Mariana de los Ríos
Alien Earth: una arriesgada fusión de ciencia ficción y fantasía
Reseña crítica de la primera temporada de la serie

La primera temporada de Alien: Earth (2025), presentada como precuela del clásico de Ridley Scott –Alien, el octavo pasajero (1979)–, es un experimento arriesgado dentro del universo Alien. Su creador, Noah Hawley (New York, 1967), decidió superponer a la mitología ya consolidada de los xenomorfos un imaginario radicalmente distinto: el de Peter Pan. El resultado, sin embargo, más que abrir un territorio narrativo novedoso, le resta fuerza a lo que en el cine fue horror cósmico y a lo que en la literatura infantil era una fábula sobre el tiempo y la inocencia.
Desde el inicio, la serie juega con un paralelismo forzado: una corporación todopoderosa que controla una isla-laboratorio llamada Neverland, un millonario egocéntrico que encarna a una especie de Peter Pan posmoderno, y un grupo de “Lost boys”, personajes híbridos entre humanos y máquinas. Sobre ese andamiaje, Alien: Earth introduce la amenaza de los xenomorfos, que solo en algunos momentos llegan a ser la encarnación del terror absoluto, como en las películas, y en otros son reducidos a obedientes criaturas, casi mascotas al servicio de humanos e híbridos.
Esa elección narrativa mina de raíz la potencia simbólica de Alien. En la saga original, el xenomorfo era metáfora de lo ingobernable, de lo inhumano que acecha, una criatura que ponía en jaque cualquier ilusión de control. En la serie, en cambio, se lo convierte en un recurso narrativo instrumental: aparece, obedece, se retira. Lo monstruoso se trivializa, y con ello se pierde gran parte de la tensión que definió la franquicia durante más de cuatro décadas.
Por otro lado, la incorporación del imaginario de Peter Pan tampoco funciona como contrapeso creativo. El Peter Pan de Hawley –encarnado en un millonario engreído, caprichoso y de tintes mesiánicos– apenas roza la alegoría de la eterna infancia para convertirse en un villano predecible. La metáfora de los “niños perdidos” transformados en cuerpos sintéticos con memorias humanas infantiles se agota rápido, porque la serie nunca logra ir más allá de la exposición literal de su concepto. Ni la psicología de esos personajes se desarrolla con hondura, ni la dimensión simbólica del relato se sostiene en la trama.
A este desequilibrio se suma un problema adicional que atraviesa toda la temporada: la figura de Wendy, el personaje central, encarna muchos de los rasgos asociados al arquetipo narrativo de la Mary Sue. Es decir, se trata de un personaje excesivamente privilegiado por el guion, dotado de capacidades desproporcionadas y prácticamente sin límites narrativos. Wendy no solo sobrevive a lo que destruiría a otros, sino que ejerce control sobre los xenomorfos, manipula a los robots y domina sistemas tecnológicos complejos —puertas, cámaras, redes de datos— con una facilidad que bordea la omnipotencia. Esa concentración de poder neutraliza el conflicto dramático: las amenazas dejan de serlo en cuanto ella interviene, y el relato pierde tensión al carecer de obstáculos significativos. Además, la serie apenas problematiza las implicaciones éticas o existenciales de esa supremacía, lo que vuelve al personaje menos interesante y, en última instancia, menos humano.
El problema central de Alien: Earth es que confunde acumulación con profundidad. Se nos presentan dilemas en apariencia filosóficos: ¿qué es la identidad cuando la conciencia se trasplanta a un cuerpo artificial? ¿Qué significa ser humano en un contexto en el que lo orgánico y lo sintético conviven? Pero esas interrogantes quedan apenas insinuadas, eclipsadas por un guion que oscila entre la intriga corporativa, el horror incompleto y la alegoría literaria. A cada paso, el espectador percibe que la serie promete decir algo importante sobre humanidad, memoria o tecnología, pero nunca termina de articular una respuesta o, siquiera, una exploración consistente.
Lo mismo ocurre con el ritmo narrativo. El afán por estirar las revelaciones y por sostener varias líneas argumentales en paralelo desemboca en episodios desiguales, algunos cargados de atmósfera pero vacíos de avance, otros saturados de acción que no resuelve nada. El resultado es un tono fragmentado, en el que ni la acción ni la filosofía logran imponerse. Lo que debería ser una tensión fecunda entre lo visceral y lo intelectual termina siendo un vaivén irregular que deja al espectador más desconcertado que intrigado.
Aun en lo estético, que es quizá lo más rescatable, el exceso juega en contra. La serie tiene una textura visual que remite al retrofuturismo de la saga original, pero todo ello parece subordinado al capricho de las metáforas explícitas: la isla Neverland, los Lost Boys, la figura mesiánica de Pan. En ese sentido, Alien: Earth puede entenderse como un intento fallido de refundar la franquicia a través de un gesto posmoderno: el pastiche, la yuxtaposición de universos disímiles. Pero el procedimiento se revela superficial. El horror corporal de Alien no dialoga con la nostalgia de la infancia perdida en Peter Pan; más bien, se neutralizan mutuamente. El primero pierde su filo por domesticación; el segundo, por caricaturización. La síntesis no genera un nuevo mito, sino un híbrido poco convincente.
La primera temporada de Alien: Earth deja la impresión de una obra que confundió ambición con creatividad. Un universo narrativo no se construye por acumulación de referentes, sino por la coherencia con que esos referentes se articulan. Y en ese entramado fallido, la construcción de Wendy como un personaje todopoderoso resulta uno de los factores decisivos que impiden que la serie alcance la profundidad dramática e intelectual que promete.
Alien: Earth se puede ver en el Perú en Disney+
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