Hugo Neira

¿Democracia sin demos?

El pobre de hoy no piensa, solo consume y odia

¿Democracia sin demos?
Hugo Neira
13 de octubre del 2019


«Perú, tierra de arqueros, poetas y, más recientemente, de constitucionalistas» (
Somos, 12.10.19). No seas malo, Renato, también de politólogos y sociólogos. Por ejemplo, lo que dice Carlos Meléndez sobre el atribulado inicio de siglo. Dice, «Otra década perdida». No puedo menos que darle la razón.

Y ahora citaré lo que ha dicho, no como muchos universitarios que «bajan» un texto ajeno de Internet. No les han enseñado —en la secundaria— las herramientas del quehacer intelectual, entre ellas, para qué sirven las comillas. Meléndez:

«Comenzamos el siglo XXI con condiciones inmejorables. Habíamos derrotado el terrorismo y la hiperinflación, dejábamos atrás la etiqueta de 'país inviable', consolidábamos un crecimiento económico ininterrumpido. Hasta la democracia parecía, finalmente, voltear las peores páginas del autoritarismo. Durante la primera década del siglo, el modelo económico se legitimó y, aunque quedó pendiente un sistema de mejor redistribución social, sobraban razones para el optimismo».

La cita es larga, lleguemos a su final: «Con o sin partidos, en solo dos lustros pasamos de las ganas de construir país al odio impío».

¿Qué pasó? Atribulado quiere decir apenado, entristecido, apesadumbrado (debo explicarlo porque la comprensión lectora está por los suelos). ¿Qué gran desgracia tuvimos? ¿Ganó Sendero su guerra contra el Perú? Lo que he dicho en mi último libro es que el país no ha dejado de crecer desde 1991. «En las administraciones o gobiernos sucesivos de Alberto Fujimori —quiere decir que no ninguneo ni a Toledo ni a Humala—, los mecanismos que llevan al crecimiento no sufren grandes modificaciones, y para abreviar, el crecimiento anual del 2001-2005, con una media del 4% pasa entre 2006 y 2010 a 7% (Banco Mundial). Hay que decirlo sin ninguna jactancia, es el más alto de la América Latina». Eso digo en El águila y el cóndor (libro de comparación Perú/México, 2019). Pero a lo que vamos, en esos años, «la cultura política de la democracia» en nuestro país, según el Barómetro de las Américas, es una de las más bajas. Ecuador, 19.2%; México, 22%; Chile, 29%. Uruguay, 38%. ¿Sabe el amable lector, cuántos de los peruanos creen en la democracia en esos años de lujo? Solo un ¡12.2%!

O sea, ¡crecimiento económico y desafecto político! Seguro que algún «comunicador» diría que es un pueblo ingrato, pero yo no puedo quedarme en esa paparruchada que finge ser psicología de masas. Cuando un sociólogo, como es mi caso, se enfrenta a un hecho social tan extraño, lo llamamos, por modestia, un enigma. Una incógnita. No intentaré en tan pocas líneas ventilar el misterio peruano del desengaño en pleno crecimiento. Necesitaría un libro entero. Haré lo que hacen los médicos ante un paciente complejo, descartar las causas del malestar. Un lector de a pie, si es que llega a leer esta crónica, diría «los pobres siguieron siendo pobres». Error. La pobreza disminuye desde el 2001 de un 54% a 31,3% en 2010, y hasta el 2016, según INEI (Instituto Nacional de Estadística) «unos 264,000 peruanos dejaron la pobreza en el 2016. Pero en el 2017, las cifras de pobreza volvieron a crecer». 

No culpemos a la economía. Alguien sin embargo diría, «no llegó el crecimiento a los más pobres». Otro error. Cito cifras que son conocidas en el mundo entero sobre nuestra verdadera realidad que, como digo, es desconcertante. El ingreso per cápita —o sea, en criollo, la plata que tienes en el bolsillo—, en 1980 era de US$ 890. En 1995 sube a US$ 500. En el 2009, es de US$ 4,200 y en el 2017 a US$ 6541. Si el escéptico lector nota que esas cifras son del periodo de su segundo gobierno, no me diga que el Banco Mundial está lleno de apristas y también los franceses de Images Économiques du Monde, edición 2017. Alguien más listo como dicen los españoles, o sea, más perspicaz, me dirá «el empleo». Es una buena hipótesis, pero mientras se triplicaba el PBI, en años de bonanza, aumentaba la demanda privada y pública, y las personas ocupadas, o sea la PEA, pasaba de 13.4 millones a 14.8 millones con chamba en el 2009.

Entonces, ¿por qué el descontento? No me vengan con la corrupción y Odebrecht. El desengaño masivo ocurre antes de descubrirse —vía los norteamericanos— las maniobras de un Brasil proimperial, comprando clases políticas y administradores sin escrúpulos. ¿Barata y Compañía? No friegue, amable lector, el desdén del pueblo por los políticos es desde hace rato. Algo que salta a los ojos —y no es necesario para eso ser politólogo o sociólogo— ninguno de los presidentes de ese largo periodo de bonanza pudo tener un sucesor. Ni Fujimori, ni Toledo, ni Humala, ni García. ¿Raro, no? Y algo peor, que escapa a la razón, cada elección presidencial, se votó por el antisistema. Curioso comportamiento.

Acaso en los colegios no enseñaron a pensar (a mi generación sí nos enseñaron, con cursos de historia universal, gramática, lógica que desaparecieron en los inicios de los noventa). Pero ese fenómeno de crisis mental coincide con las pruebas PISA. Los últimos de la clase, como ha dicho Nicolás Lynch, no por azar, ex ministro de Educación. Pero nadie mueve un dedo. Está claro, quieren eso, un pueblo del cual no surjan ni líderes ni intelectuales. La trampa está hecha. Pero con las urnas puede salirles el tiro por la culata.

Busco una causalidad. No es asunto político o económico. Explico, pues, el porqué del título de este artículo y la palabra demos. Cierto, soy profesor, explico el mundo de los griegos para abordar a Aristóteles, luego Maquiavelo y los filósofos que pensaron la política. No quiero ser pedante, ese concepto demos ya lo usó alguien que respeto para siempre, José Carlos Mariátegui. En los Siete Ensayos, en el capítulo sobre «política agraria», hablando de los caudillos y sus intereses, «se apoyaba en el liberalismo inconsistente y retórico del demos urbano». En la Lima de entonces, inmensamente más culta que la actual, todos entendieron. Para los griegos, demos era una suerte de distrito con asambleas, no una multitud sino un pueblo estructurado y consciente. La extraordinaria alma y cabeza de Mariátegui en los años veinte, llama demos a los gremios y sindicatos que habían surgido contra el civilismo y que logran las ocho horas, gente que luego se formaría en las Universidades Populares que dictaban intelectuales jovencísimos. Entonces, hubo un demos. Y el inicio de los movimientos políticos para renovar el Perú, por decenios. El pobre de entonces pensaba. Hoy no. Hoy consume y odia. 

La actual crisis peruana: no se ha educado en este siglo al Soberano. A sabiendas. El problema no son las universidades. Es la brutal eliminación de cursos y disciplinas en la secundaria. Han asesinado al demos. Millones de jóvenes no abren un diario. El peruano medio lee la mitad de un libro por año. En el nivel medio y abajo, tenemos un nuevo siervo. Habían desaparecido al no haber gamonales, pero han vuelto. Y cuando no hay demos que lee y piensa, ¿qué puede haber? Masas movidas por emociones. Formidable. Eso fue el fascismo italiano y el nazismo de los años treinta. Pero lo peor es que cuando eso que se llama pueblo no existe, sino fragmentos desubicados, tampoco podemos decir que tenemos una burguesía. Y eso es más largo y complicado de explicar. Chau. 


PD: Artículo escrito antes de la publicación de las encuestas del domingo 13 de octubre. Aunque considero que el lado fujimorista del Congreso se ha portado torpemente, nada me impide decir libremente que lo que muestra la encuesta, con un 79% para unos y 85% de aprobación para otros, nos pone a la cola de las naciones democráticas del planeta. Como se supone, las inversiones de capitales van a llover
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Hugo Neira
13 de octubre del 2019

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