al servicio de los más necesitados del planeta, esa acción persigue el profundo objetivo de dar sentido a sus existencias, y de reconocer que sus éxitos y bienestar aparejan obligaciones solidarias frente a los desafortunados y olvidados. Los recursos y dedicación que ellos vienen aportando han hecho posibles transformaciones sociales radicales, que sacan de la pobreza a millones de personas o les abren grandes posibilidades de progreso, antes impensables, o que erradican pandemias que seguían desolando a miles en los países más pobres del planeta.

Salvando distancias y magnitudes de fortunas, no puedo dejar de preguntarme ¿dónde están los Bill y Melinda Gates del Perú? En un país bendecido por la generosidad de la naturaleza, como el nuestro, lo cual ha permitido y sigue permitiendo forjar inmensas fortunas sin exigir a cambio genialidades innovadoras ni gran astucia empresarial, ¿por qué hay tan poco espíritu solidario entre los empresarios y las personas más exitosas? ¿Por qué muchos de los programas de responsabilidad social empresarial siguen siendo meros apéndices de los departamentos de relaciones públicas? ¿Por qué es que dar a los demás, fuera de nuestro círculo familiar y amical, no es un concepto moral enraizado entre nosotros, ni un ejercicio cotidiano? ¿De dónde ese individualismo profundamente egoísta e insensible?

Hoy, en medio del desbarajuste coyuntural, parecemos asistir como país a un momento transformacional, en el que instituciones capturadas por la corrupción y la inoperancia empiezan a reformarse, ojalá para finalmente ponerse al servicio de la sociedad y para erradicar la putrefacción que carcome sus entrañas. Eso es positivo y alentador, pero no basta. Falta la transformación que cada uno de nosotros tiene que hacer desde lo más íntimo de nuestras almas, para asumir el compromiso de, con ocasión de celebrar el Bicentenario de nuestra Independencia, entregar a las generaciones venideras una patria solidaria. Una patria en la cual todos nos reconozcamos unidos no solamente en torno a los triunfos futbolísticos sino, de modo más trascendente, hermanados en el compromiso de luchar juntos para construir una sociedad justa, equitativa e inclusiva, donde todos tengamos iguales oportunidades y cada cual aporte según sus capacidades.

 

Oscar Schiappa-Pietra
23 de noviembre del 2018

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