Mariana de los Ríos
Cuando el mundo se apaga y la música empieza
Reseña crítica de la película “La vida de Chuck”

Tras un exitoso estreno en el Festival Internacional de Cine de Toronto, ha llegado a nuestros cines La vida de Chuck (The life of Chuck, 2025) una película del director Mike Flanagan (Massachusetts, 1948), basada en un relato del conocido escritor Stephen King. Un drama nada convencional: está dividido en “movimientos”, como una pieza musical, que avanzan por ritmo y respiración más que por giros argumentales.
El primer movimiento sitúa la acción en un futuro inmediato en el que el mundo parece apagarse por tramos: primero cae Internet, luego la electricidad, y las noticias irrumpen como latigazos. Entre esos sucesos aparecen curiosos homenajes a un desconocido: vallas y anuncios que agradecen a Chuck –interpretado por Tom Hiddleston (Londres, 1981)– por “39 años maravillosos”. En medio del caos, dos docentes —Marty (Chiwetel Ejiofor) y Felicia (Karen Gillan), ex pareja— retoman contacto. La catástrofe exterior convive con una intimidad que vuelve a encenderse. La puesta encadena espacios cotidianos (escuelas, calles, parques) con esas señales publicitarias que funcionan como coros griegos.
El segundo movimiento se concentra en un instante puro. El adulto Chuck –interpretado por Tom Hiddleston (Londres, 1981)–, un contador de apariencia común, atraviesa una calle, escucha a una baterista, y su cuerpo responde: baila. Y en ese baile improvisado convoca a Janice (Annalise Basso). La escena es sencilla y expansiva.
El tercer movimiento mira hacia atrás: la infancia y adolescencia de Chuck. Conocemos a sus abuelos (Mia Sara y un casi irreconocible Mark Hamill), quienes viven en una casa antigua y que contiene algunos misterios. La abuela baila con un brillo que los años no logran opacar, y le transmite a Chuck esa pasión por el baile. El montaje cruza los años con la velocidad de la memoria; Flanagan arma un puente afectivo entre aquellos gestos familiares y la danza de la adultez, como si toda la película fuese una cadena de impulsos que se repiten en distintos cuerpos y edades.
En lo formal, la puesta en escena privilegia la creación de atmósferas. Los noticieros que irrumpen, las pantallas que “hablan”, el uso de la cartelería como leitmotiv, y una fotografía que alterna el gris del fin del mundo con una calidez doméstica generan un universo visual coherente. La cámara se mueve poco cuando debe escuchar a los personajes y flota cuando la música toma el mando. La edición, firmada por el propio Flanagan, divide y une los movimientos con cortes que sugieren más de lo que enuncian.
Hasta aquí, la experiencia funciona como una invitación abierta: el film ofrece espacio para leer sus signos. Sin embargo, también asoman algunas grietas. La estructura en movimientos, que al inicio oxigena, termina por fragmentar la unidad dramática: las piezas lucen, pero no llegan a ensamblarse del todo. La promesa de un “gran sentido” se diluye cuando el misterio se aclara. Y la revelación —más intuición que golpe— no llega a convencer; el rompecabezas arma una silueta, no una figura completa.
Tampoco ayuda que Chuck, el supuesto centro, sea solo un vacío elegante. Hiddleston aporta dignidad y un aura melancólica, pero el personaje queda más contado que vivido; su mejor escena es el baile, precisamente cuando no habla. El peso dramático recae entonces en los secundarios. Chiwetel Ejiofor construye un Marty de empatía discreta y mirada atenta; Karen Gillan le hace contrapeso con sensibilidad contenida.
La película quiere hablar de la vida, la muerte, la familia, el tiempo; pero en algunos pasajes lo hace con frases demasiado simples y trilladas. La narración en off (de Nick Offerman) pretende dar textura, aunque por momentos solo explica lo ya visible. Finalmente el film insinúa que la conciencia de un hombre podría ser el eje del mundo, un concepto que otro género —un thriller irónico, por ejemplo— habría explotado con más provecho. A pesar de ello, La vida de Chuck resulta de todas maneras una película interesante: una obra irregular pero curiosamente memorable, más fértil como conversación que como revelación.
COMENTARIOS