Manuel Gago
Cuba promueve la patria socialista
Y Pedro Castillo es denunciado por traición a la patria

Claro está que las calles no determinarán la salida de Castillo; lo tendrá que hacer el Congreso de la República, dentro de la legalidad y Constitución. Si el Gobierno o la oposición alteran el orden constitucional, pierden. Aun cuando quisieran, no existe contundencia suficiente en sus masas.
El griterío no hace goles. No obstante, las protestas –como las barras– son útiles para atarantar o alentar. El respaldo popular fortalece. Ni la presencia de los comisionados de la OEA será determinante en el futuro del profesor de Chota. Su informe no vinculante podrá ser aprovechado por cualquiera de los dos bandos, pero nada más. Un supuesto diálogo entre los enfrentados no es un tercer protagonista. Es el plan del Movadef, bien instalado en Palacio de Gobierno. Su objetivo es neutralizar a la oposición, obligándola a bajar las armas. Por intermedio del organismo latinoamericano, lograr una mesa de conversaciones, como las que abundan en el interior, al servicio del chantaje. Y para ganar tiempo, agregarle más actores al entripado y discursear. Son mesas aprovechadas para mediatizar las normas y la Constitución, y que serían innecesarias si la ley se respetara.
En los próximos días –o semanas o sabe Dios cuándo, porque acá todo se posterga hasta la hora undécima– el Pleno del Congreso puede inhabilitar a Castillo, denunciado por traición a la patria, por ofrecerle a Bolivia salida al mar durante la entrevista de enero pasado a CNN en español. No es broma. Desde Cuba, está en marcha la organización de una sola patria, la socialista, que impere en la región, sin fronteras, sin banderas, excepto de la hoz y el martillo. Un solo régimen, el comunista, en el que todos los recursos, cualquiera sean estos, incluyendo el mar y sus riquezas conocidas y por descubrir, sean controlados por el partido. Esto no es novedad, es la máxima marxista: proletarios del mundo, uníos. Desde los albores del marxismo peruano, la patria socialista es la meta. El Perú podría ser borrado del mapa, gracias a Castillo y los verdaderos vende patria.
Para lograr la acusación bastan 50 votos, sin contar los de la Subcomisión de Acusaciones Constitucionales. Las denuncias por corrupción, formuladas por la Fiscal de la Nación, Patricia Benavides, siguen en espera. Contrariamente, Castillo puede utilizar su bala de plata cerrando el Congreso. Las consecuencias son impredecibles. No está descontada la fuerza institucional y popular. La victimización, al fin y al cabo, es un factor, una posibilidad en busca de apoyo internacional que, como se sabe, finalmente es inútil. Allí vemos a Nicolás Maduro, gobernante ilegítimo para la mayor parte de la comunidad mundial, conduciendo el vendaval que azota a la región.
Todo indica que, con la llegada de la OEA, la turbulencia política alcanzaría picos altos. Tanto la oposición como Castillo harán todo lo posible por captar su atención. Las cornetas sonarán fuertemente en ambos bandos. Las dos recientes manifestaciones públicas pintaron de cuerpo entero el sentimiento nacional. Fueron un preludio; multitudinario el del sábado 5, como antes no se vio: ciudadanos pacíficos contra Castillo. “La toma de Lima”, del jueves 10, resultó un fiasco. Izquierdistas y marxistas perdieron la calle. Su agresividad se espanta a sí misma. No obstante, el ruido se hará estéril si en la población indiferente surge un cansancio endémico, que la lleve a la pasividad.
No bastan, entonces, dichos y griteríos para acometer acciones liberadoras. La izquierda socialista neutraliza a los jóvenes del Bicentenario. ¿O no? Su quietud favorece a Castillo. Frente al peligroso Movadef y los asesores cubanos, la oposición todavía no tiene un claro liderazgo. Gana la calle, pero le falta recorrerla. Mientras tanto, Castillo se fortalece, ataca, amplía su poder, sus barras se multiplican con aporte estatal, permite que las turban asalten minas. Y sigue dañando la economía y las posibilidades de los pobres.
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