Francisco de Pierola
Donald Trump: la era del sentido común ha regresado
No habrá espacio para imposiciones ideológicas disfrazadas de justicia social
La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca marca un hito en la historia contemporánea de la política global. No es sólo el regreso de un líder polémico y carismático; es, más bien, el triunfo de una corriente ideológica que busca restaurar el sentido común, devolver la soberanía a las naciones y terminar con los excesos del globalismo progresista que ha marcado las últimas décadas.
El discurso inaugural de Trump fue contundente: “Una nueva Edad Dorada de América comienza hoy”. Esta declaración no es una simple frase retórica; es una promesa de acción inmediata y concreta. Entre sus primeras medidas destaca la firma de varias órdenes ejecutivas que van desde la protección de las fronteras hasta la redefinición del concepto de género en las políticas públicas. Cada una de estas decisiones representa un golpe directo a la narrativa progresista que ha buscado imponer un relativismo moral y cultural en el corazón de las sociedades occidentales.
Una de las medidas más impactantes es la orden ejecutiva que define el sexo como una categoría biológica, no una construcción social. Este acto, que para muchos puede parecer obvio, representa un freno necesario al movimiento “woke”, que ha llevado a una confusión generalizada respecto a cuestiones tan elementales como lo que es un hombre y una mujer. No se trata de discriminar a nadie, sino de recuperar el sentido común y proteger las bases de la ciencia y la realidad biológica frente a la imposición ideológica.
En materia de inmigración, Trump ha reafirmado su compromiso con la seguridad nacional y la soberanía de Estados Unidos. Entre sus primeras acciones destacan tres órdenes ejecutivas destinadas a reforzar las fronteras, detener el flujo de inmigración ilegal y garantizar que los recursos del Estado beneficien primero a los ciudadanos estadounidenses. Esta postura no es una expresión de xenofobia, como suelen afirmar sus detractores, sino una reivindicación del derecho de cada país a decidir quién puede entrar a su territorio y bajo qué condiciones. La inmigración ilegal es, como su nombre lo dice, ilegal. La necesidad no justifica la vulneración de la ley, como el progresismo quiere hacerle creer al público.
La izquierda globalista, acostumbrada a imponer sus dogmas sin resistencia, se enfrenta ahora a un líder que no teme desafiarla. Durante los años recientes, hemos visto cómo el progresismo ha utilizado la cultura, los medios y las instituciones internacionales para avanzar una agenda que desprecia los valores tradicionales y debilita las democracias nacionales. Desde la promoción de políticas identitarias que dividen a la sociedad hasta el impulso de medidas económicas que priorizan la lucha contra el cambio climático por encima del bienestar de las personas, el globalismo progresista ha demostrado ser una amenaza real para la estabilidad y la prosperidad de las naciones.
El retorno de Trump representa un rechazo contundente a esta agenda. Es también una advertencia para los líderes de otros países que han sucumbido al canto de sirenas del progresismo. En América Latina, por ejemplo, hemos visto cómo gobiernos influenciados por esta ideología han generado crisis económicas, polarización social y una creciente desconfianza en las instituciones democráticas.
Para el Perú la lección es clara. La batalla cultural y política que se libra en Estados Unidos tiene ecos directos en nuestra región. Si bien nuestra realidad es distinta, los principios de soberanía, sentido común y defensa de los valores tradicionales son universales. La izquierda caviar, que desde sus cómodas oficinas en Lima pretende dictar cómo deben vivir los peruanos, haría bien en tomar nota del ejemplo de Trump. El rechazo al globalismo no es un capricho, es una respuesta al hartazgo de millones de personas que sienten que sus intereses y valores han sido ignorados por una élite desconectada de la realidad.
La era “woke”, con su obsesión por el lenguaje inclusivo, las cuotas y la cancelación de voces disidentes, ha llegado a su fin. Trump lo ha dejado claro: no habrá espacio para imposiciones ideológicas disfrazadas de justicia social. La prioridad será devolver el poder al ciudadano común, proteger los valores que han hecho grande a Occidente y garantizar un futuro de prosperidad para las nuevas generaciones.
En este contexto, el conservadurismo tiene una oportunidad histórica. No sólo se trata de celebrar el triunfo de Trump, sino de aprovechar este momento para articular una visión de futuro que combine el respeto por las tradiciones con la innovación y el progreso. Es hora de que los líderes políticos, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo, dejen de lado el miedo a ser etiquetados como retrógrados y defiendan con orgullo los principios que han sostenido a nuestras sociedades por siglos.
COMENTARIOS