Pedro Corzo
Cuba: rompiendo el corojo
Hay protestas en la mayor parte del territorio cubano

“El 23 se rompe el corojo”. Una expresión mambisa que significaba el fin de la tregua entre los insurrectos y las huestes españolas, que se negaban a abandonar la “siempre fiel isla de Cuba”. Esta frase, con el tiempo, se convirtió en sinónimo de que no hay conciliación posible cuando las víctimas de los atropellos asumen que no tienen otra alternativa que vencer a sus victimarios.
El general Antonio Maceo, Titán de Bronce, el más insigne general cubano, con 26 heridas en combate, se negó a suscribir un acuerdo de Paz después de diez años de lucha, 1868-1878, con el general español Arsenio Martínez Campos, acordando ambos reanudar las hostilidades ocho días después. Eso motivó, entre los guerrilleros, la entusiasta exclamación: ¡El 23 se rompe el corojo!, en alusión al fin de la tregua que muchos consideraban ominosa.
El castrismo insufló en amplios sectores de la ciudadanía la certeza de que el régimen era inamovible, de que cualquier acción en su contra fracasaría y que sus actores sufrirían las consecuencias. Aun más, Fidel Castro tuvo la desfachatez de proclamar que el socialismo en Cuba era irreversible, como Adolfo Hitler proclamó su Reich de los mil años.
No obstante, lo escribimos con orgullo, en estas seis largas décadas la resistencia no ha cesado. Así lo muestran los numerosos prisioneros políticos que se pudren en las cárceles sin que los organismos internacionales puedan visitarlos como reclaman, entre otros, el Observatorio Cubano de Derechos Humanos.
En el predio llamado Cuba, del que se apropiaron los hermanos Castro, parece que ha surgido un número de protestantes que la policía política no puede controlar. Muchos están perdiendo el miedo que los atenazó día tras día, y otros demuestran que la población está dispuesta a romper la coraza vil de una dictadura atroz que los ha humillado y vejado durante años.
Es evidente que los cubanos quieren romper el corojo, puesto que no cesan de demandar mejores condiciones de vida, junto al fin de la dictadura. Así se ha visto en la ciudad de Nuevitas, donde los citadinos le han gritado constantemente a la dictadura que estaban hartos de vivir como esclavos, aludiendo algunos en sus demandas al redentor machete mambí. Y al parecer, haciéndose eco de la expresión del general Antonio, “La libertad se conquista al filo del machete, no se pide; mendigar derechos es propio de cobardes incapaces de ejercitarlos”.
Las protestas en la mayor parte del territorio nacional son una constante. Un síntoma de que la población está perdiendo el miedo y liberándose del lastre de la obediencia ciega a un liderazgo que solo ha cosechado fracasos y que ha devastado al país como si hubiera padecido una guerra. Al parecer, la creciente miseria y la permanente cosecha de frustraciones los han conducido a tomar conciencia de que las promesas del régimen son inviables, y que precisan actuar a como dé lugar para acceder a una vida mejor.
Después de las protestas del 11 de julio del 2021, se estima en todo el país un notable descontento, que agudizan los cortes del fluido eléctrico, que milagrosamente logran restaurar cuando la población se manifiesta con firmeza. Eso ha pasado en el barrio Pastelillo, Nuevitas, lo que puede entenderse como que para el castrismo el obediente es el que más padece.
Todo indica que la represión ya no es suficiente para seguir controlando una población insatisfecha en todos los aspectos. El miedo y la esperanza, los dos árboles más frondosos del castrismo, se están secando vertiginosamente. Las personas están apreciando, más que nunca antes en el pasado, los altos niveles de corrupción e ineptitud de los funcionarios para resolver los numerosos y constantes problemas que genera el propio régimen, y que no son consecuencias del cacareado embargo o de una agresión estadounidense.
Además, los más fieles partidarios del castrismo, por serviles que sean, entenderán que las protestas son legítimas, que no son importadas y que no responden a propuestas provenientes del extranjero. Es el vecino, el propio represor, quien padece la estulticia sistemática y permanente de una dictadura fracasada en todos los aspectos; salvo en su empeño de destruir a la nación cubana, como hicieron con la República.
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