Jorge Varela

Danza con locos

La locura del poderoso y el poder de la locura

Danza con locos
Jorge Varela
24 de octubre del 2023


En un mundo como el que vivimos, hay que estar loco para aspirar al Gobierno de un Estado. Representa determinada porción de poder sobre un espacio geográfico delimitado en el que viven millones de seres humanos con necesidades, aspiraciones, deseos, sueños, esperanzas, alegrías, dolores y frustraciones de todo tipo. 

La humanidad ha soportado y sufrido durante siglos el desequilibrio gobernante ex–post (después de), cuando las tragedias ya han ocurrido. Nerón, Hitler, Castro, el Che Guevara, son algunos casos simbólicos de caudillos enajenados que han torturado y asesinado sin remordimientos ni condena ulterior. 

La locura como atajo de la razón 

Francois–Marie Arouet (conocido como Voltaire) decía: “llamamos locura a esa enfermedad de los órganos del cerebro que impide a un hombre necesariamente pensar y actuar como los otros”. (Voltaire, “Dictionnaire philosophique”) Para Michel Foucault “el loco es el otro por relación a los demás: el otro –en el sentido de la excepción– entre los otros, en el sentido de lo universal” (Foucault, Historia de la locura en la época clásica I. Segunda Parte. “El loco en el jardín de las especies”)

Entonces ¿cómo situar a la locura? ¿Cómo una de las formas de la razón? ¿Cómo uno de sus atajos? Según Foucault sus similitudes son inquietantes. 

Erasmo de Rotterdam en su Elogio de la locura, que es un elogio de la necedad, escribe: “No hay mayor desgracia –dicen– que la locura. Ahora bien: la necedad declarada está muy cerca de la locura, o, mejor dicho, la necedad es la misma locura. Porque ¿qué otra cosa es la locura, sino el extravío de la razón?”. Erasmo distinguía dos clases de locura. Una es la que las Furias (Erinias) vengadoras vomitan en los infiernos cuando lanzan sus serpientes para encender en el corazón de los mortales, ya el ardor de la guerra, ya la sed insaciable del oro… ya cualquier otro designio depravado”. Es la locura funesta. “Pero hay otra locura muy distinta que procede de mí… manifiéstase ordinariamente por cierto alegre extravío de la razón, que a un mismo tiempo libra al alma de angustiosos cuidados y la sumerge en un mar de delicias” (Capítulo XXXVIII). Friedrich Nietzsche afirmaba que “siempre hay un poco de razón en la locura” (“Así hablaba Zaratustra”).

¿Dónde se halla la línea divisoria? 

¿Ha llegado el momento para que a los aspirantes a cargos públicos se les exija un examen de aptitud mental que les habilite para ejercer responsabilidades superiores? Si a un conductor de vehículo se le hacen dos exámenes, uno de conocimiento de las reglas de tránsito vigentes y otro de carácter psicotécnico para manejar, ¿cuál es la razón para no pedírselo a un conductor de millones de voluntades y conciencias?

Una certificación administrativa previa como la sugerida impuesta mediante una norma constitucional, constituye un atropello absolutamente antidemocrático y gravemente lesivo a la dignidad humana, ya que la decisión exclusiva y excluyente pertenece a todos los ciudadanos, quienes de forma mayoritaria y periódica pueden sentenciar: ¡dejad que los locos vengan a nos!; y así, de este modo, escapar de aquellos que se sienten cuerdos, sin estarlo. 

Más, la pregunta que surge es: ¿dónde se encuentra la línea divisoria entre la cordura y la locura, entre la razón y la sinrazón?, ¿podría diseñarse una metodología para demarcarla caso a caso, sin atropellar la voluntad soberana?

Locura y poder 

Jorge Lanata, periodista argentino, dice que “la locura acerca al poder. No lo aleja. Ninguna persona normal puede querer ser presidente. Tenés que estar un poco loco”. Lanata al hacer este comentario ha tenido en su mente las incidencias del proceso argentino (Infobae, 15 de octubre de 2023). No es el único analista que plantea un tema cada vez más trascendente en tiempos de desequilibrio y oscuridad asociados a inestabilidad emocional e incertidumbre psíquico–moral. ¿Será que nuestras sociedades son un gran psiquiátrico del que formamos parte como internos sujetos a tratamiento perpetuo, y ni siquiera nos hemos percatado? ¿Estamos tan mal de la cabeza?

Mientras, ante esta duda que carcome, solicitémosle una hora al psiquiatra y paralelamente preparémonos para conocer las vísceras del ‘Estado–manicomio’, ese que ya existe y funciona en algunas zonas del planeta Tierra.

Jorge Varela
24 de octubre del 2023

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